Werwolf

"Sehen wir uns ins Gesicht. Wir sind Hyperboreer". Nietzsche

Sunday, May 28, 2006

Hitler mi amigo de juventud VIII


ENTUSIASMO POR RICHARD WAGNER

Es con expresa intención que hago seguir la descripción de las relaciones amorosas de Adolf Hitler y Stefanie con el capítulo de su apasionado entusiasmo por Richard Wagner; pues estas dos vivencias deben considerarse conjuntamente. De la misma manera que Stefanie se le aparecía como el símbolo y representación de todo lo femenino, que influyó de manera decisiva su vida durante muchos años, Richard Wagner, tanto el hombre como su obra, se convirtieron para él en el símbolo de lo que significa el arte alemán. Stefanie no hubiera podido llenar de manera tan completa todo su pensamiento y su obra si no hubiera correspondido en su figura, en su presencia y porte al ideal femenino por Richard Wagner en sus grandes dramas musicales. Adolf veía a su amada como Elsa, como Brünhild, como la Eva de los “Maestros Cantores”. Su amor convierte a Stefanie en una creación del genial maestro, que por una feliz disposición del destino descendió a la realidad desde el mundo de ensueños de Richard Wagner. Y también las relaciones personales entre Adolf y Stefanie están por entero dentro del hechizo de su veneración por Richard Wagner. Esta influencia puede comprobarse también de manera inversa: desde el instante de su encuentro con Stefanie, su inclinación por Richard Wagner se convierte en una verdadera pasión. Es el amor a esta muchacha lo que aumenta también su sensibilidad artística hasta la total entrega. Que este amor fuera unilateral y ni siquiera correspondido en serio, y que debiera quedar, por consiguiente, incompleto, le impulsó con tanta más fuerza hacia el gran maestro para encontrar en el arte el consuelo que no podía hallar en el amor feliz-desgraciado.
La relación de Adolf Hitler con la personalidad y la obra de Richard Wagner está henchida de aquella peculiar consecuencia que determina toda su naturaleza. Desde su primera juventud hasta su muerte se mantiene fiel al genio de Bayreuth. Así como Stefanie, en el transcurso de esta extraña relación amorosa, que no lo fue siquiera de acuerdo con las usuales concepciones, se convierte finalmente en una criatura de su propia fantasía, es posible que Adolf Hitler aportara también buena parte de su personalidad a la figura de Richard Wagner. Al modificar todo lo que le rodeaba con el poder de su fantasía y la fuerza de su devoción, “creó”, también, “su” propio Wagner. Esta relación atravesó todas las fases imaginables: primera emoción infantil, creciente inclinación del muchacho, ardiente entusiasmo del adolescente, que llega hasta el éxtasis visionario; al aumentar la comprensión y el conocimiento, aumenta también el placer artístico del hombre, estímulo externo de la obra, consuelo, refugio y esclarecimiento.
La educación musical de Hitler era muy modesta. Además de la madre hay que citar, también en primer lugar, al sacerdote Leonhard Grüner, del coro de la abadía de benedictinos de Lambach, que por dos años fue profesor de canto de Adolf. Cuando Adolf ingresó en la escuela de canto del monasterio, contaba ocho años de edad, es decir, una edad sumamente sensible. Quien conozca el cuidado culto al canto de los viejos monasterios austríacos sabe que apenas si existe una mejor educación musical preliminar que ésta, en la primera juventud, en un coro bien dirigido. Por desgracia, este prometedor comienzo no tuvo su adecuada continuación, aun cuando la clara y firme voz del muchacho encantaba a cuantos tenían ocasión de escucharla. Es probable que el padre no tuviera demasiado interés por ello. Entre las calificaciones de la escuela municipal destaca siempre un “excelente” en canto. En la escuela real, sin embargo, no tenía lugar ninguna clase de enseñanza musical. Quien se sintiera atraído por ella, debía acudir a la enseñanza privada, es decir, al ingreso en el conservatorio. Dado el largo camino que Adolf debía recorrer para ir a la escuela, de Leonding hasta el centro de la ciudad, no le hubiera quedado tampoco tiempo para ello, en el supuesto de que el padre estuviera de acuerdo en una tal enseñanza musical.
Adolf mostraba un vivo interés por mi educación musical. Ya el simple hecho de que yo tuviera más comprensión que él en este terreno, no le dejaba tranquilo. En nuestras continuas conversaciones sobre cuestiones musicales se apropiaba él, de manera asombrosamente rápida, de todas las usuales expresiones y giros especiales. Por así decirlo, recorría el camino inverso que yo había seguido: ¡Hablaba de todo, sin haberlo estudiado jamás de manera sistemática! Pero, al hablar de ello, despertaba en él también la comprensión. Puedo decir tan sólo que tenía siempre una cierta idea, aun de los puntos más recónditos de la música, idea que raras veces le engañaba. ¡Cuán a menudo me sentía yo asombrado por sus juicios en tales difíciles cuestiones, pues bien sabía que, en realidad, no tenía la menor idea de ello!
Esta manera algo peregrina de educación musical tenía un límite natural: en cuanto se trataba del dominio de un instrumento musical, era inútil aun la más bella intuición. Aquí valía tan sólo un estudio sistemático, un continuo ejercicio, resistencia y aplicación, cualidades todas ellas, para las que mi amigo tenía poca vocación. Pero él se negaba a reconocer que esto fuera así. Su gran capacidad de intuición, su fértil fantasía, pero, sobre todo, la ilimitada confianza en sí mismo, le permitían compensar, en su opinión, aquellas intrascendentales cualidades de las que de las que le había hablado. En verdad, tan pronto como apoyaba mi viola en su barbilla y tomaba el arco en su mano, se acababa su seguridad de victoria. Recuerdo perfectamente cuán asombrado se sintió el mismo por este fracaso. Cuando yo le quitaba luego el instrumento de las manos para hacerle una demostración, se negaba incluso a escucharme. Le enojaba que hubiera algo que se resistiese a su voluntad. Naturalmente, Adolf era ya demasiado mayor para una enseñanza elemental. Un día me dijo rudamente: “¡Quisiera ver si esto de la música es, realmente, cosa de brujas, como me quieres hacer creer siempre!” Y después de estas palabras me manifestó su decisión de aprender a tocar el piano, con la seguridad de dominar perfectamente este instrumento en poco tiempo. Tomó clases con el profesor de piano Josef Prewratzky. Pero Adolf no tardó en comprender que era imposible continuar adelante sin paciencia y aplicación. Con Prewratzky le sucedió lo mismo que a mí con mi buen y viejo sargento Kopetzky. Prewratzky no concedía la menor importancia a la comprensión intuitiva ni a la genial improvisación. Exigía un limpio juego de dedos y una rígida disciplina. Adolf se encontró ante un difícil dilema. De un lado, era demasiado orgulloso para abandonar con un fracaso el intento en el que había depositado tantas esperanzas, y de otro, este estúpido “ejercicio de los dedos”, como él lo calificaba, le llenaba de indignación. Yo no tardé en presentir este conflicto, pues en cuestiones musicales no era fácil que Hitler me ocultase algo. Sus iracundos arrebatos sobre la “estúpida gimnasia musical” de Prewratzky se hicieron cada vez más raros. Al subir las escaleras de la calle Humboldt podía darme cuenta de que no eran muchos sus progresos en el piano. Él evitaba siempre sentarse en mi presencia ante el valioso instrumento de Heitzmann. Cada vez más raramente sonaba en nuestras conversaciones el nombre de Prewratzky, y un buen día cesó, sin pena ni gloria, la clase de piano. No puedo decir con exactitud cuánto tiempo resistió Adolf esta torturante enseñanza, pero con toda seguridad no más de un año. De todas formas, un plazo de tiempo asombrosamente largo, durante el cual un cierto señor Prewratzky vejó a un joven Hitler. A pesar de ello, cuando más tarde, en nuestro cuarto de estudiantes de Viena, compusimos una ópera —por desgracia no fue jamás terminada— Hitler tomó a su cargo no solamente la parte poética, sino también la musical, dándome en el piano los diversos temas. No obstante todos sus fracasos, Adolf quería demostrarme que también en la música lo importante es la idea genial y no la correcta colocación de los dedos.
A pesar de ello, Adolf reconoció sin envidia mis éxitos en el terreno musical, y compartió conmigo de manera tan intensa las alegrías, decepciones y fracasos unidos de un modo tan inseparable a estos éxitos, como si fueran suyos propios. Una y otra vez me animaba en mis intenciones y propósitos. Yo sabía que él confiaba en mi capacidad musical. El saber esto era para mí el mayor estímulo, y contribuía a hacer más íntima nuestra amistad. Si durante el día no era yo más que el vulgar oficial de tapicero, que reparaba, entre nubes de polvo y humo, los sillones comidos por las polillas; por la noche, cuando iba a casa de Adolf, desaparecía la última mota de polvo y con ella también el último recuerdo del sombrío taller, y a su lado me encontraba de nuevo en la pura y elevada atmósfera del arte.
En aquel entonces, con motivo de la representación del maravilloso oratorio de Franz Liszt “Santa Isabel”, ¡cómo compartió conmigo el dolor y la alegría! Mi profesor de trompeta era Viertelmeister, músico de la orquesta del teatro. Un día, durante la clase, me preguntó de manera inesperada si quería colaborar con el gran Oratorio. Sentí que el suelo vacilaba bajo mis pies. “¡Empecemos ahora mismo!”, añadió, seguidamente, el buen Viertelmeister, y sin muchos preámbulos estudió conmigo el papel del trompeta en la orquesta. Siguieron después los ensayos en la sala de conciertos. Por primera vez tuve ocasión de conocer de manera directa a August Göllerich como director. Y llegó, finalmente, la representación. Aun hoy me late fuertemente el corazón cuando pienso en ello. Yo contaba apenas diecisiete años, y era de mucho el miembro más joven de la orquesta. No hay ningún instrumento más sensible que la trompeta frente a la menor torpeza en su manejo. Abajo, entre las compactas filas de butacas de la platea vi sentada a mi madre, y a su lado Adolf, que me alentaba con una sonrisa. Todo fue muy bien, y buena parte del clamoroso éxito me correspondió a mí. De todas formas, Adolf me aplaudió solamente a mí. Mi madre tenía lágrimas en sus ojos.
Después de este afortunado debut, en uno de nuestros solitarios paseos al anochecer trató Adolf de persuadirme de que debía hacer yo cuanto estuviera en mi mano para dedicarme por completo a la música. Me parece oír todavía sus insistentes palabras:
—No debes seguir siendo por más tiempo tapicero. Este oficio te llevará a la tumba. (Poco antes había estado yo gravemente enfermo.) No está, tampoco, de acuerdo contigo y tu modo de ser. Tú tienes unas condiciones bien determinadas, no solamente como solista, esto es natural, sino también como dirigente, tanto si se trata de director de orquesta o de la escena. Yo te observé continuamente en el teatro, tú conoces la partitura entera, aun antes de representada. La música es la misión de tu vida. En ella te encuentras en tu elemento. Tú perteneces a ella.
Adolf no había hecho más que decir lo que hacía ya tiempo latía en mi interior. Ser director de orquesta; éste era el objetivo más bello e ideal que pudiera jamás imaginarme.
El que Hitler compartiera mi deseo me llenó de una alegría sin fin. Nuestras conversaciones giraban cada vez más con mayor intensidad sobre estos proyectos para el futuro, por implacables que fuesen las duras y prosaicas razones que se oponían a su realización: mi padre estaba delicado. Yo era su único hijo y había aprendido el oficio para hacerme cargo un día del taller, levantado desde sus míseros y pequeños comienzos. Toda su esperanza, toda su energía vital se concentraban en poderme traspasar el negocio en buenas condiciones. Aun cuando, contrariamente al padre de Adolf no trataba de influir por la fuerza a esta decisión, esto hacía aún más difícil cualquier negativa. Apenas si hablaba de sus preocupaciones por mi futuro; pero yo comprendía perfectamente hasta qué punto estaba ligado él a la obra de su vida.
En este difícil conflicto interno se demostró Adolf como un verdadero amigo. Aun cuando apoyaba sin reservas mi inclinación a elegir la música como profesión para mi vida, procuraba hacerlo con el mayor tacto. Por primera y única vez descubrí en él una cualidad que me había pasado desapercibida hasta entonces, y que tampoco pude descubrir en él más tarde: tenía paciencia. Se dio perfecta cuenta de que una decisión tan trascendental para mi padre no podía imponerse sencillamente por un asalto violento. Vio dónde estaba el punto flaco, dónde debía tener lugar el ataque: mi madre, con su disposición natural para con la música era, en su opinión, muy sensible, aun cuando sabía apreciar en su verdadero alcance el coste de una carrera de músico. El camino hacia el padre pasaba por la madre. En este caso, no se precisaría más que una hábil maniobra, estimaba Hitler, para conseguir una decisión favorable para mis anhelos.
En estas difíciles situaciones por las que debíamos pasar Adolf y yo, el teatro se convirtió, cada vez más, en el lugar de nuestro consuelo. Hay que tener en cuenta que en aquel entonces no existía el cine ni la radio, por lo que la posibilidad de percibir impresiones artísticas quedaba limitada al teatro, que hoy en día ocupa un plano secundario para muchas personas. Para nosotros, sin embargo, el teatro estaba en el punto central de nuestros afectos. Todo lo que nos conmovía y ocupaba giraba de una u otra manera en torno al teatro. En tanto que yo dirigía, en mi fantasía, las mayores orquestas teatrales, Adolf, con mucha más fantasía todavía, construía teatros de dimensiones realmente grandiosas.
A ello venía a unirse el hecho de que nuestra amistad se había iniciado en el digno recinto del teatro. Nuestra amistad surgió de un encuentro en el teatro. Entre las dos columnas de las localidades de paseo sellábamos siempre de nuevo nuestra amistad. Yo consideraba mi relación con Adolf como un deber, que iba más allá de una vulgar amistad entre muchachos, por haber recibido un sello particular por el lugar en que nos conocimos por primera vez. Esto no es tan solo una frase: pues la amistad iniciada en este humilde teatro de provincias tuvo su continuación en la Ópera de Viena y en el “Burg”, y encontró su coronación en los Festivales de Bayreuth, donde tuve ocasión de asistir como invitado del canciller del Reich.
Hitler poseía una natural alegría y pasión por el teatro. Tengo la certeza de que este afecto estaba relacionado con las primeras impresiones de su infancia, con sus vivencias en los años pasados en Lambach. Es cierto que no puedo acordarme ya exactamente de si llegó a hablarme del bello escenario del monasterio. Mi memoria falla, por desgracia, en este punto. Pero creo que si se investigara sobre este particular se obtendrían interesantes conclusiones; el entusiasta muchacho asistía, sin duda, a todas las representaciones en el lugar; como miembro del coro tenía entrada libre en todas partes. Tal vez participara, incluso, en alguna representación. Este encantador escenario estilo barroco es una joya en su estilo. No es posible imaginarse un más bello comienzo para una pasión teatral que una escena cantada por frescas voces de muchachos en este escenario en miniatura.
El muchacho de doce años procedente de Leonding acudió por primera vez al teatro municipal de Linz. De ello nos habla el mismo Hitler.
“La capital provincial del Austria septentrional poseía en aquel entonces un teatro no malo relativamente, en él se representaba, prácticamente, todo. A los doce años vi allí, por primera vez, el “Guillermo Tell”, y algunos meses después la primera ópera de mi vida, “Lohengrin”. De un solo golpe me sentí yo encadenado. La juvenil pasión por el maestro de Bayreuth no conocía ya límites. Me sentía atraído hacia sus obras sin cesar, y hoy día considero como una suerte especial el que la modestia de la representación provincial me ofreciera la posibilidad de un ulterior aumento en el placer.”
¡Bellamente expresado, incluso muy bellamente! En mi juicio acerca del teatro de Linz no hubiera podido yo encontrar palabras tan bellas. Tal vez sea esto debido, a que yo me sentía ya como futuro director de orquesta, y lo consideraba todo de manera mucho más crítica que él, particularmente la orquesta. Probablemente me faltaba, sin embargo, algo de aquella intensa capacidad de intuición que a pesar de su evidente insuficiencia le permitía entregarse por entero a la ilusión de una obra. Cuando estábamos en el teatro, tenía yo, a menudo, la impresión como si Adolf pasando por encima de la deficiente representación, pudiera alcanzar de manera directa el fundamento artístico de la obra. Incluso en una representación de Lohengrin, que por la torpeza de un tramoyista cayó de su canoa y tuvo que trepar de nuevo a su cisne, bastante cubierto de polvo, desde el “mar” al que había caído —¡no solamente el público reía, también Elsa reía! — no pudo destruir en él esta ilusión. ¿Qué tenían que ver estos detalles ridículos con la elevada idea que había tenido ante sus ojos el gran maestro al escribir su “Lohengrin”? A pesar de esta extraordinaria capacidad de entregarse a una ilusión, Adolf, también en lo que se refiere al teatro, era un duro y severo crítico.
El Teatro Municipal, o, como se le llamaba todavía por aquel entonces, el “Teatro Campesino de Linz”, era una vieja y noble construcción. El escenario, demasiado pequeño para representar los dramas musicales de Richard Wagner, en insuficiente en todos los sentidos. Faltaban aquí las instalaciones técnicas para la digna representación de estas obras. Se añadía a ello, todavía, la notoria escasez de vestuario apropiado, en particular de inventario. La orquesta era demasiado poco numerosa, y no podía hacer sentir todo el valor de los efectos musicales. Para no citar más que un ejemplo, en una representación de “Los Maestros Cantores”, faltaban, incluso, muchos instrumentos. Faltaban —esto pude comprobarlo yo de manera competente— el clarinete bajo, el cuerno inglés, el contrafagot en el grupo de los instrumentos de viento de madera, así como la llamada tuba de Wagner entre los de metal. También los instrumentos de cuerda eran demasiado escasos y algunos de ellos no habían podido siquiera ser encontrados. Pero aun cuando se hubiera dispuesto de los instrumentos necesarios, no había tampoco lugar suficiente para alojarlos en el reducido foso de la orquesta. ¡Una situación verdaderamente digna de lástima para un director responsable! Pretender representar una obra de Wagner con una orquesta de veinte músicos, no deja de ser, en el mejor de los casos, una empresa arriesgada. El coro era, asimismo, en extremo reducido, y ofrecía además un lamentable aspecto. No es solamente que el vestuario fuese por lo general poco adecuado, sino que no tenía en demasiada estima al público, por ejemplo, cuando en “Los Maestros Cantores” los componentes masculinos del coro llevaban bigotes cortados a la inglesa, lo que en una ocasión llenó de ira también a Adolf. Los solistas eran pasaderos para un teatro de provincias. Entre ellos, sin embargo, se encontraban sólo unos pocos auténticos cantores de Wagner. Los decorados provocaron una protesta continua por parte del público. Los telones pintados vacilaban a cada paso, aun cuando representaran un paisaje rocoso. Cuando pienso en el “Incendio en el Capitolio”, con el que finaliza “Rienzi”, siento todavía un escalofrío por todo mi cuerpo. En medio de la escena se alzaba el Palazzo con sus salientes balcones. Rienzi e Irene se adelantaron para calmar a la multitud enardecida. A derecha e izquierda de ambos podían observarse dos modestas llamitas de colofonia, que debían representar el incendio incipiente. En este punto uno de los tramoyistas debía dejar caer un decorado, en el que estaba representado el Palazzo en medio de claras llamaradas. Este decorado quedó suspendido por uno de sus lados con la barra del contrapeso en el telar. Al intentar desprender la barra, todo el decorado se precipitó hacia el suelo. Con éstos y parecidos incidentes había siempre que contar. Es muy bonito cuando Hitler dice que estas “modestas” representaciones nos ofrecían la posibilidad de un nuevo y renovado goce, tal como pudimos luego vivir en la Ópera Imperial de Viena. Pero, a pesar de ello, me asombro aún hoy de que estas representaciones, tan incompletas, permitieran siquiera una ilusión, y que pudieran entusiasmarnos y arrebatarnos entonces. El idealismo, la sensibilidad de los jóvenes corazones se mofaban de todas las tretas.
En las representaciones de Wagner se agotaban siempre las localidades en el teatro. Era preciso aguardar de pie una o dos horas si se quería conseguir una “columna” en las localidades de paseo. Los descansos nos parecían interminables. Cuando nosotros, ardiendo de entusiasmo, precisábamos con urgencia de algún refresco, un viejo empleado del teatro, de barba blanca, nos vendía un vaso de agua, para lo cual Adolf y yo nos guardábamos alternativamente los lugares conquistados. Luego depositábamos una moneda en el vaso vacío y lo devolvíamos al acomodador. La representación concluía, a menudo, a medianoche. En este caso, yo acompañaba todavía a Adolf a su casa. El camino, sin embargo, era demasiado corto para permitirnos descargar las ingentes impresiones de la velada. Adolf me acompañaba de nuevo hasta la Klammstraße. Pero era ahora cuando Adolf sentía despertar verdaderamente en sí el entusiasmo. Así, pues, retrocedíamos de nuevo los dos juntos a la Humboldtstraße. Recuerdo todavía que Hitler no se hubiera cansado jamás. La noche ejercía siempre un influjo incitante sobre él. Por el contrario, ya entonces no significaba mucho para él una hermosa mañana. Podía suceder que después de una de tales representaciones fuésemos una y otra vez de Humboldtstraße a la Klammstraße y viceversa, hasta que yo empezaba a bostezar y los ojos se me cerraban sin poder evitarlo.
Ya desde su temprana juventud se había sentido atraído Adolf por las narraciones de las viejas leyendas alemanas. De muchacho no se cansaba nunca de escucharlas. Una y otra vez tomaba en sus manos la conocida obra de Gustav Schwab, que representa el legendario mundo de la antigua historia alemana en una forma popular. Este libro era su lectura predilecta. En la Humboldtstraße esta obra ocupaba un lugar destacado en su habitación, de modo que la tuviera siempre a mano. Cuando estaba enfermo, se sumía con verdadera devoción en el mundo mítico y misterioso que esta obra le había permitido descubrir. Recuerdo todavía que aun en nuestra habitación de estudiantes en Viena poseía Adolf una edición especialmente bella de las viejas leyendas alemanas, que leía a menudo y con pasión, aun cuando en aquel entonces otros problemas muy actuales ocupasen ya su atención. Su pasión por el mundo de las leyendas germanas no era, como suele suceder, un capricho juvenil. Era ésta la materia que más le absorbía también en sus consideraciones históricas y políticas, y que no le abandonó ya jamás, un mundo al que se creía pertenecer. No podía imaginarse su propia vida de manera más bella de lo que encontraba representada en las fulgurantes figuras de héroes de los primitivos tiempos germánicos. Una y otra vez se personificaron a sí mismo con las grandes figuras de aquel mundo desaparecido. Nada le parecía más digno de imitar que, después de una vida de osadas y trascendentales hazañas, de una vida lo más heroica posible, entrar en el Walhalla y convertirse para todos los tiempos en una figura mítica, lo mismo que aquellos a quienes tan íntimamente veneraba. No hay que olvidar esta perspectiva peculiar y romántica en la vida de Adolf Hitler, aun cuando el duro sentido de la realidad que determinaba su política, hubiera de arrojar estos esclarecidos sueños juveniles al reino de la fantasía. La realidad nos dice, sin embargo, que durante toda su vida Adolf Hitler no encontró otro suelo en que pudiera posarse con una fe casi piadosa que en aquel cuya puerta la había abierto las viejas leyendas germanas.
En su oposición con el mundo burgués, que no tenía nada que ofrecerle con su mentira y su falsa devoción, Hitler buscaba instintivamente su propio mundo y lo encontró en el origen y los primeros tiempos del propio pueblo. Esta época largo tiempo ha desaparecida, y cuyo conocimiento histórico es siempre incompleto, se convirtió, en su interior apasionado, en un presente lleno de sangre y vitalidad. Los sueños se convirtieron en realidades. Con su innata fantasía, que todo lo transformaba, se abrió paso hasta los albores del pueblo alemán, que consideraba como la más bella época. Se sumió con tal intensidad en esta época, de más de mil quinientos años de antigüedad, que yo mismo, que procedía de una vulgar existencia cotidiana, debía llevarme a veces las manos a la cabeza. ¿Vivía él, realmente, entre los héroes de aquellos obscuros tiempos primitivos, de los que hablaba con tanta objetividad, como si vivieran todavía en los bosques, por los que vagábamos nosotros al anochecer? ¿Era este incipiente siglo veinte, en el que vivíamos nosotros, en realidad, un extraño e ingrato sueño para él? Su manera de mezclar el sueño y la realidad y confundir sin reparos los milenios, me hacían temer a veces que mi amigo no podría encontrar un buen día el camino verdadero entre la confusión creada por él mismo.
Esta continua e intensa relación con las viejas leyendas germanas creó en él una extraordinaria sensibilidad para comprender la obra de Richard Wagner. Ya cuando el muchacho de doce años oyó por primera vez el “Lohengrin”, esta obra debió aparecérsele como una realización de su infantil deseo del sublime mundo del pasado alemán. ¿Quién era el hombre que creaba obras tan geniales y que convertía en poesía y música sus sueños infantiles?
A partir del instante en que Richard Wagner entró en su vida, el genio de este hombre no habría ya de abandonarle. En la vida y la obra de Richard Wagner vio él no solamente la confirmación del camino elegido con su “emigración” espiritual a los primitivos tiempos germanos, sino que la obra de Wagner le confirmó en su idea de que esta época largo tiempo ya desaparecida podría ser aprovechada para el presente, y que, de la misma manera como Richard Wagner la habían convertido en el hogar de su arte, para él podría ser también algún día el hogar de su elección.
En los años de mi amistad con Adolf Hitler he tenido ocasión de vivir yo la primera fase de este desarrollo, que llenó su existencia. Con increíble tenacidad y consecuencia se dispuso a apropiarse la obra y la vida de este hombre. Yo no había conocido, hasta entonces, nunca nada parecido. Como músico de corazón tenía yo también mis grandes modelos, a los que trataba de imitar celosamente. Pero lo que mi amigo buscaba en Wagner era mucho más que un modelo y ejemplo. No puedo decir más que esto: Adolf se apropió de la personalidad de Richard Wagner, la tomó de manera tan completa dentro de sí, que éste hubiera podido ser una parte de su propio ser.
Leía con febril interés todo lo que caía en sus manos acerca de este maestro, tanto lo bueno como lo malo, lo positivo o negativo. Donde le era posible se procuraba en especial toda suerte de literatura biográfica sobre Richard Wagner, leía sus memorias, cartas, diarios, su autorretrato, sus confesiones. Cada vez iba profundizando más en la vida de este hombre. Conocía, incluso, los episodios más triviales e intrascendentes de su vida. Podía suceder que durante nuestros paseos se detuviera Adolf de repente, interrumpiera sin más el tema que le ocupaba en aquel momento —como la dotación de los teatros provincianos de menor capacidad con el material necesario para poder tener lugar buenas representaciones de un fondo estatal, a prestar según los casos— para citarme, de memoria, el texto de una carta o una anotación de Richard Wagner, o para leerme una de sus obras, por ejemplo, “La obra artística y el futuro” o “El arte y la revolución”. Aun cuando no me era siempre fácil seguir estas disquisiciones, le escuchaba yo con atención; pues me gustaba la conclusión, que era siempre la misma: “Lo ves, tú —me decía entonces—, también a Richard Wagner le ocurrió lo que a mí. Durante toda su vida hubo de luchar contra la incomprensión de su mundo.”
Estas comparaciones me parecían a mí muy exageradas. A fin de cuentas, Richard Wagner había alcanzado los setenta años. En una existencia tan prolongada habían, naturalmente, altos y bajos, éxitos y desengaños. Pero mi amigo, que quería establecer un paralelo entre su propia vida y la de Richard Wagner, no tenía más que diecisiete años, no había creado más que un par de dibujos, acuarelas y proyectos, y no había tenido más vivencia que la muerte de su padre y el fracaso en la escuela. Y, en cambio, se expresaba como si hubiera sufrido ya la persecución, las luchas agotadoras y el destierro.
Con verdadera devoción se representaba mi amigo una y otra vez episodios decisivos de la vida del gran maestro, que con el tiempo llegó también a hacérseme familiar. Describía el viaje de Richard Wagner con su joven esposa en medio de la tormenta a través del Skagerrak, donde nació la idea del “Holandés errante”. Vi desarrollarse ante mis ojos la aventuresca fuga del joven revolucionario, los años del destierro, de proscripción. Me entusiasmé, con mi amigo, del mecenazgo real de Luis II, y acompañé al solitario maestro en su último viaje a Venecia. Adolf no olvidaba las debilidades humanas de Richard Wagner, su afán de derrochar, pero se las perdonaba en aras a la inmortal magnitud de su obra.
En aquel entonces hacía ya más de veinte años que Wagner había muerto. Pero la lucha por la pervivencia de su obra estaba aún en pleno curso. Hoy día no es posible imaginarse con cuánta pasión participaba en aquel entonces la juventud entusiasta del arte en estas disputas. Para nosotros, los hombres se dividían sólo en dos categorías: amigos y enemigos de Richard Wagner. Cuando actualmente observo las disputas en torno a ciertas manifestaciones de la música moderna y veo el moderado celo de los participantes, no puedo por menos que sonreír compasivamente. Todo esto no son más ingenuas controversias comparadas con las rudas luchas libradas por nosotros en favor de Richard Wagner, aun cuando hoy día la radio y la cinta magnetofónica permiten arrastrar a capas mucho más amplias de la población en las discusiones en el campo de la música.
Todos nosotros estábamos en medio de la encarnizada lucha. Cuando se anunciaba una representación de Wagner, nuestro espíritu se enardecía como el de sus héroes en el escenario. Buscábamos de continuo nuevos medios para poner de manifiesto nuestro ilimitado entusiasmo, nuestra aprobación y nuestro ardor. En August Göllerich, que había trabajado ya bajo el mismo Richard Wagner, encontramos no solamente un digno intérprete del arte del gran maestro, sino también un competente tutor de su legado. A nuestros ojos, era el guardián del Santo Grial.
Estábamos convencidos de que en esta lucha por la obra de Richard Wagner vivíamos el albor de un nuevo arte alemán. El drama musical, tal como lo había creado el genio de este hombre, era algo enteramente nuevo, apenas sospechado siquiera anteriormente. Sin un modelo visible, sin ningún ejemplo había convertido Richard Wagner, por primera vez, en realidad, la unión de poesía y música. Únicamente los nuevos medios de expresión le permitían situar sus obras en un mundo mítico, que desde hacía ya tiempo se había convertido en el nuestro propio.
Adolf no tenía mayor anhelo que llegar un día a Bayreuth, el lugar de peregrinaje nacional de los alemanes, ver la casa Wahnfried, detenerse unos instantes junto a la tumba del maestro y presenciar la representación de sus obras en el teatro creado por él. Aun cuando muchos sueños y deseos de su vida han quedado incumplidos, éste se ha realizado con una perfección sin igual.
¡Felices recuerdos estos, que conmueven a un hombre ya viejo de sesenta y cuatro años como yo! Pero el recuerdo rejuvenece y alegra de nuevo el corazón. A fin de cuentas, es todavía el mismo corazón que en aquellos tiempos latía con tanto ardor por el maestro de Bayreuth. Me siento feliz por haber compartido esta primera fase del extasiado entusiasmo de Adolf Hitler por Richard Wagner. No quisiera haberme perdido estas viviencias de mi juventud. Mientras que en las relaciones de Adolf con Stefanie no era yo más que un buen amigo, que debía participarle sus observaciones y recoger informaciones para él, en sus relaciones con Richard Wagner intervine yo de manera mucho más activa; pues, como el mejor preparado musicalmente de los dos, mi palabra pesaba grandemente en este caso. El secreto de su amor por Stefanie me acercó mucho más a Adolf; no hay nada que una tan fuertemente una amistad como un secreto compartido. Pero su suprema consagración la recibió nuestra juvenil amistad por nuestra común veneración por Richard Wagner.

