Werwolf

"Sehen wir uns ins Gesicht. Wir sind Hyperboreer". Nietzsche

Thursday, May 04, 2006

La Alemania de Hitler III.2



Año 1936
El 27 de Febrero, la Cámara francesa ratificó el pacto franco-ruso por 353 votos contra 164. El 7 de Marzo las tropas alemanas entraron en la zona desmilitarizada del Rhin. Las potencias signatarias del tratado de Locarno (16 de Octubre de 1925) o sean, Francia, Bélgica, Italia y Gran Bretaña fueron notificadas de que Alemania había restablecido la total e ilimitada soberanía nacional en la zona desmilitarizada del Rhin en interés de los derechos más primitivos de un pueblo de asegurar sus fronteras y de afianzar sus posibilidades de defensa (Fig. 45/46).
En el memorándum alemán se decía que el pacto de Locarno había perdido su objeto y cesado prácticamente de existir a consecuencia del pacto París-Moscú. Por esa circunstancia, Alemania se veía desligada de ese pacto, sobre todo porque, además, se había completado paralelamente con otro concluido entre Checoslovaquia y la Unión Soviética. Pero para evitar una falsa interpretación de sus propósitos y acentuar el carácter puramente defensivo de estas medidas y dar impulso una vez más a sus anhelos de una pacificación de Europa, el gobierno alemán, basado en estas miras, se mostraba dispuesto a concertar nuevos tratados según las proposiciones siguientes:
1. Formación de una zona desmilitarizada a ambos lados de la frontera franco-alemana.
2. Conclusión de un pacto de no-agresión entre Alemania, Francia y Bélgica por un plazo de 25 años.
3. Firma de este pacto por Inglaterra e Italia como potencias fiadoras.
4. Participación de Holanda en este pacto.
5. Firma de un pacto aéreo entre las potencias occidentales.
6. Conclusión de un pacto de no-agresión con los Estados limítrofes al Este de Alemania, Lituania inclusive, idéntico al hecho con Polonia.
7. Regreso de Alemania a la Sociedad de las Naciones con la esperanza de que en el curso de un tiempo razonable se puedan resolver por medio de negociaciones amistosas las cuestiones de la igualdad de derechos coloniales y del Estatuto de dicha Sociedad desligándolo del tratado de Versalles.
De esta manera Hitler rompió la segunda de las fuertes ligaduras de Versalles y puso al mundo ante una nueva "sorpresa". Hasta ahora, su plan de paz no ha encontrado en el extranjero, por desgracia, el reconocimiento que se merece. Lo mismo que un año antes, al restablecerse el servicio militar obligatorio, comenzó entonces una campaña diplomática contra Alemania. Al revés de lo ocurrido el año 1935, Italia tomó parte en ella sólo al principio; la neutralidad de Alemania en la guerra ítalo-abisinia mostró en esta ocasión su efecto.
Por la resolución del Consejo de la Sociedad de las Naciones, tomada en Londres el 19 de Marzo, Alemania fue condenada por haber infringido el artículo 43 de Tratado de Versalles. Contra esta determinación protestó inmediatamente el embajador von Ribbentrop. El 3 de Abril, el Sr. Eden, ministro de Relaciones Extranjeras inglés, comunicó en la Cámara de los Comunes que "el gobierno inglés, si bien hasta ahora no había tenido tiempo de hacer más que un estudio preliminar, consideraba como muy importantes las últimas proposiciones de Hitler".
Por su parte, el pueblo alemán, mediante las elecciones del Reichstag del 29 de Marzo, demostró estar conforme con la decisión tomada por el Führer.
La lucha diplomática de las potencias signatarias de Locarno llevó a conversaciones de los estados mayores militares de Francia, Inglaterra y Bélgica, cuyo contenido no se dio a conocer; fueron terminadas, el 23 de Junio en Londres, por una conferencia de estas potencias (sin Italia). Se acordó convocar a una conferencia de las Cinco potencias, cuyos preparativos no se han terminado hasta hoy porque entretanto otros dos sucesos importantes de política internacional se han colocado en primer plano: el fin de la guerra ítalo-abisinia, victorioso para los italianos, y el comienzo de la guerra civil española.
La actitud neutral de Alemania con respecto a Italia durante su guerra con Abisinia y en la lucha contra las sanciones debía conducir a una aproximación entre Roma y Berlín. En la cuestión austríaca la política italiana se mostró transigente. Alemania logró concertar con Viena un acuerdo firmado el 11 de Julio. Los gobiernos declararon estar dispuestos a renovar sus relaciones amistosas; de este modo creían servir a los intereses comunes de ambos Estados así como a la paz europea. Alemania reconoció la soberanía del Estado confederado de Austria. Esta a su vez tenía que orientar su política de acuerdo con la realidad de que Austria se reconoce como un Estado alemán.
Por este convenio no se alteran los protocolos romanos de los años 1934 y 1936 ni tampoco la posición de Austria respecto a Italia y Hungría como participantes en estos protocolos. Ambos gobiernos consideran la organización política interna de sus respectivos países, incluso el nacionalsocialismo austríaco, como un asunto exclusivamente interno.
Con este tratado desapareció por fin una disensión que había tenido alejados a estos dos Estados alemanes. El carácter alemán se ambos participantes les indujo a los naturales sacrificios. El terminar con una situación que tanto política como espiritualmente había pesado sobre la población fronteriza de ambos países valía la pena de hacer tales sacrificios.
También se pudo ver al firmarse este convenio, lo mismo que en el tratado polaco-alemán y que en acuerdo naval anglo-alemán, que el sistema directo del entendimiento bilateral produce resultados positivos.
Este convenio no significa ninguna "nueva constelación"; en él se prevé que los acuerdos romanos de Austria con Italia y Hungría no sufran alteración alguna ni tampoco tienen como consecuencia un giro de Viena de esta línea política. Para Alemania tampoco significa el convenio un desvío de su política de buscar las relaciones amistosas con sus vecinos, de eliminar los factores perturbadores y de contribuir a una paz colectiva, justamente entendida.
Como resultado de la actitud cordial de Roma, el joven ministro de Relaciones Exteriores italiano, conde de Ciano, hizo una visita a Berlín el 19 de Octubre. Después de una recepción solemne cambió amplias impresiones con el ministro de Relaciones Exteriores von Neurath y con otras eminentes personalidades. En Berchtesgaden, el Führer le comunicó que Alemania reconoce, bajo todas sus formas, el Imperio italiano de Etiopía (Fig. 48).
Ciano declaró que habían sido examinadas las negociaciones para la sustitución del Tratado de Locarno así como los diferentes aspectos del problema de la Sociedad de las Naciones; a partir de entonces todas las cuestiones habrían de ser tratadas mediante consultas de carácter amistoso entre ambas naciones. Alemania e Italia habían llegado además al convencimiento de que el gobierno nacional del general Franco está apoyado por la firme voluntad del pueblo español en la mayor parte del territorio de aquella nación. Italia y Alemania deseaban que España, en su plena integridad nacional y colonial, recuperara el puesto que le corresponde.
Además, se acordó intensificar aun más las relaciones culturales entre Alemania e Italia. En relación con el reconocimiento del Imperio italiano de Etiopía se ha establecido un arreglo de las relaciones económicas ítalo-alemanas en cuanto se refiere a Etiopía.
El conde Ciano tomó parte en Berlín en una manifestación de las juventudes hitlerianas, en la que anunció la fundación de un instituto en Berlín y otro en Roma de las organizaciones juveniles ítalo-alemanas.
Esta visita fue el punto de partida de una serie de viajes de personalidades de la política, de la economía, del ejército, etc., de Berlín a Roma y viceversa.
En su discurso "realista" de Milán, del 1 de Noviembre, Mussolini dijo que "la vertical Berlín-Roma no es una secante sino más que eso un eje, en el cual pueden apoyarse todos los Estados europeos que estén inspirados por la voluntad de colaboración y de paz".
Así tuvo lugar la realización de un deseo expresado por Hitler en su libro "Mein Kampf": el logro de una Entente Cordiale con Italia.
El mes de Noviembre trajo tres acontecimientos importantes para la política alemana de libertad y de paz.
El primero fue el restablecimientos de la soberanía del Reich sobre los ríos alemanes.
El 15 de Noviembre, el gobierno alemán transmitió una nota a los gobiernos que por el tratado de Versalles estaban representados en la Comisión fluvial internacional del Rhin, Danubio, Elba y Oder. En esta nota se decía que las prescripciones del tratado contradicen a los principios de igualdad de derechos en la navegación fluvial y significan un sistema unilateral desventajoso para Alemania. Como los esfuerzos alemanes para suprimir este insoportable estado de cosas habían sido siempre infructuosos, el gobierno alemán ya no podía aceptar por más tiempo la situación creada y por tanto no reconocía más dichas prescripciones concernientes a los ríos en territorio alemán y a la administración del canal de Kiel. Al mismo tiempo, el gobierno alemán denunció los acuerdos tomados el 4 de Mayo referentes a la navegación por el Rhin.
Con esto cesó la colaboración de Alemania en el seno de la Comisión fluvial creada por Versalles. La navegación por los ríos alemanes está abierta a todos los Estados que vivan en paz con Alemania y no hay diferencia alguna en la manera de tratar a los barcos alemanes y extranjeros. Condición previa para ello es, desde luego, la garantía de reciprocidad.
Hitler eliminó así una de las últimas ligaduras del Dictado de Versalles.
El segundo acontecimiento de este mes fue la visita oficial del secretario de Relaciones Exteriores austríaco Dr. Guido Schmidt que sostuvo largas conversaciones con el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Neurath, y que seguidamente fue recibido por el Führer. Objeto de estas conversaciones fueron los problemas de naturaleza política, económica y cultural. Las relaciones comerciales austro-alemanas habrían de ser inmediatamente intensificadas. Se vio que, manteniendo en vigor las bases del convenio del 11 de Julio, podría resultar una colaboración provechosa en muchas cuestiones.