La Alemania de Hitler IX


IX La Asistencia Social


La comunidad del pueblo y el principio autoritario constituyen los principios fundamentales de la nueva Alemania. En el Estado nacionalsocialista la asistencia social ya no es un síntoma inevitable de deficiencias transitorias, sino que es un servicio permanente al pueblo.
Desde la revolución nacional el número de personas atendidas por los patronatos de asistencia social ha disminuido en más de la mitad mediante la reducción del paro forzoso. El trabajo de asistencia social pudo dirigirse por nuevos caminos e igualmente se pudo proteger a los necesitados, así como fomentar el bien de la comunidad nacional, el mantenimiento y fortalecimiento de la vitalidad del pueblo y la formación de una juventud sana.
Para conseguir este objeto, fue necesario despertar y reunir todas las energías del pueblo. Así como el movimiento nacionalsocialista es el punto de apoyo del Estado y ha llegado a formar con éste una unidad, así también la asistencia social en manos de la administración del Estado (ministerios de Gobernación y Trabajo) halla ahora más que nunca su complemento en el trabajo de las organizaciones particulares de auxilio social. Conjuntamente trabajan las cuatro grandes agrupaciones centrales de la asistencia social privada: la asistencia nacionalsocialista (NSV), la misión interna (evangélica), la agrupación alemana Caritas (católica) y la Cruz Roja alemana, cuya colaboración, desde 1933, con la asistencia social del Estado se ha ido haciendo cada vez más estrecha con todos los Estados federales, provincias y municipios. En la agrupación dentro del Estado de la asistencia pública y privada y de la asistencia a la juventud de ha concertado la forma exterior de esta obra social. El “auxilio de Invierno del pueblo alemán” (WHW) y el “auxilio a la madre y al niño” demuestran de la mejor manera, por sus resultados, que la asistencia social se ha convertido en un asunto de todo el pueblo alemán.


La Asistencia Social Pública

Desde principios del año 1936 ha sido delimitada con más exactitud la competencia de la administración del Estado en este terreno. El Ministerio de Trabajo organiza la asistencia social para los inválidos de guerra, para las familias de los muertos en la guerra, para los pequeños rentistas y rentistas sociales, así como los asuntos generales de la asistencia social del trabajo y todas las medidas especiales a favor de la población menesterosa. El Ministerio de Gobernación se encarga de todas las cuestiones generales de la asistencia social, de la asistencia social para todos los demás menesterosos y de los asuntos de la asistencia social privada.
Debido a que los hombres directivos del movimiento nacionalsocialista son todos combatientes de la guerra, también en el Estado nacionalsocialista reina el espíritu del frente de la guerra mundial: honor, valor, cumplimiento del deber, camaradería. El cuidado en favor de los inválidos y de los familiares de los caídos en la gran guerra se ha convertido en un deber de honor del Tercer Reich; éste trata de asegurar una existencia independiente a las víctimas de la guerra. Desde 1933 se ha realizado ampliamente el principio según el cual los afectados por la guerra tienen derecho especial a un puesto de trabajo. Todas las fábricas y talleres están en la obligación legal de hacer ocupar un número determinado de puestos de trabajo por lisiados graves de la guerra. De esta manera se ha conseguido en dos años dar empleo a 27.000 de los casi 47.000 mutilados sin trabajo que aún existían a fines de Marzo de 1933; más tarde se han obtenido ulteriores progresos. Convenios especiales entre los principales órganos de la asistencia social y de la organización médica han logrado en los últimos tiempos importantes mejoras en la asistencia médica a favor de los ciegos de la guerra y de los heridos en la cabeza. A este hay que añadir un suplemento de pago de 60 marcos al año que beneficia a más de 420.000 ex combatientes con derecho a asistencia.
Un paso decisivo fue realizado en la asistencia a los familiares de los muertos en la guerra mediante una ley especial: en virtud de ésta se concede a la viuda una pensión por valor del 60% de la renta total a la cual tenía derecho el fallecido y, al mismo tiempo, otra complementaria de 34 marcos al mes.
El agradecimiento del nuevo Estado a los combatientes inválidos de la revolución nacional ha sido expresado equiparándolos a los heridos de la guerra. El Führer ha ordenado destinar para ambos grupos medio millón de marcos al año, provenientes de los fondos del Partido por haberse sacrificado en aras del porvenir de Alemania.
Gozan de tratamiento similar al de los inválidos de guerra los obreros y empleados perjudicados gravemente en su capacidad de trabajo a consecuencia de un accidente. Del espíritu de la comunidad del pueblo ha surgido la “Fundación para las Víctimas del Trabajo”. Gracias a la creación del patronato de artesanos ciegos, la ocupación de éstos ha experimentado un incremento importante.
Una medida esencial en la legislación de asistencia social nacionalsocialista la constituye la “ley de ayuda a los rentistas pequeños”. Esta ley dispone el alivio de la situación de miles de rentistas modestos: compatriotas a los cuales la inflación destruyó el producto del trabajo de toda la vida y con ello la segura existencia en la vejez. Las extensas medidas del Ministerio de Trabajo, en la esfera de la asistencia médica a los niños, redundan en beneficio de la juventud alemana; han sido destinadas considerables sumas para favorecer por medio de curas médicas la salud comprometida de niños y fomentar la salud y el vigor de las nuevas generaciones.


La Asistencia Social Nacionalsocialista (NS-Volkswohlfahrt)


La organización más importante de la asistencia social privada es la “Asistencia social nacionalsocialista” (NSV) creada el 3 de Mayo de 1933, por disposición del Führer, e inspirada en el principio nacionalsocialista “El interés de la colectividad está por encima del interés individual”.
A diferencia de las organizaciones de asistencia pública de la época pre y posguerra, la actual dimana del mismo pueblo alemán entero. La NSV dice a cada ciudadano alemán: “El derecho a la comunidad no puede ser nunca mayor que el deber respecto a ella” y exige de él la contribución consciente de todas sus fuerzas en la lucha por la vida, pero al mismo tiempo pide de la comunidad del pueblo el sacrificio a favor del connacional que haya caído en situación precaria.
El lema del socialismo de Hitler: “¡Uno para todos, todos para uno!” halla en esta organización su máxima expresión ética. El donativo al necesitado ya no debe concebirse como una limosna, más bien en él se manifiesta la voluntad de la comunidad del pueblo de ayudar, por las fuerzas propias de la totalidad, a los menesterosos hasta que puedan seguir su camino como hombres libres e independientes, para servir después a la comunidad desde sus respectivos puestos.
El bienestar de la comunidad del pueblo es la ley suprema de la asistencia social nacionalsocialista; su misión, por tanto, no puede residir en la aportación arbitraria a los menesterosos de los medios necesarios para el mantenimiento de su vida, sino que deberá desplegar todas sus energías allí donde se encuentren hombres de valor a quienes, derribados por el destino adverso, no les es posible ascender de nuevo por esfuerzo propio. La asistencia social nacionalsocialista no espera con su ayuda hasta que el menesteroso esté ya enfermo o en la miseria sino que su meta es conjurar preventivamente el comienzo del mal. Es decir “¡más vale prevenir que curar!”.
La asistencia social de los tiempos pasados se distingue claramente en esta esfera de la actividad desarrollada por la nueva Alemania. Antes prevalecía la característica de la compasión; se cuidaba del caso particular. Hoy, la asistencia social se basa en el espíritu de sacrificio de la comunidad. Sin éste no existe ni camaradería, ni amistad, ni amor, ni pueblo verdadero; solamente la disposición al sacrificio distingue al hombre superior y garantiza la capacidad vital de una comunidad.
Este carácter especial de la NSV determina la naturaleza complementaria de sus aportaciones: éstas no eximen ni al Estado ni al municipio del auxilio legal a los necesitados. En toda su acción de ayuda la NSV se deja guiar por dos postulados fundamentales: 1º el de la obligación de la comunidad del pueblo de colaborar para la conservación, bienestar y salud del pueblo; 2º el de contribuir mediante este trabajo a la labor de educación del alemán para la comunidad del pueblo.
Antes de hablar de las grandes organizaciones de la NSV, que son, la obra de Auxilio “Madre y Niño” y el “Auxilio de invierno del pueblo alemán”, quiero referirme a otras actividades que, si bien no se destacan tanto, también son dignas de ser citadas.
Entre estas últimas es digna de mención la “Dotación Hitler de plazas gratuitas” para los antiguos compañeros de lucha del Führer. Nada menos que 442.536 miembros de la SA, SS, NSKK, correligionarios y compatriotas en general han podido disfrutar de vacaciones gracias a esta dotación. Una “campaña para la adquisición de camas” se organizó con el fin de que cada alemán tenga lecho propio; la NSV ha distribuido más de 674.000 camas que, junto con la ropa correspondiente, exigieron un gasto de 21.980.000 marcos. Por medio de otra colecta especial de la NSV se han podido enviar al campo cientos de miles de jóvenes hitlerianos que, alojados en tiendas de campaña, han aprovechado de educación intelectual y deportiva.
Las grandes medidas de auxilio: labor de las enfermeras nacionalsocialistas, patronato antituberculoso, organización de los salarios en los días sin trabajo en las minas, socorro especial a los territorios cuyas cosechas han sido perjudicadas por inundaciones, etc., lucha contra las epidemias, socorro por causa de catástrofes, etc., nos dan una idea de las formidables realizaciones de la NSV.


La Obra de Auxilio “Madre y Niño”

La familia, célula la más importante de la comunidad del pueblo en la ideología nacionalsocialista, es el centro y punto de partida de todas las obras de la NSV. En el verano de 1934 se creó la organización “Madre y Niño” como la expresión más evidente de la política demográfica, de educación y de fomento de la higiene. Sus funciones son las siguientes:
1º Contribuir a la eliminación de las necesidades económicas que influyen desfavorablemente en la vitalidad y en la salud de las familias sanas. Aquí se comprenden también el socorro económico, el de colocación de obreros y el de subsidios para la vivienda.
2º El fomento de la higiene de la madre y del niño para asegurar la existencia del pueblo. En esto se comprenden las disposiciones relativas al cuidado de las embarazadas y parturientas, las curas de reposo para las madres y niños.
3º La protección de los niños de edad preescolar para cuidar de su higiene y desarrollo físico. Esta cuestión está resuelta tanto para la ciudad como en el campo por los jardines infantiles, sobre todo durante la cosecha y en las comarcas fronterizas.
Para la realización práctica de la obra, cada grupo local de la NSV ha organizado un consultorio “Madre y Niño” dirigido por una mujer. Este consultorio recibe las solicitudes de las madres, las estudia y asesora a éstas incluso en cuestiones de carácter psíquico. El número de estos consultorios es de unos 26.000; en ellos trabajan juntas las enfermeras municipales, directoras de hogar, niñeras, asistentes sociales. A más de 227.000 asciende el número de las personas de ambos sexos empleadas en esta obra, de las cuales más de 100.000 son voluntarias.
Los medios económicos de la obra “Madre y Niño” provienen en primer lugar de las cuotas de los asociados de la NSV. Además, el Führer ha cuidado de que la obra “Madre y Niño” disponga, para poder cumplir su enorme labor, de más medios provenientes del “Auxilio de Invierno”.
De los datos obtenidos en la sección de estadística de esta obra se deduce que hay más de 160 colonias infantiles y 308 hogares de reposo para las madres. El número de niños enviados a las colonias y al campo en el año de 1937 ascendió a 480.000; desde el advenimiento del régimen nacionalsocialista, este número llega a un total de 1.800.000. En los hogares para el reposo de las madres fueron alojadas, en el año de 1937, 71.000 madres y unos 8.000 niños lactantes y de corta edad; el total de madres y niños se eleva a 246.000 desde la fundación de la obra. En el verano de 1937, la NSV tenía 4.139 colonias y jardines infantiles durante la cosecha; en ellos fueron atendidos mensualmente, por término medio, unos 103.000 niños. A los consultorios y dispensarios recurrieron hasta el momento actual unas 2.700.000 mujeres (Figs. 127, 128).