El tercer acontecimiento lo constituye el pacto contra la Internacional comunista que fue firmado el 25 de Noviembre entre el embajador de Japón y el embajador von Ribbentrop. Alemania y Japón reconocen que el fin de la Internacional comunista es la descomposición y opresión de los Estados existentes; están convencidas de que una intromisión del Komintern en los asuntos internos de las naciones amenaza tanto a la paz y bienestar social interiores como a la paz mundial. Ambas naciones acuerdan informarse recíprocamente sobre la actividad de la Internacional comunista, consultarse sobre las medidas de defensa necesarias y ejecutar éstas en estrecha colaboración. Los demás Estados, cuya paz interna aparezca amenazada por la labor destructora de la Internacional comunista, son invitados a participar en este acuerdo. El pacto será válido durante 5 años.
Un protocolo adicional establece la formación de una Comisión permanente de ambos países. Las autoridades competentes deben adoptar las más severas medidas contra los colaboradores directos o indirectos de la Internacional comunista en el interior o en el extranjero.
Los motivos para este acuerdo se encuentran en la resolución del séptimo Congreso del Komintern de formar un "Frente único para la lucha contra el fascismo y el imperialismo" que se dirigía principalmente contra Japón, Alemania y Polonia. Con esto, la actividad del Komintern demostró su carácter internacional: las medidas para oponérsele tenían que ser por tanto de colaboración internacional.
Las ideas expuestas por Hitler y otros oradores, dos meses antes, en el Congreso del Partido en Nuremberg, encontraron por primera vez inmediata aplicación en este acuerdo.
Entre otros acontecimientos importantes de este año, hay que citar el "convenio comercial y de pagos" firmado con Lituania, el 5 de Agosto. El objeto del mismo es disminuir la tirantez entre ambos países y fomentar sus relaciones políticas. Esta política pacifista de Alemania con respecto a los Estados vecinos se afianzó con las ofertas de garantía de neutralidad a Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Suiza.

Año 1937
El año comienza con un viaje a Italia del presidente del Consejo de Ministros, mariscal Göring, acompañado de su esposa. El colaborador de Hitler fue recibido en audiencia por el rey y sostuvo varias conversaciones con el Duce y con el conde Ciano. En éstas se trató de los problemas internacionales presentes, especialmente de la guerra civil española. En una recepción concedida a la prensa, en Capri, el mariscal Göring acentuó que el eje Berlín-Roma es una articulación sólida en la obra de reconstrucción de la paz; mediante la firme voluntad de desembrollar la situación internacional Alemania quiere contribuir a consolidar la paz de Europa de nuevo amenazada.
El resultado práctico de estas conversaciones se expresó en la coincidencia de las respuestas con las cuales Italia y Alemania contestaron el 25 de Enero el memorándum de la Gran Bretaña referente a la prohibición de los voluntarios para España.
Anteriormente, ambos gobiernos ya habían propuesto prohibir la intromisión indirecta (ayuda económica, propaganda, envío de voluntarios). Esta propuesta no fue tomada en consideración. Alemania e Italia estaban ahora dispuestas a dar una nueva ley por la cual debería prohibírsele la entrada a España a todas las personas que se propusieran marchar a dicho país para tomar parte en la guerra civil. Las notas se referían a las propuestas de ambos gobiernos de retirar de España a todos los combatientes no españoles, incluso agitadores y propagandistas.
Esta respuesta se comunicó a raíz de las inculpaciones de la prensa extranjera contra Alemania por la supuesta presencia de tropas alemanas en el Marruecos español y contribuyó a calmar el estado de ánimo en el mundo. Es preciso hacer constar que, gracias a una conversación sostenida entre el Führer y el embajador francés, Françios Poncet, en la recepción de año nuevo del cuerpo diplomático, así como a la actitud objetiva de los gobiernos francés e inglés, se debe el que el incidente del supuesto desembarco no haya tenido graves consecuencias internacionales. Desde entonces, Roma y Berlín, de completo acuerdo, siguen la misma política en la cuestión española.
El 30 de Enero de 1937, los cuatro primeros años del gobierno nacionalsocialista se terminaron con un discurso por la paz, pronunciado por Hitler ante el Reichstag. El Führer dio cuenta general de los resultados obtenidos en todos los ramos de la vida nacional. Hitler puso en evidencia que la revolución nacionalsocialista ha realizado el mayor milagro imaginable en el gobierno de un país y que el orden en el interior, así como la reorganización del ejército alemán, le han dado la posibilidad de liberarse de aquellas ataduras que Alemania tuvo que soportar como la mayor ignominia que se le ha hecho hasta ahora a un pueblo.
A continuación, el Führer anunció su propósito de dar por terminado el proceso de igualdad de derechos de Alemania, pero esto no podría tener lugar hasta que no se hubieran cumplido otras dos condiciones previas:
1. Subordinar a la soberanía del Reich los ferrocarriles alemanes y el Banco Nacional (Reichsbank).
Una vez cumplida, en efecto, esta resolución desaparecen las últimas ligaduras internacionales de la legislación monetaria alemana. Así terminó un período de amargos recuerdos para el Banco Nacional: toda forma de dependencia del extranjero significa una humillación para el Banco emisor de un pueblo con conciencia nacional. Los ferrocarriles alemanes, una vez liquidadas las participaciones privadas, pasaron a ser del Estado.
2. La segunda condición es la de retirar solemnemente la firma alemana de la declaración obtenida, por exacción, de un gobierno débil, contra ciencia y conciencia, de la culpabilidad de Alemania en la guerra.
Si bien esta declaración no significaba más que un gesto, su efecto moral era grande, ya que el texto del artículo 231 del Tratado de Versalles (Reconocimiento de la responsabilidad única e indemnización de daños) pesaba constantemente sobre el sentimiento nacional del pueblo alemán.
Historiadores y escritores alemanes, basándose principalmente en las publicaciones del archivo secreto ruso editadas después de la guerra, se han esforzado en demostrar el error histórico de aquel artículo tan ofensivo para Alemania.
En el extranjero también se han hecho investigaciones de esta índole con resultados favorables para Alemania. A pesar de esto, dicho error ha enturbiado el criterio de muchos hombres de Estado y ha hecho fracasar todo intento de Alemania de obtener una revisión del artículo 231.
Hitler manifestó en su discurso que Alemania, como Estado que ha recuperado la igualdad de derechos, tiene conciencia de su misión europea y colaborará desde ahora en la solución de los problemas internacionales.
Con estas palabras del Führer se terminó un período que comenzó el 28 de Junio de 1914. Para Alemania, para toda Europa, este tiempo abarcó guerras y revoluciones, miserias y sufrimientos que apenas tienen su equivalente en los anales de la Historia. Ahora una nueva era comienza; todos esperamos confiados en que será mejor a pesar de las dificultades internacionales presentes.
El Führer ha mantenido su promesa de devolver a Alemania la igualdad de derechos, la libertad y el honor nacionales.
Es interesante recordar que en este discurso, que acabamos de citar, Hitler decía que el gobierno alemán había asegurado a Bélgica y a Holanda el estar dispuesto a "reconocer y garantizar en todo momento a estos Estados como territorios neutrales e intangibles". Esta buena disposición de ánimo de Alemania halló un eco entusiasta en la Cámara holandesa; el gobierno declaró que Holanda apreciaba estos buenos propósitos en todo su valor.
El 12 de Febrero tuvo lugar una conversación entre el embajador alemán, Ribbentrop, y el representante del ministro de Relaciones británico, Lord Halifax, en la cual se trataron diferentes cuestiones que afectaban los intereses de ambos países. Esta conversación preparaba la visita que más tarde hizo Lord Halifax a Alemania.
El ministro de Relaciones Exteriores, Neurath, que llegó a Viena el 22 de Febrero para pasar allí dos días, celebró varias entrevistas con el canciller de la Confederación, Schuschnigg, y con el secretario de Relaciones Dr. Schmidt. En un comunicado oficial se anunciaba la satisfacción con que se había comprobado que el acuerdo del 11 de Julio de 1936 había servido para el restablecimiento de las relaciones amistosas con plena confianza de ambos Estados y como base adecuada para garantizar en lo sucesivo una colaboración provechosa. En estas conversaciones se expresó la esperanza de que la aproximación conseguida por el acuerdo económico del 27 de Enero había de favorecer un movimiento más intenso de mercancías y viajeros, que a su vez tenía que influir sobre el desarrollo general de las relaciones entre ambos países. En cuanto a la política cultural se discutieron extensamente las cuestiones más urgentes del intercambio intelectual. En consecuencia, se nombró la comisión para el fomento de las relaciones culturales entre Austria y Alemania que ya se había acordado cuando el secretario de Estado, Dr. Schmidt, hizo su visita a Berlín. Esta comisión debía principiar sus funciones el 25 de Febrero.
Poco después, el presidente de la Confederación suiza, dio a conocer al Consejo que uno de los miembros de éste, Schulthess, con motivo de un viaje privado a Alemania, efectuado con su anuencia, había sido recibido en audiencia por el Führer. El canciller renovó sus deseos de paz y declaró que la existencia de Suiza es una necesidad europea; además hizo observar que en su discurso del 30 de Enero, al hacer referencia a la declaración de neutralidad de Bélgica y Holanda, no se había citado especialmente a Suiza porque no afectaba en modo alguno a la neutralidad ya reconocida por Alemania y las otras potencias. La inviolabilidad y neutralidad de Suiza será en todo tiempo respetada por Alemania, ocurra lo que ocurra. El canciller concedió al Sr. Schulthess plena autorización para comunicar esta declaración expresa y terminante al gobierno de la Confederación a fin de que aquél lo transmitiera al pueblo suizo. El Consejo federal, con satisfacción, tomó nota de esta declaración.