Auxilio de Invierno (WHW)

El canciller Adolf Hitler y el ministro de Propaganda Dr. Goebbels publicaron, el 13 de Septiembre de 1933, un llamamiento al pueblo para una gran obra de “Auxilio de Invierno” bajo la consigna “Lucha contra el hambre y el frío” que había de servir, además, como prueba de la solidaridad efectiva del pueblo alemán. En consciente oposición a las medidas tomadas en tiempos pasados, la campaña había de ser dirigida por el gobierno mismo y realizada por el pueblo entero. La ejecución del plan estaba en manos del Dr. Goebbels. La NSV llamó a la colaboración a todas las organizaciones del partido, asociaciones privadas y autoridades así como a las asociaciones industriales, comerciales, etc. Se constituyó una comunidad de trabajo nacional con divisiones provinciales, comarcales y locales y un consejo consultivo formado por los ministros y gobernadores.
Se trataba del auxilio a millones de personas necesitadas. Los 36 hombres que 3 días más tarde bajo la dirección del jefe de la oficina central de la NSV, Erich Hilgenfeldt, se instalaron en el edificio del Reichstag, tenían solamente 14 días de tiempo para organizar esta obra, ya que la WHW debía iniciar su labor el 1 de Octubre. En un discurso que Hilgenfeldt pronunció hace algún tiempo con motivo de una recepción, en las oficinas de relaciones exteriores del Partido, dedicada al cuerpo diplomático y a la prensa extranjera, describió las dificultades que tuvo que allanar para llevar a cabo el encargo de que “nadie debe sufrir hambre ni frío”. Para poder realizar este propósito tuvieron que ser entregadas cantidades extraordinarias de alimentos y de carbón.
El cumplimiento de esta misión fue tanto más difícil cuanto que en el primer año había unos 17 millones de alemanes necesitados de ayuda. Conforme al espíritu del WHW, necesitado es todo aquel que no puede mantenerse por sí mismo o mantener a su familia, total o parcialmente. Al reducirse el paro forzoso en los años posteriores se observó una disminución sensible en el número de los necesitados, de modo tal que en la segunda campaña del WHW 1934/35 bajó a 13,8 millones; en la tercera 1935/36 a 12,9; en la cuarta de 1936/37 a 10,7 y en la quinta de 1937/38 a 8,9. Es importante hacer notar que el número de las personas socorridas por el WHW es mucho mayor que el de los sin trabajo, debido a que se ayuda a la familia entera del menesteroso, a los pensionados y pequeños rentistas así como a los obreros que han estado largo tiempo sin trabajo.
Otra dificultad, que encontró la primera campaña del WHW, fue que la asistencia social nacionalsocialista no disponía aún de una organización experimentada para este fin, como más tarde. A pesar de todo, el primer año se obtuvo una suma de más de 350 millones de marcos, mientras que la suma total del Socorro de invierno en los dos años anteriores a la toma del poder por el nacionalsocialismo fue de unos 94 millones de marcos por término medio. He aquí las cantidades que se obtuvieron en los sucesivos inviernos: 1933/34: 350 millones; 1934/35: 360 millones; 1935/36: 372 millones; 1936/37: 408 millones y 1937/38: 410 millones; en total desde 1933 más de 1.900 millones de marcos. Estos números comprenden las colectas en efectivo y en especies. En el invierno 1936/37 se distribuyeron unos 11 millones de quintales de patatas y 42 millones de quintales de carbón, 80.000 quintales de carne y 186.000 quintales de pescado.
¡Tal colecta no se había visto jamás!

¿En virtud de qué organización fue posible alcanzar estos éxitos? La obra de “Auxilio de Invierno”, que de aquí en adelante posee su propio régimen como organización permanente de la comunidad del pueblo, está dividida en grupos regionales, comarcales y locales correspondientes a las mismas divisiones del Partido. El comisario del Reich, Hilgenfeldt, depende directamente del ministro de Propaganda. Colaboran también en la WHW las más variadas secciones del Partido, del Ejército, de la Policía, del Frente del Trabajo, así como todas las asociaciones privadas de asistencia social: la misión interior de la Iglesia evangélica, la católica Caritas, la Cruz Roja alemana, el Ejército de Salvación, los servicios públicos e incluso los adventistas[1].
Toda esta labor de carácter organizador y financiero hubiera quedado en estado fragmentario si los encargados de ella no hubieran recibido la ayuda de la multitud de colaboradores voluntarios de ambos sexos. En los meses de invierno de 1937/38 pasó de un millón el número de colaboradores a título honorario. Esto explica el enigma de los escasos gastos administrativos del WHW. Del estado de cuentas del año 1937/38 se deduce que los gastos han importado el 1,8% de las cantidades recaudadas.
Los fondos se obtienen de las más distintas maneras: una de ellas es el “Domingo del Plato Único”: el primer domingo de cada mes de invierno sólo se debe consumir al mediodía un plato de comida cuyo valor no ha de pasar de 50 céntimos, aplicándose lo mismo para las casas particulares que para los restaurantes. Estos últimos deben entregar la cuota así obtenida al Auxilio de Invierno, mientras que los particulares contribuyen a la colecta. Otros domingos se hacen colectas en las calles y en las casas en las que se venden insignias y emblemas. En el campo se colectan comestibles y lo mismo en los almacenes y casas de comercio, oficinas, etc. Las asociaciones de dependientes y empleados han establecido descuentos proporcionales a los sueldos y los obreros ceden por mes el importe de una hora de trabajo. Los titulares de cuentas corrientes en el banco o en el correo son invitados a donar mensualmente una cantidad determinada y en las sociedades industriales y de comercio se pasan listas de recaudación. En la calle se ha organizado con éxito una lotería cuyos billetes cuestan medio marco. Las personalidades más destacadas del Estado y del Partido se ponen a disposición del WHW para las colectas en la calle. En las organizaciones festivales más variadas actúan gratuitamente los más conocidos artistas. El producto total recaudado pasa a manos del WHW (Fig. 123, 124, 126).
No menos importante es el resultado producido por la obra del WHW en lo que concierne a la economía nacional. En primer lugar hay que citar las compras de productos alimenticios. El WHW no sólo es el mayor comprador de patatas y harina del mundo sino también de pescado y otros comestibles. Las patatas distribuidas por el WHW podrían llenar un saco cuyo fondo sería capaz de contener una pequeña ciudad alemana. El WHW adquiere el 20% del total de pescado que entra en Alemania. El “Hamburger Fremdenblatt” hizo constar que en el mercado de Altona se prepararon unos 4 millones y medio de kilos de pescado en filetes para el WHW con lo que cientos de obreros y obreras tuvieron un intenso trabajo durante dos meses. La grandiosa demanda de la WHW ha puesto en movimiento, por primera vez en la historia de la pesca de alta mar, a toda la flota pesquera de Altona durante los meses que antes se estimaban como tiempo de amarre inevitable.
Las compras del WHW obran también al mismo tiempo como reguladoras del mercado. Las ofertas repentinas del mercado quedan absorbidas por tales compras y con ello se impide una baja perjudicial del precio y el aniquilamiento de importantes valores. Cuando, en el verano de 1935, de gran sequía, la escasez de pastos obligó a sacrificar un mayor número de reses que en los tiempos normales, la dirección del WHW se declaró dispuesta a adquirir mayor cantidad de carne; asimismo mandó conservar cientos de miles de quintales de verdura fresca. En el invierno de 1935/36, el WHW compró unos 19 millones de Kg de legumbres que, debido a la espléndida cosecha, no podían ser vendidas en el mercado libre y que de otro modo se hubieran perdido inútilmente. En la lucha contra el frío el factor más importante es el aprovisionamiento de carbón por el WHW. En el invierno de 1937 a 1938 se distribuyeron unos 42 millones de quintales de carbón; en esta cifra no se cuenta ni la turba ni la leña consumidas. Se puede imaginar la magnitud del trabajo de esta obra y su importancia para la economía nacional si se piensa que para obtener esta ingente cantidad de carbón las minas del Sarre tendrían que trabajar, con todo su personal, durante cuatro meses. Para transportar el carbón del WHW se necesitarían 200.000 vagones de no haberse organizado un sistema especial de distribución. El tren formado con estos 200.000 vagones cubriría el trayecto que, pasando por el sur de Alemania y Francia, se extiende desde Berlín hasta el interior de España.
Con los metros de tela empleada para la confección de las prendas de vestir, que reparte el WHW, se podría cubrir la circunferencia de la Tierra aún con exceso (42.000 Km). La fabricación de más de 2 millones de pares de zapatos y botas, distribuidos por el WHW en el invierno de 1937/38, se ha hecho sobre todo en las regiones fronterizas del Reich.
Por último, no debe olvidarse el trabajo que se invierte en la fabricación de las insignias del WHW. Por ejemplo, en los talleres de metalurgia y de talla de piedras preciosas de Idar-Oberstein se ocuparon 2.000 obreros durante 12 semanas en la confección de un tipo de estas insignias. Son bien conocidos los efectos benéficos de la fabricación de insignias en la comarca de Erzgebirge y en la Selva de Turingia.
Debido a la reincorporación de Austria al antiguo Reich, en Marzo de 1938, el WHW se vio recargado de enorme trabajo que gracias a su admirable organización pudo cumplir sin ningún esfuerzo extraordinario. Hasta el comienzo de Junio de 1938 se repartieron en la región reincorporada, por medio de 200 cocinas de campaña, más de 5½ millones de raciones de comida caliente. Además, se distribuyeron bonos para comestibles y prendas de vestir por valor de 5½ millones de marcos. Hasta dicha fecha fueron enviados 92.000 niños de la región austríaca a otras regiones del Reich para reposar en ellas durante algunas semanas. El contingente para 1938 será de 140.000 niños que vendrán en vías de descanso y distracción a otras comarcas del Reich. Asimismo 60.000 hombres y mujeres del Estado federado austríaco disfrutarán en el año de 1938 de una larga permanencia gratuita en el territorio del antiguo Reich. La importantísima ayuda al Estado austríaco continúa todavía: hasta comienzos de Junio de 1938 se han enviado 743 vagones con víveres y prendas de vestir y, hasta el principio de la campaña del “Auxilio de Invierno” 1938/39, se ha previsto el envío de 1.264 vagones con víveres, sobre todo patatas, harina, manteca, azúcar, carne y legumbres. Además se enviarán 73 vagones cargados de prendas de vestir, especialmente zapatos, trajes y ropa interior. Hasta Septiembre de 1938 se distribuyó un total de 85 millones de marcos para el alivio de los menesterosos austríacos.
Aún en campos muy alejados de su actividad se notan los efectos benéficos del WHW y no se puede negar su importancia para la economía nacional. Los árboles de Navidad repartidos por el WHW ascienden a más del 10% del consumo total alemán; el número de libros entregados por el WHW es tres veces mayor que el de las nuevas publicaciones aparecidas anualmente en el mercado alemán de libros.
Por lo tanto, ya no es imaginable la separación del WHW de la esfera económica alemana.

Antes de terminar este capítulo, es necesario hacer constar de una manera clara que el WHW cumple su misión sin tener en cuenta la posición política, raza o nacionalidad del auxiliado. Al comienzo de la campaña de Auxilio de Invierno en el año 1935/36, Adolf Hitler dijo: “¡Nosotros no excluimos a nadie! Combatimos al comunista hasta vencerlo. Pero, si dice: tengo hambre, se le dará de comer”. El número de extranjeros socorridos en el invierno de 1937/38 ha llegado a unas 90.000 personas. El auxilio a los judíos necesitados se ejecuta por el Auxilio judío de Invierno.
Confiamos en que el cuadro que acabamos de trazar a grandes rasgos, habrá dado al lector una idea general del grandioso espectáculo que ofrece la obra de la asistencia social y de la solidaridad nacional al observador extranjero, aún a quien se muestre contrario al régimen de la nueva Alemania. Es imposible negar que el WHW es una nueva prueba viva e impresionante del socialismo de acción, que ya tuve ocasión de observar en otros campos de la Alemania actual.
Hitler sabe por propia experiencia cuán difícil es para el proletario la lucha por la existencia. Él mismo fue obrero tomando parte en las penas y necesidades de sus compañeros de igual modo que en sus esperanzas en la justicia social. Hitler es el hombre sencillo del pueblo que, por sus cualidades intelectuales y su firmeza de carácter, se ha elevado para ser el Führer de la nación y para dedicar su vida ascética —como en realidad es el caso de decirlo— al bienestar de su pueblo. Cuando Hitler tomó en sus manos la solución de las cuestiones político-sociales y de asistencia pública, conocía por propia experiencia las premisas necesarias para resolver problemas de tan vital importancia.
[1] Recordaremos también la obra de la señora Friedel Schumann, de Berlín, que en el invierno de 1937/38 hizo un viaje a caballo por toda la Prusia oriental colectando para el Auxilio de Invierno 160.000 marcos (Fig. 125).