La primavera del año 1937 se caracterizó por diferentes acontecimientos que llevan el sello de una inteligencia internacional.
En primer lugar, el Dr. Rust, ministro de Educación Nacional, se trasladó a Grecia para inaugurar las excavaciones de Olimpia, emprendidas gracias al donativo anunciado por el Führer con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín. Más tarde, el presidente del Banco Nacional, Dr. Schacht, correspondió en Bruselas a la visita que antes le hiciera en Berlín el gobernador del Banco Nacional de Bélgica; en esta ocasión fue recibido en audiencia por el rey Leopoldo. El Dr. Schacht declaró a los periodistas que, según su opinión, la reorganización de las relaciones económicas internacionales sólo sería posible su estuviera precedida de una depuración de la situación política. Como nadie quiere la guerra será bien posible conseguir esta inteligencia. El rearme alemán no es impedimento alguno, antes por el contrario, facilita este entendimiento ya que Alemania no ha sido respetada mientras no hubo recuperado su fuerza. El subsecretario de Estado y jefe de las Juventudes italianas, Ricci, acompañado de algunos oficiales de Balilla, hizo una visita a Alemania para saludar a los jefes de las juventudes alemanas y conocer su organización. El presidente del Consejo de Ministros, mariscal Göring, fue recibido en Roma por el Duce.
Según una nota oficial, en las conversaciones sostenidas en Roma entre el ministro de Relaciones Exteriores, Neurath, Mussolini y Ciano, se expresó de nuevo la voluntad de ambos gobiernos de continuar una política coincidente sobre la base del protocolo ítalo-alemán de Octubre de 1936 y hacer en lo sucesivo todos los esfuerzos necesarios que contribuyan a favorecer una amplia colaboración con las otras potencias. Más tarde el barón von Neurath estuvo en Belgrado, Sofía y Budapest, para consolidar e intensificar las buenas relaciones del Reich con esos países. También es interesante anotar la declaración que más tarde hizo el ministerio de Relaciones belga, de que su país se da cuenta exacta del significado de la buena voluntad mostrada por el canciller alemán de reconocer y garantizar la neutralidad de Bélgica. En ello se ven posibilidades a las cuales el gobierno belga no quiere renunciar en modo alguno.
El 24 de Mayo, cuatro buques de guerra italianos, que estaban anclados en Palma de Mallorca, fueron atacados por dos aeroplanos del gobierno de Valencia, ataque que causó desperfectos. Dos días más tarde cayó una bomba sobre el comedor de oficiales del crucero italiano "Quarto" matando a 6 oficiales e hiriendo a varios más.
El 29 de Mayo, el buque de guerra alemán "Deutschland", que estaba anclado en la rada de Ibiza, fue bombardeado por dos aeroplanos del gobierno de Valencia. En una nota del gobierno alemán, radiada por las emisoras del país, se hacía constar que el barco pertenecía a las fuerzas navales destinadas al control marítimo internacional estaba anclado y por tanto la tripulación se encontraba en la cámara de proa desprovista de toda protección. Una bomba estalló en el comedor de tropa, 20 muertos y 73 heridos resultaron de este atentado criminal. Una segunda bomba dio en la cubierta lateral produciendo ligeros desperfectos. El barco no había disparado antes ni un solo tiro contra los aeroplanos. La declaración del gobierno alemán añadía que el de Valencia había sido ya avisado por dos veces por la Comisión de no-intervención y por el gobierno alemán de abstenerse de efectuar agresión alguna contra los buques al servicio del control internacional.
Como represalia contra la agresión al acorazado "Deutschland", fue bombardeado por la escuadra alemana el puerto fortificado de Almería. Una vez que fueron destruidas las instalaciones del puerto, y se redujo al silencio a las baterías enemigas, se dio por terminada la represalia. Para reforzar la escuadra alemana en aguas españolas se enviaron algunos buques de guerra más.
El embajador von Ribbentrop entregó a la Comisión de no-intervención, en Londres, una nota en la que la agresión era citada y calificada como uno de aquellos incidentes semejantes en que fueron amenazados, por buques de guerra rojos, el acorazado "Graf Spee", a comienzos de Abril, y el crucero "Leipzig", el 11 de Mayo. El gobierno alemán, en vista de esto, había decidido no participar más en el sistema de control y en las deliberaciones del Comité de no-intervención en tanto que no se obtuviera una garantía contra la repetición de tales incidentes. Mientras subsistiesen estas circunstancias, los buques de guerra alemanes tenían la orden de defenderse con las armas contra cualquier aeroplano o buque de guerra español que se aproximase. Así protegió Adolf Hitler la dignidad de Alemania y el prestigio de las fuerzas de guerra internacionales en las aguas españolas.
El tratado naval cuantitativo anglo-alemán de 1935, no preveía acuerdo a de naturaleza cualitativa hasta que no se llegara a una inteligencia entre Inglaterra, Francia, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como en efecto se había ya realizado, volvió a firmarse un nuevo tratado naval anglo-alemán que queda en vigor hasta el 31 de Diciembre de 1942. Una cláusula de seguridad determina que, en caso de surgir circunstancias especiales, el tratado podrá ser revisado. Además, para el tercer trimestre del año 1940, se han previsto nuevas entrevistas referentes a la prolongación o modificación del tratado; éste determina el tiempo de vida activa y por consiguiente cuándo pueden ser sustituidos los cruceros, portaaviones, buques rápidos, submarinos y otras unidades pequeñas. Desde un punto de vista cualitativo (tonelaje y calibre) se fijan los valores máximos siguientes: para acorazados: 35.000 t y piezas de 40,6 cm; para portaaviones: 23.000 t y piezas de 15,5 cm; para buques rápidos, es decir, cruceros grandes: 10.000 t y piezas de 20 cm; para cruceros pequeños: 8.000 t y piezas de 15,5 cm; y para una subsección: destructores, etc.: 3.000 t y piezas de 15,5 cm; para submarinos: 2.000 t y piezas de 13 cm. Para los cruceros grandes se fija un plazo de suspensión en las construcciones que termina el 1 de Enero de 1947. Sin embargo, si la Unión Soviética realizara su intención de construir en ese tiempo cruceros de gran tonelaje, este plazo de suspensión podrá ser acortado. En el acuerdo se expresa claramente que Alemania en este caso no tendrá responsabilidad alguna. El tratado estipula, además, que ambas partes se notificarán mutuamente por adelantado las nuevas construcciones que se propongan emprender. Asimismo, se previene el intercambio de noticias sobre la puesta en servicio de buques de guerra. Un acuerdo adicional al tratado naval anglo-alemán de 1935 y designado como "aclaración" contiene prescripciones sobre la aplicación de la proporcionalidad del 35:100 de la flota alemana respecto a la británica en las distintas clases de barcos, sobre la posibilidad de la transferencia del tonelaje de una clase a otra y sobre los acuerdos especiales respecto a la edad de los buques de guerra alemanes construidos conforme al Tratado de Versalles. Un cambio de notas, considerado como la tercera parte del tratado, se refiere a la ya citada posibilidad de reducción del plazo por el que se suspende la construcción de cruceros grandes.
A principios de Septiembre se hizo saber que en la segunda quincena del mes, el jefe del gobierno italiano, Mussolini, visitaría Alemania por invitación del Führer. El encuentro de los dos jefes de Estado habría de servir para proclamar de nuevo el estrecho compañerismo y armonía de los movimientos revolucionarios que en ambos países habían llevado a una total transformación de la vida del pueblo y del Estado.
El Sr. Mussolini, jefe del gobierno italiano, realizó su visita a Alemania acompañado de un gran séquito en el cual se hallaban el ministro de Relaciones Exteriores, conde Ciano, el secretario del Partido, ministro Starace y el ministro de Instrucción Pública, Alfieri. Mussolini fue saludado en la frontera austro-alemana por el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess y acompañado por éste a Munich. Después de ser recibido en esta ciudad por el Führer, el Duce depositó una corona en el Ehrentempel situado en la Plaza Real, visitando enseguida los edificios de la administración del Partido y la Casa del Führer, donde se efectuó la recepción de los jefes del Partido (ver Fig. 51-62).
Después del desfile de las milicias del Partido y de una visita a la Casa del Arte alemán, tuvo lugar en este edificio una recepción, en la cual Mussolini nombró a Adolf Hitler Jefe de Honor de la Milicia Fascista, confiriéndole con esto la más alta dignidad que el Partido Fascista puede otorgar.
El nombramiento de Hitler como Jefe de Honor de la Milicia Fascista llevaba esta leyenda: "Adolf Hitler, Führer del pueblo alemán, devolvió a Alemania la fe en su nueva grandeza. El restaurador del orden nacional, social y político, con mano firme, lleva a la nación alemana a su elevado destino. Convencido de la civilización europea y defensor de la misma contra todo intento de subversión, mostró a Italia, en horas de lucha, su amistad leal y su solidaridad."
Adolf Hitler entregó a Mussolini a Gran Cruz de la Orden del Mérito del Águila Alemana, especialmente confeccionada para él y ejemplar único, y la Insignia de Oro del Partido, que hasta ese momento sólo había sido llevada por el Führer.
Mussolini en compañía del Führer partió de Munich hacia el Norte de Alemania para presenciar las maniobras militares que allí se ejecutaron; después se trasladaron a Essen para visitar los talleres Krupp de donde continuaron su viaje a Berlín.
En la estación, al llegar a la capital del Reich, primeramente, se hizo la presentación de los miembros de gobierno al jefe de gobierno italiano y, acto continuo, en medio del entusiasmo y de la cordial acogida de la multitud, se trasladó, atravesando las calles engalanadas de Berlín, al palacio presidencial del Reich que fue destinado para su residencia. Tanto este día como el 25 de Septiembre para Munich fueron declarados días festivos.