Wednesday, May 24, 2006

Hitler mi amigo de juventud VII


STEFANIE

Hablando francamente, no me resulta agradable hablar aquí como el único testigo —aparte de la misma Stefanie— del amor juvenil de mi amigo, que desde comienzos de sus dieciséis años hubo de mantenerse durante más de cuatro años; me temo que con la descripción de la realidad de los hechos habré de decepcionar a todos aquellos que se prometen sensacionales revelaciones. Las relaciones de Adolf con esta muchacha, de una familia distinguida, se movían por entero en el marco de las costumbres vigentes, y eran absolutamente normales, a no ser que el concepto de la moral entre los sexos haya evolucionado de tal manera en la actual generación, que hubiera de considerarse como anormal el que en una relación entre jóvenes como a la que nos referimos —para decirlo en pocas palabras— “no sucediera nada”.
Hay que disculparme también que no cite aquí el apellido de esta muchacha, así como su nombre de casada. Lo he indicado en ocasiones a personas que se ocupaban de la investigación de la juventud de Hitler, y de cuya seriedad pude convencerme. Stefanie, que era uno o dos años mayor que Hitler, se casó más tarde con un oficial de alta graduación y vive hoy todavía, como su viuda, en Viena. Confío que ello habrá de hacer comprensible mi discreción.
En la primavera del año 1905, durante uno de nuestros paseos después de cenar, me asió Adolf fuertemente por el brazo y me preguntó excitado, qué me parecía aquella esbelta muchacha rubia que cruzaba la calle del brazo de su madre.
—¡La amo! — añadió, con decisión.
Stefanie era una muchacha garbosa, de esbelta figura. Su cabello era rubio y abundante, que casi siempre solía llevar en un moño. Sus ojos eran muy bellos, claros y expresivos. Iba vestida de manera verdaderamente elegante. Y también su porte demostraba que procedía de una casa acomodada y distinguida.
La fotografía del examen de reválida tomada por el fotógrafo Hans Zivny en Urfahr es algo anterior a este encuentro. En aquel entonces, Stefanie debía contar con diecisiete, a lo sumo dieciocho años. La fotografía nos muestra una muchacha de bellos y atractivos rasgos. La expresión de su proporcionado rostro es natural y franca. La abundante cabellera refuerza aún más esta expresión. Algo fresco y suave rodea este rostro como un delicado hálito.
El paseo al anochecer por la Landstraße era entonces una grata costumbre para los habitantes de la ciudad de Linz. Las damas contemplaban los escaparates, hacían sus compras. Se encontraban con conocidos, y los jóvenes se divertían de la manera más ingenua e inocente. Los jóvenes oficiales eran los más expertos en este arte. Al parecer, Stefanie vivía en Urfahr, pues venía siempre del lado del puente hacia la plaza principal, y se paseaba luego por la Landstraße del brazo de su madre. Con bastante puntualidad, a las cinco de la tarde, aparecían la madre y la hija. Nosotros aguardábamos junto a la esquina de la Schmiedtor. Dado que ni Adolf ni yo habíamos sido presentados a la joven muchacha, hubiera sido incorrecto por nuestra parte saludar a Stefanie. Una mirada debía sustituir la falta de saludo. Adolf no apartaba por un solo momento la mirada de Stefanie. Durante este tiempo, no era mucho lo que podía hacerse por él. En esta hora, parecía como transfigurado, muy distinto al de costumbre. En estos momentos era mucho más fácil entenderse con él.
Yo pude averiguar que la madre de Stefanie era viuda, y que vivía, aparentemente, en Urfahr, y que el joven que de vez en cuando aparecía al lado de Stefanie y que tanto irritaba a Adolf, era su hermano, que estudiaba Derecho en Viena, y que pertenecía a una asociación de estudiantes. Esta noticia tranquilizó grandemente a Adolf.
No obstante, alguna vez aparecían también algunos jóvenes oficiales, que hacían compañía a las dos mujeres. Al lado de estos jóvenes tenientes con sus gallardos uniformes, los muchachos tristes y pálidos como Adolf no podían llamar, ciertamente, la atención. Adolf se daba perfecta cuenta de ello y se desahogaba con elocuentes palabras. En última instancia su ira se manifestaba en una radical repulsión de todo el cuerpo de oficiales y todo lo militar. “Fatuas cabezas vacías”, como él los llamaba. Le molestaba enormemente que Stefanie se entretuviera con estos “ociosos”, que llevaban corsé y se perfumaban, según él afirmaba.
No cabe duda de que Stefanie no tenía la menor idea de cuán hondo era el afecto que Adolf sentía por ella. Ella le tenía por un enamorado algo tímido, pero chocantemente obstinado, de los llamados “apegados”. Cuando contestaba con una sonrisa a la mirada interrogante del hombre, se sentía éste feliz, y se sumía en un estado de ánimo como no pude observarlo jamás en él. Todo el mundo era entonces bueno y bonito y bien ordenado, y se sentía satisfecho. Pero si Stefanie, lo que sucedía con la misma frecuencia, desviaba fríamente su mirada, se mostraba abatido y hubiera deseado poner fin a sí mismo y al mundo entero.
Es cierto que son estos los síntomas típicos para el primer gran amor. Y se intentará probablemente también quitar importancia a estas relaciones entre Adolf y Stefanie calificándolas de “sueños de colegiales”. Este nombre está indicado quizá para el concepto que tenía Stefanie de estas relaciones. Pero para Adolf, esto era mucho más que un simple enamoramiento. El simple hecho de que esta relación durara más de cuatro años, y arrojara su luz aun sobre los subsiguientes años de miseria en Viena, demuestra que en Adolf este sentimiento era un auténtico y verdadero amor. Una prueba de lo profundo de este sentimiento es la exclusividad con que Adolf consideraba esta relación. En tanto que para los caprichos juveniles es típico un cambio continuo, para Adolf, durante estos años, no existió ningún otro ser femenino que Stefanie. No veía siquiera que al lado de ella existían también otras muchachas. Stefanie significaba para él todo lo femenino. No puedo recordar que ninguna otra muchacha le ocupara jamás. Cuando más tarde, en Viena, Lucie Weidt nos entusiasmaba como encarnación de Elsa en “Lohengrin”, expresó, como máxima alabanza, que mucho en ella le recordaba a Stefanie. Por su figura, Stefanie hubiera sido la intérprete ideal de la figura de Elsa y otras figuras femeninas de los dramas musicales de Richard Wagner. Sé todavía que durante mucho tiempo nos rompimos la cabeza sobre si Stefanie dispondría acaso de la capacidad musical necesaria para esta tarea, y una voz adecuada. Adolf lo admitía así, sin más. Justamente lo que de valquiria había en ella era lo que le atraía y despertaba en él el más cálido entusiasmo. Compuso innumerables poesías amorosas en honor de Stefanie. “Himno a la Amada” se llamaba una que me leyó de un cuaderno pequeño y negro de tapas flexibles. Stefanie cabalgaba como doncella del castillo tocada con un vestido de terciopelo azul oscuro y ondeante sobre un blanco palafrén por praderas cubiertas de flores. La abierta cabellera le caía como una cascada de oro sobre los hombros. Sobre ella resplandecía un claro cielo de primavera. Todo era una pura y radiante felicidad. Me parece ver todavía el rostro de Adolf extasiado de felicidad y encanto, y me parece oír su voz mientras me leía los versos. Stefanie llenaba tan por entero su ser, que todo lo que él decía, lo que hacía, lo que proyectaba para el futuro, se refería, directa o indirectamente, a ella. Al aumentar el alejamiento con su propio hogar, como típico de los jóvenes en estos años, Stefanie iba adquiriendo cada vez más influencia sobre mi amigo, y todo esto sin haber cruzado nunca una sola palabra con ella. Yo pensaba mucho más sobriamente sobre estas cosas, y recuerdo exactamente cómo discutíamos muy a menudo sobre este punto, de la misma manera que mi recuerdo de las relaciones de Adolf con Stefanie es mucho más claro que cualquier otro. Él solía afirmar que era del todo suficiente que se presentase algún día a Stefanie. Al momento se aclararía todo lo demás, sin haberse cruzado siquiera una palabra entre ellos. Entre unas personas tan extraordinarias como lo eran él y Stefanie no era preciso, en modo alguno, la comunicación oral, imprescindible entre las demás personas. Los seres fuera de lo normal se entendían entre sí con ayuda de la intuición, me explicaba mi amigo. Cuando se trataba de un tema aún tan distante, Adolf se manifestaba siempre persuadido que Stefanie no solamente conocería su plan con toda exactitud, sino que tendría el mismo inmenso interés que él. Si yo osaba objetar que todavía no le había contado nada de ello a Stefanie y que dudaba, incluso, de que se ocupara de tales cosas, se llenaba de indignación y me increpaba:
—Tú no puedes comprenderlo, porque no eres capaz de entender el sentido de un amor extraordinario.
Para tranquilizarlo le pregunté si podría infundir a Stefanie el conocimiento de estos complicados problemas simplemente con sus miradas. A ello se limitó a contestar:
—¡Es posible! No puedo explicarlo. En Stefanie está todo lo que está en mí.
Naturalmente, yo procuraba no profundizar demasiado en estas delicadas cuestiones. Pero me afectaba que Adolf me concediera tanta confianza. A ninguna otra persona, ni siquiera a su madre, le había hablado él de Stefanie.
La misma exclusividad, tan lógica para él, la exigía también de Stefanie. Durante mucho tiempo interpretó él el interés de la joven por otros jóvenes, especialmente por ciertos oficiales, como un a modo de maniobra de diversión, con la que Stefanie pretendía disimular sus apasionados sentimientos hacia él. Esta idea, empero, era seguida a menudo por accesos de furiosos celos. Adolf se sentía infinitamente desgraciado cuando Stefanie no concedía siquiera una mirada al pálido jovenzuelo que aguardaba junto a la esquina de la Schmiedtor, y dedicaba toda su atención a alguno de los jóvenes tenientes que solían acompañarla. ¿Cómo hubieran podido satisfacer a una muchacha joven y llena de la alegría de vivir las interrogantes miradas de este enigmático adorador, cuando había otros que sabían ofrecerle su adoración de manera mucho más desenvuelta? Pero nunca hubiera yo podido decirle algo semejante a mi amigo Adolf.
—¿Qué es lo que debo hacer? — me preguntó un día.
Pregunta ésta que yo no había oído pronunciar jamás de sus labios en otros problemas. Me sentí muy orgulloso de que recabara mi consejo. Por una vez podía yo sentirme superior a él.
—Muy sencillo— contesté —, saludas a las dos damas, te acercas a ellas, te presentas a la madre, pronunciando tu nombre a la par que te quitas el sombrero, y le pides luego permiso para hablar con la hija y poder acompañar a las dos.
Adolf me miró dudoso y consideró durante unos instantes mi proposición. Luego, sin embargo, la rechazó.
—¿Qué es lo que debo decir, si la madre me pregunta por mi trabajo? Al presentarme, debo decirle mi profesión. Lo mejor será decirla inmediatamente después del nombre. “Adolf Hitler, pintor académico”, o algo parecido. Pero yo no ha llegado todavía a esto. Primeramente tengo que llegar a serlo. Es fácil de imaginárselo. Para la madre la profesión es probablemente más importante que el nombre.
Durante mucho tiempo creí que Adolf era sencillamente demasiado tímido para presentarse ante Stefanie. Sin embargo, no era timidez lo que le retenía. Ya entonces poseía Hitler un concepto tan elevado de la relación del hombre con respecto a la mujer, que le parecía indigna la manera habitual de entrar en mutua amistad. Rechazaba rotundamente cualquier forma de flirteo. Estaba convencido de que Stefanie no tenía otro deseo que aguardar hasta que él llegara para rogarle fuera su esposa. Yo no estaba en modo alguno tan seguro. Pero Adolf, como en todos sus problemas y objetivos, se había trazado ya un plan concreto. Lo que no había conseguido el padre, y menos, todavía, la escuela; lo que incluso la madre había intentado en vano conseguir, lo consiguió esta muchacha extraña y desconocida, con la que no había cruzado siquiera una sola palabra: se trazó un minucioso plan para su futuro, gracias al cual habría de serle posible solicitar la mano de Stefanie dentro de cuatro años.
El resultado de las largas horas de conversación sobre esta difícil cuestión fue que recibí de Adolf el encargo de informarme en primer lugar con más detalle acerca de Stefanie.
Conocía yo a un violoncelista en la asociación musical, al que había visto en alguna ocasión conversando con el hermano de Stefanie. Gracias a este amigo averigüé que el padre de la muchacha, un alto funcionario del gobierno, había muerto hacía algunos años. La madre vivía de manera desahogada y recibía la correspondiente pensión de viuda, gracias a la cual podía ofrecer la mejor educación imaginable a sus dos hijos. Stefanie había estudiado en el liceo para señoritas y aprobado ya el examen de reválida. Cosa natural dada su belleza, tenía un gran número de admiradores. Le gustaba bailar y el invierno pasado había asistido, acompañada de su madre, a casi todos los bailes de importancia en la ciudad. Pero que él supiera —me dijo el violoncelista— no estaba todavía prometida.
Adolf se sintió muy complicado por el resultado de mis indagaciones, aun cuando le parecía sumamente lógico y natural que Stefanie no estuviera todavía prometida. Un aspecto de mis indagaciones, empero, le intranquilizó: Stefanie bailaba. Y, según me aseguró el violoncelista, le gustaba bailar y bailaba muy bien.
Esto no encajaba, ciertamente, en el cuadro que Adolf se había bosquejado de Stefanie. Una valquiria que se mueve sobre el parquet del brazo de alguna “cabeza hueca” de teniente, esto era para él difícil de concebir. ¿De dónde procedería este severo rasgo, casi ascético, que le impedía gozar de las naturales alegrías de la juventud? El padre de Adolf había sido un hombre lleno de la alegría de vivir, y de joven, como gallardo funcionario de las aduanas, había hecho perder sin duda la cabeza a más de una muchacha. ¿Por qué era Adolf tan distinto? Era un hombre ciertamente atractivo, bien desarrollado, y sus rasgos algo severos y demasiado graves estaban animados por la extraordinaria expresión de sus ojos, cuyo peculiar brillo podía hacer olvidar, incluso, la enfermiza palidez de su rostro. Bailar, sin embargo, estaba en tal contraste con su naturaleza, como el fumar o pasar las horas sentado en una taberna bebiendo cerveza. Esto no le era en modo alguno posible, aun cuando nadie, ni tampoco la madre, le alentara en esta rígida conducta.
Por fin había algo que me permitía burlarme de él, después de verme tantas veces escarnecido y burlado.
—¡Tienes que aprender a bailar, Adolf! — le manifesté con la mayor gravedad posible.
Esto hizo que el problema del baile pasara para él a un primer lugar. Recuerdo perfectamente cómo en aquel entonces, en nuestros solitarios paseos, no era ya el tema “Teatro” o “Reconstrucción del puente sobre el Danubio” el que ocupaba el punto central de nuestras conversaciones, sino el problema del baile. Como en todas aquellas cosas que no podía él resolver inmediatamente, lo había convertido en un asunto de interés general.
—Imagínate un salón lleno de gente —me dijo en cierta ocasión—, y trata de figurarte que eres sordo. No puedes oír la música que hace moverse a todas estas personas. Contempla luego este absurdo movimiento de las personas, que no ha de llevarlas a ninguna meta. ¿No te parecerán completamente locas estas personas?
—Es inútil pensar así, Adolf —le repliqué yo—, a Stefanie le gusta bailar. ¡Si quieres conquistarla, tienes que moverte tan loca y absurdamente como los demás!
No se precisaba más para provocar en él un arrebato de cólera.
—¡No, no, jamás! —me gritó en la cara —. No bailaré nunca, ¿me oyes? Stefanie baila solamente porque la obliga a ello la sociedad, de la que depende por desgracia. ¡Tan pronto se haya convertido en mi esposa, no sentirá ya la menor necesidad de bailar!
Cosa excepcional, esta vez no pudieron convencerle del todo sus propias palabras; pues una y otra vez surgía de nuevo ante sus ojos el problema del baile. Yo llegué incluso a sospechar que en su casa, bien cerradas las puertas, ensayaba incluso un par de cuidados pasos con su hermana pequeña. La señora Hitler, para complacer a Adolf, había comprado en otros tiempos un piano. Tal vez no tardaría en serme confiado el encargo de tocar algún vals para él. En este caso me proponía preguntarle yo si no se había vuelto sordo. A mi entender, se era sordo mientras bailaba. No necesitaba de ninguna música para poder moverse. También me proponía darle algunas explicaciones sobre la armonía entre la música y el movimiento corporal, que, al parecer, no había acabado todavía de comprender.
Pero no se llegó a ello. Adolf seguía meditando y buscaba una solución. Durante días, durante semanas enteras reflexionó sobre todo ello. En su desespero se le acudió una idea absurda. Llegó a considerar seriamente la posibilidad de raptar a Stefanie. A este fin trazó un plan con todos sus detalles. Mi papel a este respecto no era muy lucido, ciertamente. Yo debía iniciar una conversación con la madre, en tanto él se apoderaba de la hija.
—¿Y de qué pensáis vivir después los dos? —le pregunté yo, prosaicamente.
Esta pregunta le hizo recobrar, en parte, la serenidad. El osado proyecto fue abandonado.
Para mayor desgracia, Stefanie se mostraba en aquel entonces también de un desagradable humor. Pasaba de largo volviendo el rostro junto a la esquina de la Schmiedtor, como si Adolf no existiera siquiera. Esto llevó a mi amigo al borde mismo de la desesperación.
—No puedo resistirlo por más tiempo —exclamó—. ¡Voy a poner fin a todo ello!
Fue la primera vez y —en tanto yo puedo recordar— la única en que Adolf pensó con toda seriedad en el suicidio. Se proponía saltar por el parapeto del puente del Danubio, me dijo. Entonces, todo habría terminado ya para siempre. Pero Stefanie tenía que ir juntamente con él hacia la muerte. No quería renunciar a ella. De nuevo se trazó un plan con sus menores detalles. Me describió minuciosamente cada una de las distintas fases en que debía desarrollarse la espantosa tragedia, fijando, a la vez, mi intervención en ella, e incluso la manera cómo debía yo conducirme después, como único superviviente. La sombría escena me agitaba en medio de mis nocturnos sueños.
No obstante, no tardó de nuevo en aparecer el sol en el cielo, y así llegó aquel feliz día de Junio de 1906 para Adolf, que él no olvidaría nunca, lo mismo que yo. El verano estaba ya próximo y en Linz se celebraba un desfile acompañado de batalla de flores. Como de costumbre, Adolf me aguardaba frente a la iglesia de los carmelitas, a donde acudía yo cada domingo para asistir al servicio divino con mis padres. Después nos apostamos en la esquina de la Schmiedtor. Este sitio estaba ventajosamente situado, pues la calle es muy estrecha en este lugar y las carrozas que intervenían en el desfile debían cruzar muy junto a la acera. Desde la plaza principal llegaba hasta nosotros la airosa música de marchas militares. La banda del regimiento de Hessen desfilaba con sus resplandecientes instrumentos. Detrás de ella, adornados a más y mejor con flores, se alineaban las diversas carrozas, desde las que jóvenes muchachas y señoras de edad saludaban alegremente a los espectadores. Pero Adolf no veía ni oía nada de ello. Febrilmente aguardaba a Stefanie. Estaba próximo ya a abandonar toda esperanza de ver a la amada, cuando Adolf me asió de repente el brazo con tanta fuerza que me hizo daño. En un bello carruaje adornado con flores acababan de aparecer la madre y la hija en la Schmiedtorstraße. Me parece todavía ver la escena ante mis ojos. La madre iba ataviada con un vestido de seda gris claro, y sostenía en lo alto una graciosa sombrilla roja, a través de la cual los oblicuos rayos conjuraban un hálito rojizo sobre el rostro de Stefanie, que vestía un vaporoso vestido de seda. El vehículo no estaba adornado de rosas, como los demás, sino con sencillas florecillas silvestres. Todo el coche estaba cubierto de rojas amapolas, blancas margaritas y azules acianos. La joven sostenía en sus manos un ramo de las mismas flores. El coche se aproxima a nosotros. Adolf parece clavado en el suelo. Nunca había aparecido Stefanie tan encantadora como entonces. El coche llegó frente a nosotros, muy cerca de nosotros. El rayo de unos claros ojos se posa entonces en Adolf. Stefanie le sonríe con toda la despreocupación propia de la festividad del día, toma una flor de su ramo y se la arroja a mi amigo.
No he visto nunca en mi vida a Adolf tan feliz como en aquel momento. Cuando el coche hubo pasado, me arrastró hasta la tranquila Kloestergasse. Después nos apresuramos hasta el paseo desierto en este momento. Contemplaba conmovido la flor, esta visible prenda del amor de la muchacha. Me parece oír todavía su voz, temblorosa de excitación, junto a mi oído:
—¡Siente afecto por mí! Tú mismo lo has visto. ¡Siente afecto por mí!
En los meses que siguieron, cuando la decisión de abandonar definitivamente sus estudios en la escuela real le llevó a disgustos con su madre, y mientras yacía enfermo, el amor por Stefanie era su único consuelo, y la flor de Stefanie la llevaba siempre consigo en un medallón. Nunca como entonces me necesitó tanto Adolf como amigo; pues yo era la única persona a la que había confiado su secreto, y sólo por mi mediación podían llegar hasta él noticias sobre Stefanie. Día tras día debía yo apostarme, a la hora de costumbre, junto a la esquina de la Schmiedtor, para poder comunicarle luego todo lo que podía observar, en especial con quién habían hablado la madre y la hija. En opinión de Adolf, Stefanie debía sentirse muy triste de verme sólo a mí en el lugar de costumbre. Esto no era así, ciertamente, pero yo se lo silenciaba a mi amigo. Que Stefanie pudiera gustarme también a mí, a esta conclusión no llegó jamás, por suerte, Adolf en sus pensamientos; pues la menor sospecha en este sentido hubiera significado el fin de nuestra amistad.
Para ello no había, empero, la menor razón, y así pude informar yo a mi pobre amigo con la mayor franqueza el resultado de mis observaciones. La madre de Adolf había observado hacía tiempo el cambio experimentado en su hijo. Una noche, me acuerdo aún perfectamente de ello, pues la pregunta me sumió en una gran confusión, me preguntó la mujer, abiertamente:
—¿Qué es lo que le pasa a Adolf, señor Kubizek, por qué le espera él con tanta impaciencia?
Yo balbucí una excusa cualquiera y me dirigí, lo más rápidamente posible, a la habitación de Adolf.
Mi amigo se sentía feliz cuando yo podía traerle novedades de Stefanie:
—Tiene una bella voz de soprano— le dije en cierta ocasión.
A estas palabras exclamó, lleno de sorpresa:
—¿Cómo sabes tú esto?
—La he seguido durante un buen trecho y la he oído hablar. ¡Entiendo lo bastante de música para saber que esta clara y limpia voz podría dar una buena soprano!
Adolf se sintió complacido por esta noticia. Y yo me alegré también de verle tan feliz, postrado en el lecho.
Yo debía seguir siempre por el camino más corto, desde el paseo hacia la Humboldtstraße. A menudo encontraba a Adolf trabajando en un ambicioso proyecto.
—Ahora está decidido —me dijo en cierta ocasión con hosca gravedad, cuando le hube comunicado mi informe—, ¡construiré la casa para Stefanie en estilo Renacimiento!
Después me invitaba a darle mi opinión sobre el proyecto, especialmente sobre la situación y las dimensiones del salón de música. Había prestado una particular atención a que este lugar tuviera una buena acústica. Yo debía decirle cuál era el lugar más indicado para el piano. Y así por el estilo. Todo esto se comentaba en un tono, como si no cupiera ya la menor duda en la realización de estos planes. Una sobria pregunta acerca del dinero era rechazada con un rudo “¡Qué tontería, el dinero!”, frase que pude oír a menudo de sus labios. También discutíamos acerca del lugar en que debía construirse esta maravillosa villa; como músico abogaba yo por Italia, en tanto que Adolf afirmaba, con obstinación, que esta mansión no podía construirse más que en Alemania, en las cercanías de alguna gran ciudad que les permitiera a él y Stefanie asistir a la ópera y a los conciertos.
Apenas pudo abandonar Adolf el lecho de enfermo, cuando se dirigió inmediatamente a la ciudad y se apostó, una vez más, en la esquina de la Schmiedtor. Todavía estaba muy pálido y desmejorado. Puntual como siempre apareció Stefanie del brazo de su madre. Vio a Adolf, pálido, con las mejillas hundidas y le sonrió.
— ¿Te has dado cuenta? —se volvió aquél hacia mí, lleno de felicidad.
— Desde este instante empezó a mejorar de manera rápida su salud.
Cuando en la primavera del año 1906 se dirigió Adolf a Viena, recibí de él detalladas instrucciones acerca de la manera cómo debía comportarme frente a Stefanie, pues estaba convencido de que la joven no tardaría en dirigirse a mí y preguntarme si mi amigo estaba de nuevo enfermo, dado que yo estaba solo en la esquina. Yo debía contestarle de la siguiente manera:
“Mi amigo no está enfermo, sino que tuvo que partir para Viena, para empezar allí sus estudios en la Academia de Artes Plásticas. Una vez terminados sus estudios, pasará un año viajando por el extranjero, naturalmente.” (Yo insistí en poder decir “Italia”.) — ¡Está bien, pues, en Italia! — “Dentro de cuatro años estará de regreso y entonces pedirá su mano. Caso de aceptarle usted, tendrán lugar inmediatamente los preparativos para la ceremonia.”
Como era de suponer, tuve yo que informar continuamente a Adolf por escrito a Viena acerca de Stefanie. Como resultaba más económico mandar tarjetas que cartas, al despedirnos, Adolf me dio una clave para Stefanie: Benkieser. Era éste el nombre de un compañero de colegio de Adolf. Hasta qué punto se acordaba Adolf de este “Benkieser”, a pesar de las muchas y variadas impresiones en Viena, lo demuestra una sencilla tarjeta postal que me escribió mi amigo el 8 de Mayo de 1906. “Me siento todavía atraído hacia mis queridos Linz y Urfahr”, me dice en ella. La palabra Urfahr está subrayada. Quería indicar, naturalmente, a Stefanie, que vivía en Urfahr. “Yo quiero o debo ver de nuevo a Benkieser. ¿Qué es lo que está haciendo?...”
Pocas semanas más tarde regresó Adolf de nuevo de Viena. Yo fui a buscarle al tren. Recuerdo perfectamente cómo llevábamos alternativamente las maletas y cómo me rogó que le contara a toda prisa lo que sabía de Stefanie. Debíamos darnos prisa, pues dentro de una hora empezaba el paseo. Adolf no quería creer que Stefanie no hubiera preguntado siquiera por él. Estaba firmemente convencido de que ella sentiría el mismo anhelo por él que él por ella. En su interior, empero, se alegraba de que no se me hubiera presentado la ocasión de desarrollar ante Stefanie sus ambiciosos planes para el futuro, pues éstos le parecían ahora extraordinariamente míseros. Llegados a la Humboldtstraße, saludó a su madre. Después nos encaminamos directamente a la esquina de la Schmiedtor. Adolf aguardaba lleno de excitación. Transcurrieron unos minutos de ansiedad. Puntualmente apareció Stefanie del brazo de su madre. Una mirada sorprendida se fijó en Adolf. Esto era suficiente. No quería nada más.
Yo, por mi parte, me sentí lleno de impaciencia.
—¡Ya podrás darte cuenta de que ella desea que le dirijan la palabra! —le expliqué a mi amigo.
—¡Mañana! —contestó Adolf.
Pero este mañana se convirtió en un pasado mañana, y transcurrieron los días, semanas y meses y años sin que Adolf hubiera hecho nada para modificar esta situación, que tan intensa y profundamente le afectaba. Era natural que Stefanie no hiciera tampoco. Arrojarle una flor con una alegre sonrisa aprovechando la alegría propia del ambiente en una batalla de flores era lo máximo que Adolf podía esperar de ella. Todo paso, por parte de la muchacha, más allá de los estrictos límites de las convenciones sociales, hubiera destrozado además la imagen que Adolf llevaba de Stefanie en su corazón.
Tal vez fuera ésta la razón de su curiosa timidez: el temor a destrozar esta imagen ideal al conocerla mejor. Pero para él, Stefanie no era solamente el símbolo de todas las virtudes femeninas, sino también la mujer que participaba con el máximo interés en sus múltiples y variados planes. No había nadie, fuera de él mismo, a quien atribuyera tantos conocimientos e intereses como a Stefanie. La menor desviación de esta imagen hubiera provocado en él una espantosa decepción. Naturalmente, y de ello estoy yo plenamente convencido, a la primera conversación con Stefanie hubiera sentido él esta decepción; pues, bien considerado, ella no era más que una muchacha joven y llena de la alegría de vivir como muchas otras, y tenía seguramente los mismos deseos que aquéllas. Inútilmente hubiera buscado Adolf en ella aquellos geniales pensamientos e ideas atribuidos por él, de manera tan obstinada, a Stefanie, hasta convertirla, por decirlo así, en el complemento femenino de su propia personalidad. Sólo el más absoluto alejamiento podía conservar para él esta imagen.
Elocuente es también el hecho de que el joven Hitler, que con su sin igual desprecio rechazaba a la sociedad burguesa, se atuviera, en estas relaciones amorosas, a las leyes y normas sociales de este tan despreciado mundo de la burguesía que muchos de los mismos miembros de esta capa social. Las reglas de la decencia burguesa y de las buenas costumbres eran, para él, el muro protector tras el cual se levantó esta veneración por Stefanie. “¡No hemos sido presentados!” ¡Cuán a menudo oí yo estas palabras de sus labios! Aun cuando, por lo general, estaba acostumbrado a pasar con un encogimiento de hombros por encima de todo lo establecido. Sin embargo, esta rigurosa observación de las formas sociales correspondía a su entero modo de ser. Se ponía de manifiesto en su siempre correcta vestimenta, en su cuidadosa conducta, así como en su honestidad natural, que tanto gusta en él a mi madre. Jamás pude oír una palabra equívoca o un chiste de parecida especie de sus labios.
Esta extraña relación amorosa de Adolf con Stefanie, a pesar de sus aparentes contradicciones, está plenamente de acuerdo con el cuadro del carácter del joven Hitler. El amor era un terreno que no puede abarcarse de una sola mirada, y que podría ser peligroso para él. ¡Cuántos que habían partido con ambiciosos proyectos no habían sido desviados del camino propuesto por unas irregulares e imprevisibles relaciones amorosas! ¡Era necesario tomar aquí las máximas precauciones!
El joven Hitler encontró de manera instintiva, ya que no consciente, el camino adecuado para sus relaciones con Stefanie: había alguien a quien amaba, pero a quien no poseía. Toda su vida estaba orientada de tal manera hacia este ser amado, como si lo poseyese por entero. Pero, como él mismo evitaba todo encuentro, de hecho esta muchacha, aun cuando existía de manera visible para él sobre la tierra, era en realidad una criatura hija de sus sueños, hacia la que podía él proyectar sus deseos, proyectos e ideas. Esto le evitaba apartarse de su propio camino, más aún, esta peculiar relación aumentaba su propia voluntad con el poder del amor. Ve a Stefanie como su esposa, construye la casa en la que vivirá con él, la rodea de un parque maravilloso y se instala en ella con Stefanie, como más tarde, de todas formas sin Stefanie, en el Obersalzberg. Este encadenamiento de sueño y realidad es característica para el joven Hitler. Y si existe el peligro de que la criatura amada se deslice por entero al reino de la fantasía, se encamina presuroso a la esquina de la Schmiedtor, y se convence de que el ser a quien ama camina, realmente, por esta tierra. Hitler no fue apoyado en su camino por lo que Stefanie era en realidad, sino por lo que él hizo de Stefanie en su fantasía. Así, Stefanie tenía un doble aspecto para él: una parte de realidad, una parte de deseo y fantasía. Sea como sea, Stefanie fue el más bello, el más puro sueño de su vida.

La Alemania de Hitler VIII


VIII

Política Social y Trabajo


El concepto de política social, cuyo fin es la paz social dentro del pueblo entero, ha vuelto a ganar en la Alemania actual su primitivo significado. Según la concepción nacionalsocialista se comprende aquí también a la clase labradora que hasta ahora había estado fuera de toda consideración político-social. La economía está asimismo supeditada a la política social, ya que el asunto obrero no se puede separar de sus propios problemas y sin una sólida base económica no puede imaginarse un favorable desarrollo de las condiciones sociales.
Estas relaciones recíprocas entre la economía y la política social se evidencian en virtud de que en Alemania se ha eliminado la falta de trabajo gracias a la reanimación económica. En lugar del antagonismo entre las políticas social y económica aparece ahora lo que es común a ambas, es decir, la íntima colaboración de los dos grupos. Precisamente la intensificación de esta obra común lleva a la comprensión y a la paz social.
Bajo el régimen nacionalsocialista se han conservado todas aquellas partes de la política social anterior que se relacionaban con el trabajo y los obreros. Nada se ha suprimido, bien al contrario todos los sectores han experimentado una ampliación. Al ajuste de los salarios por parte del Estado se añadió la intervención en las condiciones del trabajo: la protección del trabajo se ha aumentado por medio de la asistencia sanitaria general; asimismo se ha establecido la reglamentación de licencias, vacaciones, organización de las horas libres y del recreo, etc. La protección del trabajador, en caso de paro, por mediación y subsidio fue ampliada en el sentido de procurar trabajo, dirigir la mano de obra y ofrecer las posibilidades de trabajo. El fomento de la higiene pública se practica mediante la protección general de la vida de los trabajadores, la cual comprende el régimen de viviendas y colonias obreras y contribuye por tanto al bienestar general de la clase obrera.
En su libro “Mein Kampf”, Adolf Hitler dice que la labor social no es obra realizada con la pretensión de que se reconozca con gratitud, puesto que no debe repartir mercedes sino establecer derechos. Además dice que una de las primeras cuestiones de la “nacionalización” de un pueblo consiste en crear condiciones sociales sanas como fundamento de las posibilidades de educación del individuo.
Con esto dio a entender el Führer cuáles son los grandes e importantes temas que la política social del Estado nacionalsocialista ha de desarrollar. Tiene que ser una política orientada hacia la justicia social. Debe empezar por establecer el fundamento de un orden social, creando la organización social del trabajo, y éste sólo puede ser justo si está encaminado al fin político supremo: la comunidad del pueblo.
Si en alguna parte la palabra comunidad alcanza su pleno sentido y completa significación es precisamente en el dominio de lo social, en la organización práctica de las relaciones de los trabajadores entre sí y con la comunidad del pueblo. El postulado ético encerrado en este concepto debe expresarse en toda obra de legislación social. Una vez que la idea de la comunidad se haya comprendido en toda su magnitud será justa toda ley basada en ella y asimismo lo será su aplicación. La gran intuición del Führer se debe a que él mismo ha sabido sentir lo que precisamente el obrero alemán ansiaba en lo íntimo de su ser: poner fin a la falta de vida espiritual en su trabajo y que éste, manual o intelectual, debe estar impulsado por un gran ideal.
El nuevo estatuto del trabajo que —como más adelante veremos— el Tercer Reich ha dado al obrero alemán con la Ley sobre la organización del trabajo nacional fue aceptada por la clase trabajadora con plena aprobación, gracias a que devolvía al obrero su dignidad humana y lo encajaba con igualdad de derechos en el cuerpo nacional. Por la introducción del concepto de honor social, el trabajo manual perdió el carácter de mercancía que había tomado ya desde el comienzo de la industrialización. El honor social no conoce graduación ni para los patronos ni para los obreros. Todos los trabajadores que participan en la obra común son igualmente respetados y honrados. Las disposiciones ulteriores de la ley de la organización del trabajo nacional relativas a los deberes de previsión del patrono y los de fidelidad del personal han vuelto a revivir como un patrimonio alemán que yacía enterrado hace largo tiempo. No se hizo por simple romanticismo sino por satisfacer una realidad obligatoria. La disposición complementaria, del 3 de Diciembre de 1937, dictada por el comisario del Plan Cuadrienal, presidente del Consejo, mariscal Göring, sobre el pago de jornales en los días festivos, prueba que el gobierno del Reich tiene conciencia de la deuda de reconocimiento, contraída para con el trabajador alemán, encontrándose firmemente decidido a pagarla con hechos sociales.
Problemas de la más distinta naturaleza se reúnen en una finalidad común y su íntima unión y compenetración se revela a cada paso, para servir al bienestar del pueblo y del Estado. Alemania es actualmente un Estado democrático, cuya base está formada por la confianza y la fidelidad espontáneas que el pueblo tributa al Führer. Los conceptos de pueblo y Estado se funden entre sí; el pueblo es la condición previa para la existencia del Estado. De aquí que el Estado tenga el deber de unificar la política social de la misma manera que las demás ramas de la vida nacional, comenzando por la procuración y organización del trabajo y concluyendo por la protección, el descanso y el bienestar del obrero.
El Ministerio del Trabajo del Reich en unión con los ministerios de Hacienda y Economía y los negociados correspondientes de la organización obrera nacionalsocialista del Frente alemán del Trabajo se encarga de cumplir estos fines de administración social. El Ministerio del Trabajo y de Prusia del Reich, como órgano supremo para los asuntos de política social, se divide en las cuatro Direcciones generales siguientes. 1º Asuntos generales, Administración del Ministerio del Trabajo de Prusia y del Reich y de los servicios subordinados, previsión social y asuntos de higiene social, en particular de previsión médica. 2º Seguro social, bienestar público, política social internacional y extranjera, bolsa del Trabajo, colocación de obreros, procuración de trabajo, subsidios a los obreros sin trabajo. 3º Protección del trabajo e inspección de fábricas inclusive la higiene industrial e inspección médica industrial, legislación obrera, organización social, política de salarios y económica. 4º Colonización, viviendas y construcciones urbanas.
Como vemos, al Ministerio del Trabajo corresponde, además, una serie de organismos y dependencias de la administración social, como el negociado de seguros sociales, tribunales de previsión social, los inspectores del Trabajo, el museo alemán de protección del Trabajo, los jefes y oficinas de la previsión social, la oficina de colocación de obreros y de seguro contra el paro forzoso, el instituto nacional de seguros sociales para empleados, el cuerpo de mineros del Reich, los institutos regionales de seguros, las cooperativas de seguros contra accidentes, las sociedades de seguros contra enfermedades en las profesiones marinas, etc.


La Lucha contra el Paro Forzoso

Cuando Adolf Hitler se hizo cargo de los asuntos del Estado, en Enero de 1933, el número de obreros ocupados en Alemania había descendido a 11,5 millones y el de los sin trabajo había subido a 7 millones, de los cuales 6 estaban registrados en las oficinas del trabajo. El paro forzoso incluyendo a las familias de los obreros sin trabajo afectaba a casi un tercio del pueblo alemán. El socorro a los obreros parados creció hasta llegar a la cifra de 3.150 millones de marcos, mientras que los ingresos por contribuciones descendieron a 6.600 millones de marcos.
Los últimos gobiernos, antes de hacerse cargo del poder el nacionalsocialismo, trataron de disminuir el paro con la adopción de medidas de gran amplitud para la procuración de trabajo (Programa Papen, Agosto de 1932: 2.000 millones; programa de emergencia de 1933: 2.700 millones de marcos). A estos programas les faltó una dirección unitaria y el vasto frente que pudo crearse después gracias a la aportación de medios poderosos. No era posible llevar a cabo una acción de tan grande envergadura sin la confianza del pueblo en su gobierno y sin una centralización orgánica de todas las fuerzas, factible solamente en el nuevo Estado.
Las medidas tomadas por el gobierno nacionalsocialista para la procuración de trabajo se dividen en:

1º Procuración inmediata de trabajo mediante la concesión de trabajos públicos adicionales y adjudicaciones;
2º Procuración indirecta de trabajo por medio de la aportación de medios públicos y facilidades contributivas para el estímulo de la iniciativa privada;
3º Fomento de las admisiones de obreros mediante anticipos públicos y facilidades en los impuestos.
4º Disminución de la demanda de trabajo por medio de la retención de los obreros fuera de la esfera económica.

Al primero de estos postulados se aplicó el programa Reinhardt (llamado así según el nombre del joven e inteligente secretario de Estado del Ministerio de Hacienda, Fritz Reinhardt) de fecha 1 de Junio de 1933, que puso en circulación bonos del tesoro para el trabajo, por valor de 1.000 millones de marcos para la ejecución de trabajos públicos de gran valor y de utilidad nacional. Se trataba de trabajos de construcción y renovación de edificios administrativos y de viviendas, puentes y otras construcciones semajantes, canalizaciones fluviales, construcción de canales, puertos, reparaciones de carreteras, etc., es decir trabajos que casi exclusivamente beneficiaban a la industria de la construcción, pero que también originaron una acción vivificadora en toda la economía nacional. Mediante la incorporación de muchos obreros desocupados en el organismo de la producción se aumentó, con el poder adquisitivo de las masas, el movimiento de ventas de los productos alimenticios y aquellos de necesidad cotidiana: como consecuencia surgieron nuevos y numerosos trabajos.
Además, el programa Papen proporcionó 302 millones de marcos y el de emergencia 600 millones, que aún quedaban sin consumir; la mayor parte del plan de trabajo de estos dos programas no se había realizado aún al tomar el poder el nacionalsocialismo. Finalmente, estaban a disposición de este plan 360 millones, en forma de cupones de crédito sobre impuestos.
A esto hay que agregar la grandiosa obra de las autopistas nacionales para la que se destinó la cifra de 3.500 millones de marcos, distribuidos en un período de construcción calculado en 6 ó 7 años. Luego siguió una considerable ampliación de las obras de almacenes, muelles, etc., de los ferrocarriles (unos 1.000 millones de marcos) y de los servicios de Correos del Estado así como una notable intensificación de los trabajos públicos de emergencia promovidos por la oficina del trabajo y del seguro contra el paro. Mediante una suscripción pública, a fines de 1935, para el fomento del trabajo nacional se redondeó, junto con los medios de que ya se disponía, la cifra de 5.518 millones de marcos, destinada a trabajos de emergencia.
El proyecto de las autopistas nacionales abarca la construcción de 7.000 kilómetros. Más de 100.000 hombres tienen ocupación durante varios años y muchos otros miles reciben indirectamente pan y trabajo de las industrias relacionadas con esta obra. El plan surgió por iniciativa de Adolf Hitler quien, en 1933, pocos días después de la toma del poder, proclamó la consigna de la “motorización”, que dio además un gran impulso a la industria del automóvil.
Dada la precaria situación de la economía alemana, estos medios, de tan colosales proporciones, para el fomento del trabajo no se podían procurar ni por el camino de los impuestos ni por el de los empréstitos. Los fondos necesarios para estos trabajos se obtuvieron y se obtienen por medio de giros, de manera que el empresario, a quien se le encarga la construcción de una obra pública, gira sobre uno de los institutos de crédito especialmente autorizados por el Reich[1].
El Reichsbank está dispuesto a redescontar estos giros y el Estado se obliga a hacerse cargo del costo derivado de tal operación de crédito y de cancelar paulatinamente los giros de procuración de trabajo.
Este genial mecanismo tenía en cuenta las posibilidades del mercado monetario y de capitales y adoptó la necesaria ampliación de crédito a la capacidad de la economía nacional. Esto ha hecho posible que a pesar del enorme movimiento de dinero producido por el programa de trabajo se haya evitado toda clase de trastornos en la política monetaria y de créditos. En efecto, la circulación monetaria durante la ejecución del programa se elevó sólo 250 millones de marcos, aproximadamente.

El segundo medio para aumentar las posibilidades de trabajo era el indirecto que consistía en fomentar de un modo general la iniciativa privada mediante anticipos para la construcción y renovación de viviendas y en reducir los impuestos sobre las inversiones nuevas de capital.
Todos los créditos, anticipos y reducciones de impuestos, que desde el 30 de Enero de 1933 se han concedido en la nueva Alemania, están dedicados a un fin determinado. Su fin inmediatamente, relacionado con el fomento del trabajo, estimula y apoya la colaboración. Este principio fue proclamado por Adolf Hitler en la fiesta del trabajo nacional del 1 de Mayo de 1933:

Pueblo alemán, créeme que no hay que buscar en las estrellas la solución del problema del trabajo. Tú mismo debes ayudar a resolverlo, con inteligencia y confianza hacer todo lo posible por procurar trabajo. El empresario, el propietario de casas, el hombre de negocios, cada uno de vosotros, según vuestras posibilidades, tiene el deber de ayudar a su consecución, y antes que todo, cada uno tiene el deber de pensar en el trabajo alemán.

Las facilidades sólo entraban en vigor cuando se lograba la colocación de obreros parados.
Para cumplir los fines de este método indirecto de la procuración de trabajo se ha dispuesto también de sumas importantes. El segundo programa Reinhardt, del 21 de Septiembre de 1933, suministró, por sí solo, la cantidad de 500 millones de marcos como anticipos correspondientes al valor de la quinta parte de los gastos de reparación y renovación de edificios destinados a viviendas. Todo el que dividía habitaciones grandes, almacenes o cualquiera otra clase de localidades con el propósito de transformarlas en viviendas pequeñas, percibía por parte del Estado la mitad de los gastos originados. La reducción de impuestos por ampliación de talleres, la adquisición de maquinaria y herramientas, etc., contribuían también a esta obra.
La construcción de automóviles ha experimentado un aumento considerable gracias a la exención de impuestos para el comprador de coches nuevos. Asimismo ha contribuido al aumento del trabajo la reducción de impuestos sobre las ventas en el comercio interior al por mayor, que facilita a la industria el almacenado en mayor escala y una distribución más homogénea de los pedidos. Por último, la excención de impuestos para las casas propias y viviendas baratas de nueva construcción.
Tanto los ferrocarriles como las compañías de navegación fluvial se han declarado estar dispuestas a transportar a precios reducidos el material para los trabajos a emprender.
En algunos círculos se ha censurado al gobierno porque de esta forma se favorezca siempre la especulación privada de los comerciantes e industriales. El Führer, siempre enterado de los efectos de su política, hasta en los más íntimos detalles, tomó posición frente a esta censura: “Estábamos enteramente decididos a no hacer ningún regalo a la economía, sino sólo a emplear todos los medios de que disponíamos para el fomento práctico y positivo del trabajo... La iniciativa que ha tomado el Estado sólo tiene como única finalidad la de estimular el espíritu emprendedor en el orden privado para que la vida económica de la nación vuelva a su estado independiente.”
La ayuda del Estado, en ningún caso, ha sido un regalo para la política de trabajo del nacionalsocialismo. 500 millones de marcos han puesto en movimiento 2.000 millones de inversiones privadas que habrían sido necesarios para realizar esta obra. Cerca de la mitad fue distribuida en forma de jornales a los obreros sin trabajo. El Estado ahorró así 300 millones en el socorro a los parados. Los obreros que volvían a ser colocados pagaban sus impuestos y cuotas sociales por intervención de los patronos que los descontaban directamente de sus jornales. De este modo reingresaron, considerablemente aumentados, los 500 millones que el Estado había desembolsado.
A la nueva Alemania, al país de las máquinas “por excelencia” se le hizo el reproche de “atacar el maquinismo”, porque una ley restringió el empleo de algunas máquinas, pero esto se refería solamente a la industria del tabaco y establecía que las máquinas destinadas al enrollado de cigarrillos y de la hoja exterior del cigarro puro no se construyeran más y que las máquinas paradas ya no se pusieran en servicio. La ley sólo comprendía la producción destinada al mercado interior. El rotulado con las inscripciones que decían “confeccionado a mano” y “la confección a mano da pan al obrero alemán” que podían leer en las cajetillas de cigarrillos, mostraban que de esta manera miles de obreros sin trabajo habían vuelto a encontrar un medio de existencia. Si se reflexiona que un caballo de fuerza corresponde a una energía 4,5 veces mayor que la del hombre, este retorno al pasado era de beneficio para la consecución de trabajo. Otros países han seguido el ejemplo de Alemania; desde hace algún tiempo los economistas ven en la intervención de la máquina una de las causas de la crisis mundial.
En Alemania, desde 1936, en vez de paro forzoso hay carencia de brazos, de tal modo que este principio tuvo que ser relegado y de nuevo las máquinas fueron puestas en servicio, como con toda claridad se deduce del discurso programático de Adolf Hitler pronunciado el 20 de Febrero de 1938. Hablando del futuro programa económico el Führer decía:

El aumento de la natalidad nos obliga ya asegurar por medio de un incremento de nuestra producción los medios de subsistencia de toda la nación. Nos hemos visto obligados en los años 1933/34 a colocar a los obreros alemanes no raras veces en la forma más primitiva de trabajo para proporcionarles por lo menos un modo de ganarse el sustento. Palas y picos fueron en estos años las herramientas de muchos cientos de miles de hombres alemanes. Con el progreso de nuestra vida económica se produjo también una lenta transformación en nuestros métodos de trabajo. Hoy padece Alemania de escasez de obreros especializados. El paro forzoso propiamente dicho ha sido casi completamente eliminado. Entramos en una nueva fase de nuestra producción nacional. Ahora es el momento de reemplazar poco a poco los métodos de trabajo primitivos por otros mejores y sobre todo más perfeccionados técnicamente. Nuestra meta ha de ser apartar cada vez más al obrero alemán de primer orden del trabajo primitivo para llevarlo a una labor de alta calidad. Queremos dejar al cuidado de la máquina, creada por una labor inteligente, la realización del trabajo más primitivo.

Para contribuir a la reducción del número de obreros parados se ha recurrido al servicio llamado ayuda agrícola. Con el auxilio de los anticipos de la Oficina de trabajo y de seguro contra el paro han podido colocarse hasta 160.000 obreros jóvenes procedentes de las ciudades y centros industriales; pronto se familiarizaron con el trabajo del campo; de este modo, a su vez, labradores con propiedades pequeñas y medianas pudieron disponer del personal necesario para sus labores.
Las medidas tomadas por el Estado proporcionaron a las mujeres trabajo doméstico; la colocación de domésticas reduce los impuestos de quien hace uso de sus servicios. Por su parte, las personas del servicio doméstico están exentas del pago de la cuota de seguro contra el paro forzoso. Las cuotas de seguro de invalidez también han experimentado una reducción importante.
Finalmente, en la reducción del paro, gracias a la colocación de la mano de obra fuera de la economía ordinaria, no prevalecieron puntos de vista relativos a la procuración de trabajo sino causas de índole político-nacional, demográfica y educativa, pero si han contribuido considerablemente a vencer el paro.
La primera de estas disposiciones fomenta el matrimonio mediante los préstamos matrimoniales que se conceden si la mujer antes de su enlace trabajaba para ganarse la vida y abandonaba su puesto al casarse. Cientos de miles de mujeres han encontrado de este modo oficio como amas de casa y como madres y han cedido el trabajo que desempeñaban a mujeres u hombres desocupados; la industria del mueble y de los utensilios caseros así como otras similares han experimentado un considerable aumento en su producción.
El servicio militar y el servicio del trabajo obligatorios mantienen alejados por largo tiempo a cientos de miles de jóvenes alemanes de la competencia por el puesto de trabajo.

Incluso el crítico más severo no podrá negar que el gobierno nacionalsocialista ha obtenido una victoria en la lucha contra el paro forzoso. Los números hablan con elocuencia convincente. Frente a los 6.014.000 obreros sin trabajo que el Führer encontró al ser nombrado canciller, actualmente hay 338.000, de los cuales más de la mitad corresponden al cambio normal de altas y bajas, y el resto sólo en parte, o de ningún modo, son aptos para el trabajo. Se puede decir que el paro forzoso ha desaparecido prácticamente en la nueva Alemania.
Es interesante observar que en el tiempo transcurrido desde el 1 de Enero de 1933 hasta el momento presente, la cifra de obreros ocupados ha ascendido de 11,5 millones a 20,4; es decir, que, además de los 5,5 millones de parados, han encontrado trabajo más de 3 millones de nuevos obreros. Además el término medio de horas de trabajo ha subido de 7,26 a 7,86 horas. El volumen de sueldos y jornales ha ascendido de 45.300 millones de marcos en el año 1932, a 68.000 millones en el año de 1937, o sea, un aumento de unos 23.000 millones. Los jornales industriales, que en el año de 1933 importaban 5.900 millones de marcos, pasaron en 1937 de 12.000 millones.
La cifra destinada al socorro contra el paro obrero ha descendido de 3.200 millones, en 1932/33, a unos 308 millones en 1937/38. Los ingresos contributivos en el año económico de 1937/38, a pesar de la reducción de impuestos dentro del plan de procuración de trabajo, ascienden a 13.960 millones de marcos, es decir, con un aumento de unos 7.310 millones sobre los ingresos de 1932/33.