Por la noche tuvo lugar en la Cancillería una recepción del gobierno. En su brindis, que aquí resumimos, Adolf Hitler saludó en Mussolini al genial creador de la Italia fascista y al fundador de un nuevo Imperio.
El vivo entusiasmo del pueblo alemán, con motivo de su visita, es una prueba de que ésta significa más que un simple y convencional encuentro diplomático. En un mundo en el cual reina una gran tirantez, Italia y Alemania se han encontrado mutuamente, coincidiendo en una sincera amistad y en una estrecha colaboración política. Esta colaboración es impulsada por una voluntad indestructible de vida y de conservación mediante el propio esfuerzo de ambos pueblos y por ideales políticos afines que forman la base de la fuerza interior para la consolidación de ambos Estados. Entre los intereses vitales y efectivos de Italia y Alemania no hay elementos que los separen sino al contrario que los completan y unen. Las conversaciones de los últimos días confirmaron de nuevo esta tesis. La obra política, acordada en común para asegurar la paz, no se puede conceptuar como la formación de un bloque dirigido contra otros Estados europeos. Por el contrario, con esta obra se favorece de la mejor manera el propósito de llegar a una inteligencia de carácter internacional y general. Bajo este espíritu ambas naciones están dispuestas a revisar las cuestiones políticas y evitar así cualquier posible intento de separarlas o de enfrentarlas.
En su respuesta Mussolini señaló a Adolf Hitler como el regenerador de la nación alemana. Las revoluciones fascista y nacionalsocialista son revoluciones creadoras, que han hecho surgir grandes obras de la cultura y del progreso. La solidaridad ítalo-alemana no es el resultado de ningún cálculo político, ni sutileza diplomática alguna, sino la expresión y el resultado de una afinidad natural y de intereses comunes. Ambas naciones se encuentran dispuestas a colaborar con todos los pueblos que para ello tengan buena voluntad. Piden, sencillamente, respeto y comprensión para sus necesidades y para la intangibilidad de la cultura europea. Mussolini llevará consigo hacia Italia el recuerdo de las tropas poderosas, de las manifestaciones del pueblo, de la obra reconstructiva espiritual y técnica y la certeza de una firme amistad.
El segundo día de su estancia en Berlín, Mussolini visitó la Armería. Potsdam, la Casa del Fascio en Berlín y por invitación del presidente del Consejo, mariscal Göring, la residencia de éste, Karinhall en Schorfheide. Por la noche hubo una gran manifestación en el Campo Nacional de Deportes (Campo de Mayo, estadio y campos adyacentes) en el que se congregó un millón de almas, más dos millones de personas reunidas en calles y avenidas que conducen al campo; en total, aproximadamente 3 millones. Primeramente habló Adolf Hitler y dijo que esta manifestación no era un mitin corriente sino que expresaba una profesión de fe en ideales e intereses comunes, hecha por dos hombres, oída por un millón y esperada y asentida por ciento quince millones de almas. De este modo, esta noche representa una manifestación de dos pueblos cuyo sentido profundamente sincero es el deseo de garantizar a ambos países aquella paz que no es recompensa de una resignada cobardía sino el resultado de un afianzamiento consciente y responsable de las sustancias y valores éticos, espirituales, físicos y culturales, paz con la cual se tocan los intereses de toda Europa. Ningún pueblo anhela más la paz que el alemán, pues éste ha conocido las nefastas consecuencias de una débil y ciega confianza. Los ideales del liberalismo y de la democracia no han podido salvar a la nación alemana de los atropellos más graves. En estos tiempos de prueba, Italia, y especialmente la Italia fascista, no ha tomado parte en las humillaciones impuestas a Alemania. Por eso nos embarga la más sincera satisfacción al haber sonado la hora en que Alemania pudiera recordarlo y, en efecto, lo recuerda. De la comunidad de las revoluciones fascista y nacionalsocialista ha surgido también una comunidad, no sólo en sus ideales sino también en la acción. Si Italia, gracias a la genial actividad de un hombre ha llegado a ser un Imperio, Alemania por la actitud de su pueblo y por su fuerza militar ha llegado a ser de nuevo una potencia mundial. La fuerza de ambas naciones constituye hoy la más sólida garantía para la conservación de una Europa que no desea sucumbir por la acción de elementos destructores. Cualquier intento de separar y disolver esta comunidad de pueblos fracasará, lo mismo ante una actitud resuelta de los 115 millones de seres que representa esta manifestación de su comunidad, que ante la voluntad de los dos jefes de Estado.
A continuación habló el Duce y, entre otras cosas, dijo que su visita significaba un jalón importante en la vida de ambos pueblos, y que no se podía medir de la misma manera que otras visitas diplomáticas o políticas. El haber venido hoy a Alemania no quiere decir que mañana se encuentre dispuesto a otras visitas. No vino solamente en su calidad de jefe de una revolución nacional para dar prueba de la íntima unión de aquella con la revolución nacionalsocialista. En su viaje no hay intenciones ocultas de ninguna clase, nada que pueda disociar más a una Europa ya suficientemente disociada. La consolidación del eje Roma-Berlín no va dirigida contra ningún otro Estado. Los nacionalsocialistas y los fascistas quieren la paz, pero una paz efectiva y provechosa. Por tanto el resultado de esta visita a Berlín significa: Paz. El fascismo y el nacionalsocialismo han dado a Italia y a Alemania una nueva fisonomía y ésta es precisamente la que Mussolini quería conocer en Alemania. Ahora se ha convencido de que la nueva Alemania constituye un elemento fundamental de la vida europea.