Obreros ocupados y parados en años anteriores (promedio anual)

Año
Ocupados
Parados
1932
12.580.000
5.602.000
1933
13.080.000
4.804.000
1934
15.090.000
2.718.000
1935
15.949.000
2.147.000
1936
17.190.000
1.550.000
1937
18.250.000
875.400

La victoria en la batalla del trabajo en Alemania la han reconocido hasta los más incrédulos economistas del extranjero. Así, por ejemplo, el nuevo plan de procuración de trabajo de los socialistas franceses se apoya taxativamente sobre el modelo alemán y recomienda al gobierno francés su imitación. El director de la Oficina internacional del Trabajo, que en su memoria anual de 1934/35 dudaba de la eficacia de las medidas alemanas, tuvo que confesar en su último informe el resultado favorable de la batalla del trabajo en Alemania.
Esta procuración de trabajo, desde la introducción del servicio del trabajo obligatorio en la primavera de 1935, ha tomado nuevos rumbos. La ejecución del plan de defensa nacional ha favorecido la ocupación obrera en una serie de industrias. El nuevo plan cuadrienal, que Adolf Hitler anunció en el Congreso del Partido en 1936, trata de independizar al Reich del extranjero en la cuestión de las materias primas y abre un enorme campo para trabajos que más tarde, una vez terminado el rearme, pueden dar ocupación a los obreros que hayan quedado libres de sus actividades en las industrias militares.
La cantidad de trabajo en Alemania es actualmente tan grande que en una serie de oficios, sobre todo de la construcción y de la metalurgia, se nota una falta sensible de obreros especializados y se ha hecho incluso necesario fijar los proyectos para obras públicas con arreglo al lugar y al tiempo en que han de realizarse.
Se calcula que en el curso del año actual hará falta más de medio millón de obreros.
Una vez hecha la incorporación de los últimos obreros sin trabajo queda todavía una reserva de obreras. Actualmente, de los 20,4 millones de obreros y empleados con trabajo, 6.380.000 son mujeres. Los esfuerzos se orientan a colocar a las obreras jóvenes en aquellas labores adecuadas para la mujer. Como consecuencia en Febrero de 1938 se publicó una disposición sobre el “servicio intensificado de las obreras en las labores domésticas y agrícolas” en la que se decreta que las mujeres solteras de menos de 25 años no podrán colocarse en lo sucesivo en empleos públicos o privados si antes no han trabajado durante en plazo mínimo de un año en el servicio doméstico o agrícola.
Además, se continúan los esfuerzos que tienden a instruir a los obreros ocupados en industrias estacionadas por las circunstancias para colocarlos en aquellas otras donde existe gran demanda. Otro tanto se puede decir de las personas que ejercen una actividad independiente: comercio ambulante, trabajo casero o la más pequeña industria que económicamente considerados son contraproducentes. De aquí que las licencias para ejercer el comercio y los oficios ambulantes hayan sido controladas y limitadas.
De gran importancia es una nueva “disposición sobre las reservas de obreros con destino a servicios nacionales de carácter especial”, dictada a fines de Junio de 1938. En virtud de esta medida se instituye un Servicio general del Trabajo para todos los alemanes sin distinción de sexo, edad o profesión. Todo alemán apto para el trabajo puede ser obligado provisionalmente a prestar servicio en el puesto a que se le destine o a someterse a una instrucción determinada. Este decreto es válido sólo para aquellos trabajos nacionales cuya especial importancia no admite postergación; el comisario del plan cuadrienal decide en estos asuntos.


La Política de los Salarios

Las cuestiones de la procuración del trabajo y del nivel de salario están íntimamente unidas entre sí.
Ya en el año de 1933 la consigna para esta política era: conservación del nivel del salario. Esto implica la imposibilidad de descenso en los jornales, pero al mismo tiempo imponía a los obreros a sueldo la necesidad de posponer sus deseos de mejora a los grandes proyectos que el nuevo gobierno se había planteado: eliminación del paro forzoso y restauración de la soberanía de la defensa nacional. Incluso hoy mismo, en que ya el primero de estos proyectos está resuelto y el segundo casi ya terminado, el nacionalsocialismo se defiende contra un aumento de los salarios si no se justifica por otro correlativo en la producción.
Hitler se ha expresado varias veces con la mayor claridad sobre este punto. El 1 de Mayo de 1937, ante millares de obreros reunidos en la plaza del Lustgarten de Berlín, manifestó lo siguiente:

Es muy fácil dirigirse hoy a un pueblo y decirle: Vamos a aumentar sueldos, honorarios y salarios... y mañana aumentaremos los precios. Y es muy sencillo decir: Vamos a reducir la jornada de trabajo, esto es, el rendimiento, y, además, vamos a aumentar el jornal. Por el momento esto produciría una impresión de popularidad, pero la quiebra sería inevitable puesto que el individuo no vive de un jornal de papel sino de la suma total de la producción de todos sus conciudadanos. Lo que consumimos son bienes productivos necesarios para nuestra existencia. He aquí el principio fundamental más importante de la política económica nacionalsocialista: los bienes productivos deben ser creados ya que su aumento significa una elevación del nivel de vida, un mejoramiento general.
Esto es duro, bien lo sé, pero yo no puedo hacer nada, ni ninguno de nosotros para modificar lo que la naturaleza ha establecido; un pueblo sólo tiene algo si trabaja, si es activo, si se esfuerza en aumentar su producción para encontrarse entonces en condición de poner la masa de la producción frente al poder adquisitivo. Esto es lo decisivo. Y créanme ustedes: también nosotros podríamos hacer lo mismo que vemos en otros países que siguen el principio inverso: aumento del jornal, a continuación aumento de los precios al doble, al triple, luego doble aumento del jornal y a continuación un nuevo aumento de precios, después desvalorización y a consecuencia de esta un nuevo aumento de jornales, y entonces con fundada razón aumento de precios. Nosotros también podríamos obrar así: la realización de nuestro principio es más difícil pero es más seguro y también más probo.

Esto quiere decir que en la eterna competencia entre el jornal y el precio, Hitler quiere evitar, que la victoria final pertenezca a este último, como ha ocurrido de ordinario. El canciller prefiere mejorar las condiciones de vida del obrero no sólo mediante el fomento del trabajo sino, además, por las reformas implantadas en lo concerniente al permiso y a las vacaciones y sobre todo por la creación del hogar propio para él y para su familia, quiere, además, que se fomenten los servicios de asistencia complementaria al personal obrero, por ejemplo; alivio en caso de necesidad especial, sobre todo, por defunción; socorro de enfermedad; suplementos en metálico a los enfermos; socorro a las parturientas, subvención matrimonial; donativos jubilares, donativos de patatas y de carbón; gratificaciones de fin de año; participaciones en las ganancias (también en la forma de aguinaldo); compensación del tiempo de trabajo perdido, indemnización extraordinaria del salario en los días festivos en casos no comprendidos entre los ya determinados actualmente por la ley; subsidios o abono de jornales durante los ejercicios militares; subsidio o indemnización con motivo de asistencia a cursos, y demás actos del Partido y de sus asociaciones afiliadas; fomento de los viajes y reuniones de la organización “Fuerza por la alegría”; subsidio de vacaciones; paga familiar complementaria al salario; paga complementaria infantil; fomento de la instrucción, especialmente para hijos de obreros, etc.
El mantenimiento del nivel del salario se ha reservado estrictamente en cuanto se refiere a los establecidos por tarifa. El aumento de este nivel sólo tuvo lugar al principio, sobre todo como consecuencia del incremento del trabajo, del aumento en la duración de éste y de una elevación de las pagas por trabajos a destajo. En este sentido también influye de un modo inevitable la falta de obreros especializados y el aumento de trabajo que por cierto tiempo ha resultado del plan cuadrienal. A la vez ha habido una acomodación de los salarios en ciertos ramos de la industria que hasta entonces habían permanecido desiguales.
A las tareas del plan cuadrienal en realidad pertenece también la eliminación de ciertas tensiones sociales que pudieron haber surgido de una coyuntura particularmente favorable para algunas ramas de la industria, dando origen con facilidad a un pago de jornales que implique preferencia. En los ramos de la construcción y de la industria metalúrgica, especialmente favorecidos, hubo que transigir necesariamente con algunas limitaciones pasajeras en la libertad de cambiar el puesto de trabajo. Para completar esta disposición, en Junio de 1938, fueron concedidos plenos poderes a los agentes fiduciarios nacionales del trabajo para impedir, también en casos aislados, el desarrollo exagerado e indeseable de estos traslados. Las tensiones sociales debidas a las diferencias de jornal pueden ser contrarrestadas con mayor eficacia por la implantación general del principio del salario según el rendimiento; esta es la finalidad que se persigue.


El Frente Alemán del Trabajo

Además del problema de la procuración de trabajo, el gobierno nacionalsocialista tuvo que cuidar de la organización de los obreros.
De la misma manera que el pueblo alemán estaba dividido políticamente en innumerables partidos y grupos, así también, el 30 de Enero de 1933, dominaba en la clase obrera un caos de asociaciones profesionales y económicas de toda clase, forma legal y proporciones. La situación era precisamente opuesta a la idea nacionalsocialista de unidad y comunidad del pueblo. Se logró la unificación, y gracias a ella la mejor organización de los obreros que se imponía por razones de poder político, ya que todavía al cabo de tres meses de gobierno nacionalsocialista las asociaciones obreras como único instrumento se encontraban en manos del enemigo.
A mediados de Abril de 1933, el Dr. Robert Ley, jefe de la organización obrera del Partido, recibió el encargo del Führer de preparar todo lo necesario para hacerse cargo de las asociaciones obreras. Hitler quiso fijar la fecha definitiva de la entrega con muy poca anticipación antes de que se efectuara. El Dr. Ley tomó sus medidas con toda discreción; el 30 de Abril el Führer comunicó que la entrega de las asociaciones obreras debía tener lugar el 2 de Mayo, al día siguiente de la fiesta nacional del Trabajo. Fueron enviados emisarios que comunicaron esta fecha a las oficinas del Partido. El 1 de Mayo tuvo lugar en Berlín una de las mayores y más trascendentales manifestaciones populares de todos los tiempos. A las 9 de la mañana se reunieron en el Lustgarten, ante el palacio imperial, 120.000 jóvenes vestidos con los diferentes uniformes y portando sus banderas con la cruz gamada para oír el discurso del ministro de Propaganda, Dr. Goebbels. Con voz potente el ministro proclamó que el pueblo alemán, por primera vez honraba en ese día el trabajo de todas las clases y profesiones; en tiempos anteriores han explotado bombas y se han oído en las calles los cánticos de odio y de la lucha de clases. Por el contrario, el 1 de Mayo del primer año de gobierno de Hitler, el pueblo entero se agrupa en un acto de fe hacia el Estado, el pueblo y la nación alemana. La lucha de clases ha dejado de existir y de las ruinas del Estado liberal capitalista, que se ha desmoronado, se levanta la idea de una verdadera comunidad del pueblo.
Por la tarde las masas de obreros, procedentes de todos los barrios de Berlín, en diez columnas de 100.000 hombres, cada una, marcharon hacia el aeródromo de Tempelhof, en el cual se habían alzado tres enormes tribunas con seis series de altavoces y más de 100 aparatos (Fig. 107).
Las diez columnas, formando una estrella, escucharon el discurso de Adolf Hitler que duró una hora, despertando el entusiasmo de más de millón y medio de personas que acudieron al aeródromo para verle y escucharle.
Hitler proclamó como primer deber para el restablecimiento de la salud nacional que aprendieran a entenderse de nuevo y encontrarse mutuamente los millones de alemanes separados unos de otros por clases, artificialmente creadas, y obstinados por el prejuicio de castas y por la psicosis de sus diferencias. La consigna del día debe ser: “Honrad el trabajo y respetad al trabajador”. El respeto no depende de la naturaleza del trabajo sino de la manera de ejecutarlo. Obreros, campesinos y burgueses deben formar una sola comunidad. Del día más hermoso de la primavera no se puede hacer un símbolo de lucha y de descomposición y con ello de la ruina de un pueblo, sino un símbolo del trabajo creador, de la confraternidad y con esto del resurgimiento del pueblo.
Como fines inmediatos del gobierno el canciller señaló:
1º La lucha para que la nueva ideología y la nueva fe política se incorporen al espíritu del pueblo alemán entero.
2º Despertar de nuevo en el pueblo el sentimiento del deber y de la propia conciencia y aumentarlo constantemente. En el pasado se han cultivado artificialmente los complejos de inferioridad. Actualmente, quizá, se podrá oprimir a la nación pero no humillarla. Alemania y los alemanes no deben ser considerados como de segunda clase.
3º El Servicio del Trabajo obligatorio impondrá a todos el trabajo manual, siquiera una vez, para que así tengan ocasión de conocerlo y se acostumbren a la obediencia. El Servicio del trabajo obligatorio no es ningún ataque contra el trabajo, sino contra el prejuicio de que el trabajo manual sea una afrenta. El marxismo será eliminado no sólo exteriormente, sino que, además, habrá que privarle de sus bases a los cuales pertenece la presunción. La idea ya se realizará este año, y al cabo de cuarenta años más las palabras trabajo y trabajo manual habrán cambiado de sentido elevándose su estimación de la misma manera que la palabra “mercenario” se ha convertido en la del soldado.
4º Otra de las grandes tareas es liberar la iniciativa creadora de los efectos fatales, causados por las decisiones mayoritarias, no sólo en el Parlamento sino también en la economía. Esta no puede prosperar sin la síntesis del espíritu creador y de las obligaciones frente al pueblo entero. Por tanto a los contratos se les dará el sentido que les corresponde. El hombre no vive para los contratos sino que éstos deben facilitar la vida del hombre.
5º En este año el gobierno dedicará todos sus esfuerzos a cubrir la primera etapa en el camino de un sistema económico orgánicamente dirigido. Es un axioma fundamental el de que no puede haber ningún progreso sin que comience en el campesino que es la raíz de la vida económica, racial y nacional. De aquí parte el camino hacia el obrero y luego hacia la vida intelectual. Durante 14 años se ha hecho todo lo contrario y en consecuencia no se ayudó a ciudades, obreros y clase media. Todos, no conocieron más que la ruina y la miseria.
6º La eliminación del paro forzoso mediante la procuración de trabajo se divide en dos grupos: el trabajo privado por medio de la renovación y reparación de las casas y, sobre todo, por un llamamiento al pueblo alemán entero. El problema de la procuración de trabajo no caerá resuelto del cielo sino que cada uno debe colaborar con inteligencia y confianza según el radio de su acción. Todo el mundo tiene el deber no de titubear y esperar sino de hacer lo que esté en sus manos. Por parte del poder público la procuración de trabajo se realizará en primer lugar por medio del gigantesco programa de las nuevas construcciones de carreteras. Se comenzará en grande, suprimiendo los obstáculos que se encuentran en el camino y por medio de una serie de trabajos públicos se contribuirá a disminuir el número de obreros parados.
7º Contra el insostenible estado actual del régimen de intereses se tomarán las medidas necesarias.
8º Se realizará una política comercial que asegure la continuidad de la producción sin que ponga en peligro la agricultura alemana.
El canciller terminó aludiendo a las dificultades que ofrecen los problemas expuestos y haciendo notar que nada se consigue si no se aplica el esfuerzo necesario. Tan difícil como hasta aquí ha sido el camino en los 14 años transcurridos, lo será también en el porvenir. Si el mundo es hostil a Alemania tanto más obligará esto a la constitución de una unidad nacional. La demanda de igualdad de derechos jamás podrá ser abandonada por el pueblo. El discurso del Führer terminó invocando la bendición de Dios.
Con grandiosos fuegos artificiales se acabó el programa del día. En toda Alemania se celebraron manifestaciones y fiestas en honor del día nacional del trabajo.

Así estaba preparado psicológicamente el terreno para hacerse cargo de las asociaciones obreras; con la velocidad del rayo, el 2 de Mayo a las 10 de la mañana, fueron ocupados por las secciones SA los locales de los sindicatos obreros en toda Alemania y las federaciones libres pasaron a poder de un “comité ejecutivo para la procuración del trabajo alemán”, organizado por el Partido obrero alemán nacionalsocialista. A las 11 se había terminado la acción sin el menor incidente. “Se diría —así contaba el Dr. Ley— que los jefes marxistas de las federaciones libres hubiesen respirado al ver por fin el Partido obrero alemán nacionalsocialista les aliviaría de una pesada carga tomando en lo sucesivo la responsabilidad de la dirección de los obreros”.
El mismo día las corporaciones cristianas de obreros se pusieron a la disposición espontáneamente. Al día siguiente fueron incorporadas las restantes asociaciones obreras de modo tal que ya el 4 de Mayo el Dr. Ley pudo anunciar al Führer que todas las asociaciones obreras y de empleados, que ascendían a 169, habían pasado a engrosar las filas del Partido.
El estado de las federaciones obreras, descrito por testigos oculares, era desconsolador. Los asociados habían perdido ya toda su confianza en ellos; de unos 15 millones de trabajadores apenas había 5 organizados en sindicatos. El ingreso de las cuotas era deplorable; el aparato administrativo no correspondía a este estado de cosas sino que era tan extenso y excesivo como si estuviera en los mejores tiempos de las asociaciones, hacia el año de 1920, de donde resultaba un enorme déficit financiero. Sólo la unión de servicios públicos, una de las mejores y más grandes asociaciones obreras, tenía 3 millones de deudas bancarias con un interés de 10% anual. En consecuencia, las asociaciones no podían cumplir sus compromisos. La corrupción reinaba también aquí; si se hubieran llevado a los tribunales todos los casos que entraban en la esfera de la justicia, los tribunales hubieran tenido labor para años. A pesar de la dificultad de una comprobación exacta de los libros se pudo demostrar malversación de fondos por valor de unos 600.000 marcos durante los últimos meses.
Bancarrota financiera, ruina espiritual, desesperación y mala conciencia eran los signos característicos de las organizaciones obreras de Alemania, ¡en otro tiempo tan orgullosas..!
El 10 de Mayo de 1933, en el Consejo de Estado prusiano, tuvo lugar el primer Congreso de trabajadores alemanes. A continuación se verificó la solemne fundación del Frente alemán del Trabajo (DAF), haciéndose cargo el Dr. Ley de la dirección de la nueva organización. De la multitud de las antiguas asociaciones profesionales surgieron la Unión general de trabajadores alemanes y la Unión general de empleados. La clase patronal, por su parte, se adhirió más tarde a esta organización y así pudo, por último, decirse con toda justicia que el DAF es la “agrupación de todos los alemanes trabajadores sin distinción de su posición social o económica”.
Esta grandiosa agrupación se agregó en 1935 al Partido obrero alemán nacionalsocialista en calidad de miembro asociado. Como mientras tanto, una “organización de la economía industrial” se ocupaba ya en los asuntos de política económica de las distintas empresas industriales, para evitar de antemano las contradicciones que pudieran surgir como consecuencia de su actuación, el ministro del Trabajo Seldte, el ministro de Economía Dr. Schacht y el Dr. Ley se reunieron en Leipzig acordando la incorporación de la “Organización de la Economía industrial” al Frente Alemán del Trabajo, sin que por ello perdiera su autonomía. Como órgano consultivo fue designado el Consejo del Trabajo y de la Economía, con consejos en los distintos distritos del Reich, alrededor de 3.000 comisiones locales de Trabajo, como órganos inferiores de la colaboración común.
En el decreto del 24 de Octubre de 1934, el Führer señaló la importancia y los fines del Frente alemán del Trabajo. “El Frente alemán del Trabajo —así dice el decreto— es la organización de los alemanes trabajadores manuales e intelectuales. En él están agrupados sobre todo los afiliados a las antiguas asociaciones obreras y de empleados así como los de las asociaciones patronales, en calidad de miembros con igualdad de derechos...” La misión del DAF es la formación de una verdadera comunidad nacional y de trabajo de todos los alemanes, tiene que cuidar por que cada uno ocupe su puesto en la vida económica de la nación, en el estado intelectual y físico que le capacita para dar su mayor rendimiento y así garantizar el mayor provecho para la comunidad del pueblo... El DAF tiene que asegurar la paz del trabajo de modo tal que en los patronos se encuentre la necesaria comprensión para atender las demandas justificadas de sus obreros y en estos, a su vez, la necesaria comprensión para darse cuenta de la situación y de las posibilidades de la empresa en que trabaja... El DAF tiene por misión encontrar el necesario equilibrio entre los intereses justos de todos los participantes, que corresponda a los principios fundamentales del nacionalsocialismo y limite los casos que según la ley del 20 de Enero de 1934 “sobre la reglamentación del trabajo nacional” hayan de ser sometidos a la decisión de los órganos competentes del Estado... El DAF es el exponente de la comunidad nacionalsocialista “Fuerza por la alegría” y tiene que cuidar de la instrucción profesional...
Gracias a la institución de la autoayuda del Frente alemán del Trabajo, cada uno de sus miembros tiene garantizada su existencia en caso de necesidad, igualmente debe servir para facilitar a los compatriotas capacitados su ascenso social o para apoyarles en la creación de una vida independiente, a ser posible en el suelo de su propiedad.”
La misión conferida por el Führer al Frente alemán del Trabajo, como se ve, es de carácter social, pedagógico y político. El DAF debe educar a todos los alemanes en la ideología nacionalsocialista, proteger los derechos sociales de sus asociados y garantizar la paz económica. Además, debe crear instituciones auxiliares para sus miembros, fomentar su enseñanza profesional y vigilar los servicios destinados a organizar el descanso durante el tiempo libre y las vacaciones de los obreros.
Para un observador extranjero es sorprendente cómo este organismo pudo fusionar a tipos tan distintos de alemanes en un espíritu único de camaradería y de comunidad de pueblo. En él los trabajadores dan forma a sus demandas sociales y organizan su posición social. Más sorprendente es todavía que bajo la misma bandera —en el sentido real y figurado de la palabra— marchen juntos los trabajadores manuales e intelectuales, los patronos y los obreros. La lucha de clases, que antes era la base de la doctrina que entonces dominaba en Alemania y que todavía hoy es soberana en muchos países, fue eliminado de un golpe. Los campesinos y los funcionarios poseen sus propias organizaciones.
Hablando una vez con el Dr. Ley, el enérgico y genial jefe del Frente alemán de Trabajo, le pregunté cómo había sido posible este éxito tan rápido. Impulsivo, me respondió sonriente: “Quiere Ud. conocer la receta? Es muy sencilla— hela aquí: ¡Adolf Hitler!...”

El Frente alemán del Trabajo se divide según puntos de vista de orden regional y profesional. A los de orden regional corresponde la organización del NSDAP en departamentos con un inspector departamental, en distritos bajo la dirección de un jefe de distrito, y en localidades con un inspector local. Los principales auxiliares de estos jefes e inspectores son los jefes de fábrica y los representantes del Partido y del Frente alemán del Trabajo en las empresas respectivas. Finalmente los jefes de célula y de manzanas de casas son las bases del enorme edificio.
En la división por profesiones, la administración central representa la autoridad superior. A ella están subordinados todos los negociados del DAF, por ejemplo, las oficinas de derecho, personal, organización, prensa, instrucción, asuntos sociales, propaganda, higiene, educación profesional y técnica, asesoramiento jurídico, juventud, mujeres, hogares familiares, economía, subsidios y tecnología. Junto a estos negociados nacionales se hallan 18 oficinas profesionales o gremiales en estrecha colaboración con el negociado de Organización; estas llevan las siguientes denominaciones; 1º Productos alimenticios, 2º Textil, 3º Confección, 4º Construcción, 5º Madera, 6º Hierros y metales, 7º Química, 8º Imprenta, 9º Papel, 10º Comunicaciones y Servicios públicos, 11º Minas, 12º Banca y Seguros, 13º Profesiones liberales, 14º Agricultura, 15º Cueros, 16º Canteras, 17º Comercio, 18º El artesanado alemán. Ellas a su vez se subdividen en departamentos gremiales.
Una descripción más detallada del Frente alemán del Trabajo rebasaría los límites de este libro; lo que acabamos de citar bastará para dar al lector una idea de esta organización que, por la multiplicidad de sus funciones y lo enorme de su campo de acción, no tiene igual en el mundo.

Para terminar, algunas cifras y datos:
A pesar de que las cuotas mensuales, recaudadas por las antiguas obreras marxistas han sido reducidas de 3,60 a 1,52 marcos por término medio, el DAF, con más de 20 millones de miembros (incluyendo los corporativos) tiene un ingreso total de cuotas de 384 millones de marcos al año, en lugar de los 120 millones de la antigua Unión general de sindicatos alemanes. Las obligaciones de los sindicatos con respecto a sus antiguos miembros las ha tomado en toda su extensión el Frente alemán del Trabajo. Continúa pagando no sólo las rentas de invalidez, vejez, paro forzoso y los gastos de defunción, sino que además ha abonado todas las pagas que los sindicatos habían retenido en sus últimos años. Los subsidios concedidos por el Frente alemán del Trabajo desde la toma del poder importan 328 millones de marcos.
La Unión general de sindicatos alemanes comprendía bajo el concepto de “subsidios” no sólo los pagos en metálico a los miembros, sino también todos sus desembolsos e incluso los gastos de administración relativos a dichos subsidios y demás servicios. Así resulta que la Unión pagó en el año de 1930: 123,5 millones de marcos, mientras que el DAF, sólo por subsidios desembolsó en metálico la suma arriba mencionada.
Además de esto, el DAF contribuyó con 5,5 millones de marcos a la Obra de Auxilio de invierno y sus empleados con más de 850.000 marcos. En los años 1936 y 1937 respectivamente, las colectas callejeras con la ayuda de 2 millones de colaboradores y mediante la venta de unos 70 millones de insignias, produjeron una suma total de 22 millones de marcos. Los gastos del DAF en los consultorios jurídicos alcanzaron hasta ahora alrededor de 43,5 millones de marcos. El número de consultorios jurídicos es actualmente de 371; el de asesores jurídicos es de 1.300 y el de consultantes en los últimos tres años 10 millones. Los gastos generales de higiene social ascendieron a unos 13 millones de marcos. Estas cifras corresponden al bienio 1935/37.
En las competencias entre las empresas alemanas, en lo que concierne al rendimiento, han sido concedidas hasta ahora 221 distintivos de capacidad profesional y 103 empresas fueron declaradas como modelo nacionalsocialistas. En la competencia del año de 1937/38 participaron 84.000 fábricas. Los distintivos de capacidad se conceden para premiar la diligencia ejemplar en la educación profesional, en la higiene social, en los hogares y viviendas y en el fomento de la organización “Fuerza por la Alegría”. En el servicio dedicado al cuidado de la juventud en las fábricas cooperan 35.000 jefes de la juventud y personal auxiliar femenino. Los permisos de vacaciones eran hasta ahora de 4 a 5 días y un 45% de la juventud no gozaba de vacaciones; actualmente, casi todos los reglamentos tarifarios establecen de 10 a 15 días de vacaciones y los reglamentos de fábricas de 12 a 18 días.
En los años de 1934/37 tomaron parte en los certámenes profesionales 2,8 millones de muchachos y 1,3 millones de muchachas, es decir, en total 4,1 millones de jóvenes. De estos, 550 salieron vencedores nacionales y recibieron del DAF un estipendio por valor de 1.000 marcos cada uno, destinado a su instrucción ulterior. La industria alemana de enseñanza práctica (como medio de educación profesional complementaria) posee 2.100 empresas con este fin. En ellas han recibido instrucción 110.000 participantes. También en la educación general profesional fueron obtenidos desde 1933 buenos resultados: más de 6 millones de jóvenes recibieron educación complementaria en 225 escuelas de trabajo y establecimientos de enseñanza profesional. Los gastos de educación profesional importan desde 1933 más de 30 millones de marcos.
El servicio al cuidado de la mujer en las fábricas comprende unos 4.000 consultorios femeninos, que anualmente atienden a cerca de 300.000 consultantes. Existen más de 600 grupos de obreras industriales, en colaboración con 200 de servicios sociales y más de 250 de enfermeras al cuidado de las mujeres en las fábricas.
En colaboración con las oficinas de hogares familiares se han organizado más de 600.000 de éstos. El DAF ha destinado alrededor de 15 millones de marcos para la colonización de 3.000 lotes de terreno. Las compañías de construcción del DAF han edificado en terreno propio 20.000 viviendas por un valor total de 182 millones de marcos.
A pesar de los gastos elevados del DAF y de su amplio campo de acción los gastos de administración son mínimos, ya que estos importan en el último año escasamente un 20% de las cuotas. En el año de 1934 los gastos de administración importaron un 36% y en el año de 1935 sólo un 23,7%; muestran, como se ve, una notable tendencia degresiva. Si se tiene en cuenta que los gastos de administración de los sindicatos se elevaban aproximadamente a un 50% de sus ingresos por el concepto de cuotas, se puede comprender y juzgar con qué irresponsabilidad actuaron los antiguos jefes obreros.
La reducción de los gastos de administración y demás medidas de economía del DAF han hecho posible que, a pesar de un aumento considerable de las funciones sociales, los superávit mensuales aumentaran de 2 millones en el año 1935 a 7,5 millones en Septiembre de 1936. El capital total del DAF se ha elevado por este medio extraordinariamente; gracias a tan intenso desarrollo económico pudieron ser puestas a disposición del DAF sumas considerables para gastos fuera del presupuesto, como, por ejemplo, para baños de mar, hogares de reposo, hogares de marinos, dos grandes buques, escuelas políticas, etc.


La Comunidad Nacionalsocialista “Fuerza por la Alegría”

La idea de proporcionar al obrero descanso físico e intelectual durante su tiempo libre no es nueva; apareció ya en tiempos pasados en otros países pero hasta los actuales no pudo —exceptuando a Italia con su Dopolavoro— encontrar su realización definitiva. Aún en la misma Italia esta idea no se ha desarrollado con un impulso tan grandioso como en la nueva Alemania.
“El trabajo consume energías físicas y nervios. Una sensación de frío y de vacío se produce sin que sea posible conjurarla simplemente con echar a las personas sobre lechos de reposo la mirada clavada al techo; espíritu y cuerpo necesitan nuevos alimentos. Ya que el tiempo de trabajo exige de los trabajadores el máximo esfuerzo, hay que ofrecer al obrero durante el tiempo libre lo mejor de lo mejor como alimento del alma, del cuerpo y del espíritu, con objeto de proporcionarle un descanso absoluto y devolverle el gusto por la vida y el trabajo.” Esta persuasión impulsó al Dr. Ley a crear la comunidad nacionalsocialista “Fuerza por la Alegría” (KdF).
El secreto del éxito, innegable y único en el mundo, está en que su dirección hace participar a la masa entera en su organización, es decir, despierta y estimula las fuerzas creadoras del pueblo y pone a contribución todos los medios con que cuenta Alemania en la esfera cultural, de las comunicaciones y de la economía, para dirigirlos hacia un fin único. Con el fin de disfrutar de las bellezas naturales, de los tesoros culturales alemanes y de los ejercicios deportivos se agrupan todos los oficios y profesiones en una comunidad nacional de 20 millones de trabajadores.
La organización “Fuerza por la Alegría”, a la que pertenecen todos los miembros del DAF, es análoga a la del Frente alemán del Trabajo y a la del Partido. A la cabeza está el jefe (Dr. Ley) al cual están subordinados 32 inspectores de distrito, 800 inspectores departamentales, 17.300 inspectores locales y 78.097 inspectores de fábrica. Casi todos estos colaboradores ponen gratuitamente sus actividades al servicio de la organización. La oficina central comprende los servicios siguientes:

1º Oficina para la organización de las horas libres postrabajo.
Antes de la toma del poder del nacionalsocialismo, millones de hombres y mujeres en Alemania jamás tuvieron ocasión de ver un teatro por dentro. De una encuesta llevada a cabo en una de las fábricas Siemens, de Berlín, resultó que 87,6% de los hombres y 81,3% de las mujeres nunca habían asistido a una representación de ópera y 63,8% de los hombres y 72,2% de las mujeres nunca a una función teatral. A 22 millones se eleva en total el número de personas que hasta ahora ha acudido a los teatros alemanes por mediación de la KdF. Además de esto, 18 millones han asistido a representaciones cinematográficas, 5 millones a conciertos musicales, 3 millones han visitado exposiciones en las fábricas. Los artistas alemanes más famosos, cantantes y músicos, artistas de teatro y bailarines se ponen a la disposición para colaborar en los actos culturales, organizados por la KdF. La orquesta sinfónica nacionalsocialista, compuesta de 90 ejecutantes, en una gira por toda Alemania dio cientos de conciertos. Finalmente, mediante bibliotecas, teatros ambulantes y exhibiciones cinematográficas se organizan convenientemente las horas postrabajo de más de 100.000 obreros que trabajan en las autopistas del Reich (Figs. 110 y 117).

2º Servicio de “Educación popular”.
Su finalidad es la de cooperar en los trabajos de educar a la nación conforme a la ideología nacionalsocialista. Este servicio utiliza con tal objeto 230 centros de instrucción popular, junto a cursos y conferencias sobre los temas culturales más variados, hay cursos de idiomas, taquigrafía, matemáticas, etc. Asociaciones de trabajo especiales se ocupan de la enseñanza de la música, del juego de ajedrez, de la pintura, de la fotografía, etc. Mediante la visita de músicos y durante las excursiones instructivas los trabajadores tienen ocasión de conocer los tesoros culturales de la nación. Una extensa organización de bibliotecas lleva el libro hasta los rincones más apartados de las fábricas. Hasta el momento actual se han realizado 62.000 veladas culturales en las cuales han tomado parte 10 millones de personas. A su disposición de hallan: 2 trenes teatros, 2 teatros para los soldados, 1 teatro para las autopistas y 15 coches de cine sonoro.

3º Servicio de viajes, excursiones y vacaciones.
El trabajador alemán debe viajar durante sus vacaciones, pues no existen vacaciones propiamente dichas sin un cambio de ambiente. Desde 1934 se han efectuado en total 384 viajes por mar con 490.000 turistas, más de 60.000 viajes por tierra con más de 19 millones de personas y 113.000 excursiones con unos 3 millones de excursionistas. El 1º de Mayo de 1936 fueron puestas en Hamburgo las quillas de los dos primeros transatlánticos de 25.000 t. cada uno, de la flota de la KdF, construidos para su servicio. El primero, “Wilhelm Gustloff” se encuentra ya desde hace algunos meses en servicio, mientras que el segundo, “Dr. Robert Ley”, ha sido botado recientemente. Un balneario de enormes proporciones, con cabida para 20.000 personas, se encuentra ya en construcción. El KdF con sus trenes especiales da ocasión a sus miembros a presenciar todos los grandes acontecimientos (Figs. 111-116). De los millones de viajeros de la KdF en el año de 1937, unos 2 millones participaron en las excursiones, organizadas por KdF, en tanto que unos 18.000 han viajado en los vapores de a flota KdF a Noruega, Madeira e Italia.
La cantidad de viajeros de la KdF durante los últimos tres años sobrepasa la cifra de población de los países escandinavos. Los trenes de la KdF han recorrido 2.160.000 Km, un trayecto 54 veces mayor que la circunferencia de la tierra.

4º El servicio de deportes.
La sección deportiva de la KdF ha popularizado los ejercicios físicos de modo muy especial. Desde 1934 han tomado parte unos 21 millones de personas en los diversos cursos de la KdF. Todos los grandes establecimientos industriales deben tener en el futuro sus campos propios de juego y prácticas deportivas, su piscina y campo de recreo. Para las regatas de veleros, que se practican en el mar con gran entusiasmo, se dispone de una flota de yates. El deporte de invierno se ha facilitado mucho gracias al equipo barato de esquí de la KdF; en breve seguirá la raqueta de tenis KdF (Figs. 118-120 y 122).

5º El Servicio de la “Estética en el Trabajo”.
Este servicio cuida en primer lugar de que las fábricas y talleres se ajusten a los requisitos de la higiene y de la limpieza, en segundo lugar de que aquellos se construyan de acuerdo con los principios de la estética y de modo tal que estimulen en lo posible el amor al trabajo. Las reformas y mejoras llevadas a cabo en las fábricas han sobrepasado la suma de 600 millones de marcos. He aquí el detalle de las obras de reformas: 23.000 locales de trabajo, 6.000 patios en los talleres, 17.000 comedores y salas de estar, 13.000 cuartos de aseo y de vestir, 800 casas para reuniones y 1.200 campos de deporte. Además hay que contar reformas en 3.600 buques. En la campaña de embellecimiento de las aldeas participan más de 5.000 de éstas. Por medio de la publicación de una revista ilustrada, de proyecciones cinematográficas y de exposiciones, este servicio ofrece al patrono valiosos datos sobre las posibilidades de embellecimiento de sus fábricas y talleres. Como resultado de las visitas de este servicio la procuración de trabajo alcanzó un aumento notable. La suma que se ha invertido hasta la actualidad para reformas pasa de medio millón de millones (Fig. 121).

6º Servicio de “Cuadrillas de empresa” (Werkschar).
Bajo la denominación de “Cuadrillas de empresa” se comprenden grupos especialmente educados en la ideología nacionalsocialista, dentro de las empresas. Se comprenden de miembros del Partido obrero alemán nacionalsocialista y de sus asociaciones afiliadas, así como de los mejores obreros cuya edad esté comprendida entre 18 y 25 años. Toda empresa tiene su cuadrilla propia: el número de elementos que las integran se calcula en total en unos 300.000. En representación de la clase trabajadora toman parte en las manifestaciones nacionales, protegen los usos tradicionales de la vida en las fábricas y talleres, asisten a las reuniones de fábrica y cuidan del buen éxito de las fiestas. El día 1 de Abril de 1938 les fueron encomendados todos los servicios de instrucción del Frente alemán del Trabajo. El servicio de cuadrillas de empresa en la oficina central del DAF se incorpora en lo sucesivo al servicio de instrucción y recibe sus normas directamente del Partido. La cuadrilla de empresa debe garantizar la ideología nacionalsocialista dentro de la comunidad de la empresa (Figs. 108-109).

7º “Hogares del Ejército”.
Como resultado de un convenio entre el Dr. Ley y el ministro de la Guerra, los miembros de las fuerzas armadas gozan durante su tiempo libre de las ventajas del KdF. Este servicio tiene a su cuidado los hogares del Ejército, procura dar el recreo necesario a los soldados y establece las mejores relaciones entre el Ejército y el pueblo.
El Congreso mundial de las horas libres y del recreo, celebrado en Hamburgo en Julio de 1936 con participación de 50 naciones, decretó la fundación de una “Oficina Central Internacional Alegría y Trabajo”, bajo la dirección del Dr. Ley, de acuerdo con el lema pronunciado por éste ante los congresistas: “La alegría es el mejor camino hacia una inteligencia internacional”.
Este reconocimiento del extranjero fue motivo de gran satisfacción para la organización KdF. En Hamburgo se dijo que éste era el modelo más justo del “socialismo de acción”. Además, constituye un desquite personal del Dr. Ley contra las imputaciones que se le hicieron en el año 1933 en Ginebra con motivo de la Conferencia Internacional del Trabajo, en donde se le acusaba de haber esclavizado al obrero alemán por la toma de posesión de los sindicatos obreros y por la creación del Frente alemán del Trabajo.


Nuevo Derecho Alemán del Trabajo

Hasta la toma de posesión de los sindicatos por el gobierno nacionalsocialista el derecho del trabajo se fundaba en el contrato por tarifa, es decir, en el sistema colectivo creado después de la guerra y llevaba el sello característico de aquella época de lucha de clases, de antagonismo entre patrono y obrero. Este pudo ser atenuado en virtud de los convenios directos pero continuó siendo siempre la base de los entendimientos entre los dos grandes grupos. Así como con la creación del Frente alemán del Trabajo surgieron nuevas ideas sobre la organización sindical del obrero, así se realizó también una transformación fundamental en el campo del derecho del trabajo.
Mientras se esperaba la elaboración de una “Carta Magna” de la nueva ordenación social alemana, por la ley de los Inspectores del Trabajo, de Mayo de 1933, se crearon 14 oficinas del Estado en los grandes centros industriales, a los cuales incumbía la función de mantener la paz del trabajo y la preparación del terreno para la constitución social alemana. Pasados 9 meses este proceso de reorganización se dio por concluido mediante la ley fundamental “sobre la ordenación del trabajo nacional” (AOG) del 20 de Enero de 1934, con ley complementaria sobre la ordenación del trabajo en los llamados servicios públicos, de fecha 23 de Marzo de 1934 y, por último, con la ley del mismo día sobre la industria casera.
Estas leyes, sobre todo la relativa a la ordenación del trabajo nacional pueden ser calificadas con justicia como la nueva constitución del trabajo. Suprimen por completo todas las formas de la lucha de clases y crean una clara situación por medio del reconocimiento del principio autoritario nacionalsocialista así como por la implantación de los principios de honor y fidelidad.
Según esta constitución del trabajo, el centro de gravedad reside de nuevo en la empresa, en la cual “el patrono como jefe superior y los empleados y obreros como personal, trabajan en comunidad para cumplir con los fines de la empresa y en provecho común del pueblo y del Estado”. Este §1 de la AOG es uno de los sostenes fundamentales del nuevo derecho alemán del trabajo. En él se refleja una la grandiosa transformación que ha experimentado el sistema social alemán: en la empresa no reinan ya más las discrepancias entre patronos y obreros, sino una colaboración por el bienestar del pueblo y de la patria. Los jefes de empresa y los miembros del personal son, de acuerdo con la definición de Hitler, los encargados del trabajo de la nación, la empresa constituye un miembro de la gran comunidad del pueblo alemán.
En la empresa decide sólo uno: el jefe de empresa, que, por lo general, es al mismo tiempo el propietario de la misma. Él es quien tiene que decidir en la reglamentación de las condiciones de trabajo. Esto no significa el retorno a una arbitrariedad del empresario, ni de ningún modo la imposición del antiguo punto de vista “de ser el amo en casa”; por el contrario, la ley sobre la ordenación del trabajo nacional exige de él que sólo después de un contacto de mutua confianza con sus trabajadores tome decisión sobre las cuestiones referentes a aquellos que han puesto su confianza en él. Para tales debates o intercambio de opiniones está a su disposición en los grandes establecimientos industriales un órgano especial: el consejo de confianza. Entiéndase bien: un consejo de confianza y ¡no un consejo de empresa! El primero se distingue fácilmente de los antiguos consejos de empresa, porque no sólo toman parte en él los representantes del personal sino también el jefe de empresa, el empresario mismo. El consejo es por tanto el órgano en el que están reunidos el jefe de empresa y los hombres de confianza en un trabajo de colaboración, consultándose entre sí sobre los fines que persigue la empresa y sobre el carácter de las medidas sociales. De esta forma la representación obrera y patronal dentro de la empresa se ha convertido de un órgano de la lucha de clases en un órgano de solidaridad social.
Los hombres de confianza son nombrados por el jefe de empresa. Sin embargo el personal tiene la posibilidad de intervenir por medio de escrutinio secreto en la confección de la lista de aquellos que deben formar parte del consejo. En todas las empresas con un personal de 20 obreros por lo menos, el jefe deberá establecer un reglamento conteniendo las condiciones generales de trabajo. Sólo en casos de absoluta necesidad para la protección de obreros en un grupo de empresas, deberán establecerse por medio de tarifas las condiciones mínimas para la regulación de las condiciones de trabajo. Las disposiciones sobre tarifas que, según su naturaleza, son puras disposiciones legales, son dictadas por los inspectores del trabajo previa consulta con una comisión de peritos. Los inspectores del trabajo, con atribuciones para decretar, han hecho su uso amplio y casi general de las disposiciones sobre tarifas para garantizar las condiciones de trabajo.
Junto a las disposiciones sobre tarifas y los reglamentos de trabajo, las normas directrices decretadas por el inspector del trabajo persiguen la finalidad de coordinar en un reglamento único las condiciones particulares de trabajo siempre que esto se crea conveniente. Las condiciones del trabajo no han logrado hasta ahora una reglamentación legal unificada. Después de minuciosas consultas con todos los organismos responsables, la comisión de derecho del trabajo de la Academia del Derecho Alemán ha confeccionado un extenso proyecto de ley. La ley, que por de pronto ha pasado a los ministerios, constituirá un complemento de la ley “sobre la ordenación del trabajo nacional” en lo relativo a las condiciones particulares entre el patrono y el obrero apoyándose en el contrato de trabajo y proveerá, con la base legal obligatoria, los progresos de política social ya alcanzados en una parte esencial en la vida del trabajo alemán.

El honor al trabajo constituye la única base fundamental para la valoración exacta del trabajo y la ordenación de la vida social. Según este principio la AOG pone el honor al trabajo bajo la protección de una autoridad jurídica especial: “Tribunal de honor social”. El Dr. Ley calificó esta ley como el “triunfo del honor social”. Por primera vez en la historia del trabajo, la colaboración entre patrono y obrero se ha enlazado al “honor social”. Ningún Estado en el mundo conoce una ordenación semejante.
El tribunal de honor nacionalsocialista castigará a todo el que atente contra el espíritu de comunidad y descuide los deberes que le imponga la comunidad de trabajo de su empresa. Al mismo tiempo quiere educar al trabajador en un espíritu de probidad y en la conservación del honor social. La frase “no sólo de pan vive el hombre” también tiene su aplicación para el obrero.
El Tribunal de honor se compone de un funcionario judicial como presidente, del jefe de una empresa y de un hombre de confianza como vocales. Transgresiones contra el honor social se presentan en los casos siguientes:

1º Cuando el empresario, jefe de empresa o demás personas encargadas de la inspección, abusando de su autoridad en la empresa, explotan con mala intención la fuerza física del obrero u ofenden su honor;
2º Cuando los miembros del personal, con incitaciones malévolas, ponen en peligro la paz del trabajo en la empresa, o bien aprovechándose de su calidad de hombres de confianza, cometen deliberadamente usurpaciones ilícitas en los derechos de la dirección de la empresa, o perturban persistentemente y con mala intención el espíritu de comunidad dentro de ésta;
3º Cuando los miembros del personal de la empresa dirigen irreflexiva y reiteradamente quejas o solicitudes infundadas al inspector del trabajo o contravienen reincidiendo sus órdenes escritas;
4º Cuando miembros del consejo de confianza dan a conocer, sin autorización superior, instrucciones, secretos concernientes a la fábrica o a los negocios de la empresa que en el cumplimiento de su misión, calificados como confidenciales, han llegado a su conocimiento.
Las penas judiciales del Tribunal de honor son: 1º prevención; 2º reprensión; 3º multa en metálico hasta 10.000 marcos; 4º descalificación de la capacidad de ocupar el puesto de jefe de empresa o del ejercicio del cargo de hombre de confianza; 5º retiro de su puesto.
La ejecución de las penas impuestas por el Tribunal de honor se efectúa por medio del inspector del trabajo quien también puede examinar las solicitudes de indulto y hacerlas cursar al ministro de Trabajo.
Sobre las apelaciones contra las sentencias del Tribunal de honor decide el Tribunal supremo de honor en Berlín.
La gravedad de las penas impuestas por los Tribunales de honor sobrepasa todo lo que se ha hecho hasta ahora para la protección del orden social. El hecho de que a un jefe de empresa, incompetente, se le pueda negar la capacidad de ejercer su cargo o de que se expulse a un miembro asocial del personal de su puesto de trabajo constituyen medidas sociales en el verdadero sentido de la palabra.

Un capítulo de especial importancia del AOG trata de la protección contra los despidos. Quien pertenezca a una empresa por lo menos un año debe ser protegido tanto como sea posible contra el despido, a menos que éste se realice por motivo de fuerza mayor. Si el obrero o empleado considera su despido injusto podrá dirigirse al Tribunal del Trabajo solicitando la revocación del despido. Si el Tribunal acepta las razones del demandante, el patrono deberá pagar al despedido una indemnización que depende del tiempo de servicio que ha estado colocado, pero que no podrá ser superior a los 4 doceavos del salario del último año. Si el despido se ha realizado de manera evidentemente arbitraria o por motivos fútiles y en abuso de su cargo, por parte del patrono, el Tribunal del Trabajo puede señalar una indemnización hasta la cuantía de la última paga anual.
El inspector del trabajo está autorizado para aplazar la ejecución del despido por dos meses, en el caso en que éste haya sido pronunciado simultáneamente contra varios miembros del personal. Esta disposición elimina las perturbaciones imprevistas del mercado del trabajo y da al despedido tiempo para procurarse una nueva colocación.


Seguro social, Socorro obrero y Protección del Trabajo

El seguro social es una de las instituciones más antiguas de Alemania. Fue creado por Bismarck, basándose en la idea de las cooperativas de socorro mutuo que ya mucho antes había encontrado su expresión en las cajas de las cofradías y gremios de la edad media y más tarde en las cajas de socorro de los mineros. El Estado organiza la ayuda mutua y contribuye también con los medios públicos cuando no se puede asegurar por otro medio y de una manera suficiente la situación de aquellos compatriotas amenazados por las vicisitudes de la vida. Como es notorio, el sistema alemán del seguro social ha servido de modelo a todas las demás naciones.
El desarrollo posguerra del seguro social no fue muy halagüeño. Varias sociedades de seguros se encontraron en una situación sumamente difícil a consecuencia de los resultados de la guerra, de la inflación y del paro forzoso. Sólo el seguro de invalidez calculaba, comparando todos los futuros ingresos a los egresos y sus intereses hasta el presente, un déficit de 17.000 millones de marcos. El capital de las compañías alemanas de seguros sociales, que antes había importado 3.600 millones, se había reducido en el año de 1924, es decir, después de la inflación, a 1.000 millones de marcos. Si se tiene en cuenta que el número de obreros parados pasó de 900.000 en 1924 a más de 6 millones en 1933, es fácil imaginarse la enorme crisis en todos los sectores del seguro social.
Por eso, a raíz de la revolución nacional el gobierno del Reich estimó como misión importante la eliminación de los peligros que amenazaban la existencia del seguro social por medio de la utilización de las bases financieras y por una nueva ordenación legislativa.
De acuerdo con la ley de saneamiento de las rentas sociales, de fecha 7 de Diciembre de 1933, el llamado procedimiento de derrama en todos los seguros de rentas se transformó en el de supervivencia garantizada (prima). Las primas fueron fijadas, de modo que el valor de todas las primas futuras junto con el capital y la ayuda del Estado, inclusive intereses, pague la suma que probablemente será necesaria para cubrir los gastos próximos. Este saneamiento mostró resultados favorables durante los últimos años: obreros y empleados alemanes hoy se hallan libres de preocupaciones por su existencia en el caso de que les ocurra un accidente y también para la época de la vejez.
Varias disposiciones tratan al mismo tiempo de la reforma del seguro contra enfermedades. Los comisarios del Ministerio de Trabajo eliminaron los abusos que aún existían así como la parcialidad existente y dotaron de base sólida a las cajas de seguros contra enfermedades.
Por último, el 5 de Julio de 1934 se publicó la ley “sobre la reorganización del seguro social”. Su fin esencial es suprimir la disgregación y complicación del régimen de seguros elevando su capacidad de rendimiento gracias a una centralización uniforme. La ley clasifica el régimen de seguros en las cinco secciones siguientes: seguro contra enfermedades, seguro de rentas para obreros, seguro de rentas para empleados, seguro contra accidentes y seguro profesional de los mineros (Cajas de socorros mineros). El gobierno rehusó todas las proposiciones que tendían a una transformación radical del antiguo régimen alemán de seguros sociales en un seguro general, seguro obligatorio o seguro del Partido para todos los ciudadanos del Reich; por el contrario, se pronunció a favor de un retorno a los principios de la obra de Bismarck fundiéndolos con las ideas directrices del nacionalsocialismo.
Ya que gracias a la eliminación del paro forzoso en Alemania se hizo posible consolidar el régimen de los seguros de rentas e iniciar el cumplimiento de los pagos, el gobierno del Reich decretó, el 21 de Diciembre de 1937, una ley “sobre la reorganización del régimen de seguros de rentas sociales”.

Para el saneamiento definitivo contra la invalidez y del seguro para empleados, el seguro contra el paro tiene que pagar anualmente 18% de las cuotas del seguro contra la invalidez a las cajas de esta institución y cada vez un cuarto de las cuotas del seguro para empleados a la Caja de seguros del Reich para empleados. Además, el Reich autoriza aquellos fondos que fuera de las cuotas y demás ingresos de los seguros son necesarios para el cumplimiento de sus pagos. De este modo el Reich se hace cargo de una garantía legal fija que asegura la existencia de los seguros contra la invalidez y para empleados.
2º Para su saneamiento el seguro de rentas de los mineros recibe anualmente del Reich 105 millones de marcos y del seguro contra la invalidez 50 millones de marcos. Además, el seguro del Reich para empleados paga por año 18 millones de marcos al seguro de rentas para empleados mineros. La ley prevé una nueva distribución de las cuotas del seguro de rentas y contra enfermedades para los mineros para los mineros entre asegurados y empresarios; así como una reducción de las cuotas que deben pagar los mineros para el seguro contra el paro, dando lugar a un descargo en el salario bruto del minero del 6% aproximadamente. A pesar de las elevadas obligaciones del seguro para mineros, el minero no tiene que pagar cuota aumentada para el seguro social como los otros obreros. En cambio los empresarios recargan sus gastos anuales con unos 25 a 30 millones de marcos.
3º Organización de las obligaciones del seguro contra la invalidez y del seguro para empleados: a) Con el propósito de fomentar la política demográfica, en caso de matrimonio, será devuelto a las obreras aseguradas la mitad de las cuotas abonadas por ellas mismas; las rentas para huérfanos y los subsidios para jóvenes son concedidas hasta la edad de 18 años, mientras dure la enseñanza escolar y el aprendizaje profesional; los subsidios para familias numerosas se aumentan a partir del tercer hijo; también se conceden rentas a las viudas de los obreros, no sólo en el caso de invalidez, sino cuando tienen que educar más de tres hijos; b) se cuenta el tiempo del servicio militar y el de servicio de trabajo obligatorio en el derecho a rentas; se conceden aumentos a los veteranos por tiempo de servicio prestado en la guerra; d) las prescripciones para el retiro se han hecho menos estrictas a favor de los inválidos de guerra; e) en general, se atenúan las prescripciones cuando concurren varias rentas provenientes de los seguros contra la invalidez, para empleados y mineros; f) el derecho al pago de rentas se simplifica y se unifica mediante la eliminación de condiciones severas.

Otro decreto de la ley dispone que el seguro del paro debe pagar anualmente, para los años de 1938 a 1941, una suma de 270 a 280 millones de marcos al fondo especial del Reich del cual se hará uso para ampliar los subsidios destinados a familias numerosas. Finalmente, la ley dispone que en el futuro todo ciudadano alemán, hasta la edad de 40 años, puede ingresar voluntariamente al seguro social. Por medio de esta ley, que crea la posibilidad de seguro para todos los alemanes, queda abierto definitivamente el camino hacia el seguro popular. Gracias a la nueva ley, la situación del obrero alemán se mejora con el aumento de una suma de más de 500 millones de marcos anuales originados por el pago de seguros, la ampliación de indemnizaciones a la infancia y las facilidades en el pago de las cuotas de seguro para los mineros. Al mismo tiempo se establece la base financiera para garantizar de modo permanente la capacidad de satisfacer los pagos de seguros de pensiones de invalidez, de empleados y de mineros, sin que ello presuponga un gravamen complementario para los asegurados y sus patronos, con excepción de los empresarios mineros.

Una idea de la importancia del seguro obrero en Alemania, en el año de 1937, la dan las cifras siguientes:


Número de asegurados
(millones de RM)
Suma pagada en indemnizaciones
(millones de RM)
Seg. contra enfermedades
22,3
1.423,2
Seg. contra accidentes
27,2
314,1
Seg. contra invalidez
19,2
1.209,1
Seg. de empleados
4,4
333,5
Seg. de pensiones para mineros
0,7
206,3

73,8
3.486,2

El crecimiento del capital de las compañías de seguros sociales, que ha ascendido de 4.627,8 millones de marcos en el año 1932 a 7.439,2 millones de marcos en el año de 1937, demuestra el progreso alcanzado desde la toma del poder por el nacionalsocialismo.

La desaparición casi absoluta del paro obrero en Alemania ha dado nueva importancia a una organización que en los años anteriores había desplegado una actividad perjudicial: la Oficina nacional de colocación y seguro contra el paro forzoso. El nuevo Estado ha preferido dar trabajo al parado, en lugar de aumentarle el subsidio.
La Oficina nacional, que antes se hallaba casi ahogada bajo el peso del paro obrero en masa y que estaba condenada a un trabajo nada satisfactorio, de nuevo pudo dedicarse con toda energía a la labor de colocación de obreros. Su actividad ha experimentado una transformación fundamental. A esta oficina ha sido encomendada por el Estado la reglamentación sistemática de la colocación del obrero. Sobre esta base se establece la organización del seguro contra el paro forzoso. La Oficina nacional debe entrar en acción hasta que no se hayan agotado todas las demás posibilidades. Como se ve, el punto de vista en cuanto al seguro contra el paro no es la demanda legal de apoyo como compensación a las cuotas deducidas sino la ayuda consciente en virtud de las medidas tomadas por el Estado para la colocación del obrero.
No obstante el notable aumento de la cuota del obrero colocado, la situación financiera de la Oficina nacional en los tiempos anteriores a 1933 padecía bajo la enorme deuda (alrededor de 1.500 millones de marcos en 1931) que exigía a menudo la intervención del Estado. Actualmente, la oficina no sólo se mantiene por sí misma sino que ha liberado al Estado y a los municipios de las cargas del socorro para subsanar la crisis que se elevan a unos 3.000 millones de marcos.
La colocación de obreros en un país con más de 20 millones de trabajadores y en el que no siempre se ofrecen nuevas ocasiones de trabajo, pero en el cual hay suficientes obreros capacitados, es un factor sumamente importante; la necesidad de un equilibrio se impone. La reorganización del Ejército hizo ver la necesidad de establecer una reglamentación entre las distintas edades de los obreros y de ciertos grupos de especialistas. A este fin se destinan la ley sobre la reglamentación del trabajo del 15 de Mayo de 1935, que autoriza a la Oficina nacional prohibir la entrada de obreros en los distritos municipales con elevada cifra de parados, y la ley del 5 de Noviembre de 1935 que centraliza en la Oficina los servicios de colocación obrera, de asesoramiento profesional y de aprendizaje.
Como organismo independiente del Estado la Oficina nacional, con atribuciones legislativas, desempeña ciertas funciones oficiales que ejecuta bajo su propia responsabilidad. La Oficina nacional es una autoridad directa del Reich con especial forma administrativa que deliberadamente se ha separado de la administración general. Esta forma jurídica especial de la Oficina nacional corresponde así a la necesidad de poseer un instrumento que se adapte, sin trabas ni dificultades, a las variadas exigencias surgidas cada momento en la colocación obrera. Además, la Oficina nacional simboliza la ordenación sistemática del trabajo obrero dentro del programa de la política general del Estado que requiere un aparato autónomo y eficaz, bajo la inspección del Estado, y que se dedique sólo a esta obra social. Con pleno conocimiento del justo principio de unidad en la administración tampoco se ha podido impedir el proceso evolutivo hacia la administración especial del Estado como ocurre con la Oficina de colocación obrera y de seguro contra el paro. De igual modo que la progresiva división del trabajo dentro de la economía privada, el Estado moderno exige también una administración clasificada de acuerdo con las necesidades correspondientes. En virtud de las experiencias realizadas hay que hacer constar que la fundación de un organismo autónomo, como administración especial del Estado, con una esfera propia de acción es prácticamente acertada desde todos los aspectos.
La Oficina nacional se divide en dirección central con sede en Berlín, en 13 oficinas federales, como autoridad intermedia, incluida una delegación especial de la oficina de la provincia del Rhin, en Saarbrücken, para el territorio del Sarre, y 345 oficinas de trabajo como autoridad inferior. Una red completa de Oficinas de trabajo que con sus delegaciones, dependencias, anexos auxiliares y centros de información comprende todo el territorio del Reich, está a la disposición con el objeto de poder abarcar y asesorar todo sitio de trabajo y todo elemento trabajador. La autoridad sobre la Oficina nacional está en manos del ministro de Trabajo, con lo cual se asegura la unidad de dirección.
El 1 de Octubre de 1937 la Oficina nacional cumplió el décimo aniversario de haber sido fundada. Las experiencias acumuladas durante ese decenio han comprobado su necesidad práctica. Una economía con tareas a realizar, de las proporciones del Plan Cuadrienal, exige una distribución adecuada de sus labores y no puede prescindir de un instrumento del Estado para la reglamentación del empleo de la mano de obra. Una ayuda que sirva de apoyo a los parados también debe existir como corolario al derecho a trabajo y deber moral de la comunidad del pueblo comprendida dentro del Estado. El derecho en vigor del seguro contra el paro aún no tiene en la actualidad, en toda su amplitud, el rango que le corresponde dentro de la esfera de las actividades de la Oficina nacional. Una modificación en ese campo debe venir y vendrá para poseer una institución que satisfaga más que hasta hoy las exigencias de acuerdo con el empleo de brazos y al mismo tiempo con las necesidades político-nacionales.

La introducción de la cartilla de trabajo para todos los obreros y empleados es de la mayor importancia para la orientación en la estructura profesional del pueblo alemán así como para una distribución razonable de los trabajadores manuales e intelectuales.
Por último, son esenciales las medidas relativas al cambio de profesión e instrucción profesional; su finalidad consiste en suprimir la falta de obreros especializados que se ha observado ya en algunos sitios y en la instrucción de aquellos que por causa de un largo paro forzoso han sufrido una fuerte pérdida en su capacidad profesional.

Anteriormente he hablado de la protección contra el despido; esta cuestión forma sólo una parte de la protección total del trabajo, que comprende otras muchas medidas político-sociales para la defensa de los obreros en su trabajo: protección del salario; protección de la jornada para las mujeres, especialmente parturientas; para los jóvenes y niños; prevención de accidentes; lucha contra enfermedades profesionales, etc. Todas estas medidas han sido unificadas. La organización estatal para la ejecución e inspección de la protección del trabajo culmina en la inspección industrial, cuyos funcionarios trabajan en colaboración con los inspectores del trabajo y con los del seguro contra accidentes. Se ha organizado un museo de protección al trabajo.
Con fecha 30 de Abril de 1938, el gobierno publicó una ley sobre el trabajo infantil y sobre la duración del trabajo de los jóvenes (Ley para la protección juvenil), que resume todas las disposiciones de protección para los niños y jóvenes, con notables mejoras. El campo de aplicación de esta ley se extiende a todos los jóvenes empleados con contrato de trabajo o de aprendizaje o en servicios semejantes. Se permiten algunas excepciones, por ejemplo, para los servicios domésticos, agricultura, navegación marítima y fluvial. El trabajo infantil está prohibido en principio. Está permitido el empleo de niños (menores de 14 años) en una proporción limitada solamente se garantiza una protección suficiente. La ley dispone, además, aumentar la edad de protección para el trabajo de 16 y 18 años. La jornada de 8 horas para jóvenes (entre 14 y 18 años) se ha conservado, pero hay que incluir en ella el tiempo de instrucción en la escuela profesional. Toda clase de trabajo suplementario está prohibido para jóvenes menores de 16 años, igualmente el trabajo nocturno. Las excepciones hasta ahora permitidas en algunas ramas de la industria (hotelera, cervecera, panadera, etc.) han sido notablemente limitadas. En beneficio de todos los obreros jóvenes fue introducido un fin de semana aumentado, desde el sábado a las 2 de la tarde hasta el lunes a las 6 de la mañana. Este tiempo debe servir al reposo físico e intelectual y a la educación política. Por último, la ley reglamenta los permisos: los jóvenes menores de 16 años gozan de 15 días laborales y los mayores de 16 años de 12. Sin tener en cuenta la edad el permiso se eleva a 18 días si se reside durante largo tiempo en un campamento o se toma parte en un viaje de la Juventud Hitleriana.

Al campo de la política social pertenece también la asistencia social. A continuación trataré este tema en capítulo especial. Delimita otro sector de la vida nacional en el cual el nuevo gobierno ha desarrollado su actividad con el mayor éxito. Otro tanto se puede decir en lo referente al régimen de viviendas y asentamientos cuya finalidad es la de proporcionar al trabajador alemán un hogar digno de este nombre.
[1] A la cabeza de los institutos de finanzas estaba la Sociedad alemana para el fomento de obras públicas (Öffa), actualmente disuelta, que tenía a su disposición 1.257 millones de marcos tomados del programa de trabajo. La concesión de créditos para trabajos agrícolas le fue encomendada al Rentenbank; los créditos para el fomento de viviendas y grupos de casas baratas, y especialmente para las ciudades-jardines y saneamiento del casco viejo de las ciudades, le fue encomendado al Bau und Bodenbank. El Deutsche Siedlungsbank, por orden del gobierno, concedía préstamos para las colonizaciones agrícolas.