El nacionalsocialismo y el fascismo tienen muchos elementos ideológicos que les son comunes, y en todas partes el mismo enemigo: la Tercera Internacional. Ambos pueblos creen en la voluntad como la fuerza motriz de su vida y rechazan la doctrina del materialismo histórico. Ambas ideologías glorifican el trabajo en sus múltiples formas de manifestarse, como el signo de la nobleza humana; ambas se apoyan igualmente en una juventud educada con disciplina, perseverancia, amor a la patria y desprecio a la vida cómoda. Ambas persiguen el mismo fin de autarquía económica, pues sin esta independencia se compromete también la independencia política. Italia, por las criminales sanciones económicas, ha podido sentir este peligro. Estas sanciones se ejecutaron con todo rigor pero no consiguieron su objeto y dieron ocasión a Italia de mostrar al mundo su capacidad de resistencia. Alemania no se adhirió a estas sanciones, Italia nunca lo olvidará.
Ese ha sido el momento en que por primera vez ha aparecido la necesidad de una íntima colaboración entre ambos países. El llamado eje Roma-Berlín constituyéndose ya en el otoño de 1935 y desde entonces ha servido para una aproximación cada vez mayor de ambos pueblos y para robustecer políticamente la paz. La ética del fascismo exige hablar con claridad y franqueza y marchar con un amigo hasta el fin. Ni en Alemania ni en Italia existe una tiranía. Ningún gobierno del mundo posee la adhesión del pueblo en las proporciones que los de Alemania e Italia; de ahí resulta que estos dos países tienen las mayores y más legítimas democracias del mundo. En ciertos países y bajo la capa de los inalienables derechos del hombre, domina la política de las potencias del oro, del capital, de las sociedades secretas o de los grupos políticos en lucha continua unos contra otros. Otro postulado común entre Alemania e Italia es la lucha contra el bolchevismo, esa forma moderna de tenebroso dominio bizantino de la fuerza bruta, de esa inaudita explotación de la fácil credulidad de las masas humildes, de ese régimen de hambre, de sangre y de esclavitud.
Esta forma de la degeneración humana, después de la guerra, ha sido combatida por el fascismo con la palabra y con las armas, pues allí donde no basta la palabra y lo exigen las circunstancias amenazadoras, es necesario acudir a las armas. Así lo ha hecho Italia en España, donde millares de voluntarios italianos fascistas han caído para la salvación de la cultura europea; de una cultura que todavía puede vivir un renacimiento si se aparta de los falsos y engañosos ídolos de Ginebra y Moscú. Ni Alemania ni Italia hacen propaganda fuera de sus fronteras para ganarse prosélitos porque en verdad poseen fuerza suficiente y la Europa de mañana por imperativo lógico de los hechos llegará a ser fascista. Alemania se ha despertado ya; que Europa despierte y cuándo no se sabe, puesto que fuerzas ocultas pero bien conocidas están trabajando para convertir una guerra civil en una conflagración mundial. Es importante, pues, que Alemania e Italia estén unidas bajo una misma e inconmovible resolución.
El 29 de Septiembre, ante el Duce y el Führer, tuvo lugar en Berlín una gran parada militar. El mismo día, después de una permanencia de tres días en la capital, salió Mussolini de Berlín con el lugarteniente del Führer quien le acompañó hasta la frontera.
Al partir, el Duce invitó al Führer para que visitase Italia. La visita se llevó a cabo en Mayo de 1938, como veremos más adelante.
El 6 de Noviembre fue firmado en Roma un protocolo por los gobiernos alemán, italiano y japonés, considerando que la Internacional comunista amenaza constantemente tanto en occidente como en oriente al mundo civilizado y en vista de que perturba el orden y la paz. Los gobiernos están convencidos de que sólo se puede aminorar y eliminar este peligro mediante una colaboración estrecha de todos los Estados interesados en el mantenimiento de la paz y del orden. Como Italia, ya desde el comienzo el régimen fascista y con indomable decisión, ha luchado contra este peligro y desarraigado del país la Internacional comunista, resolvió ponerse del lado de Alemania y de Japón y alentados por el mismo espíritu de defensa contra el comunismo habían tomado ya posición contra el enemigo común. Los tres gobiernos, en conformidad con el artículo II del acuerdo del 25 de Noviembre de 1936, entre Alemania y Japón, declaran que Italia se adhiere a este acuerdo.
El presidente del Consejo privado inglés, Lord Halifax, llegó a Berlín el 17 de Noviembre. El primer día de su visita, Lord Halifax tuvo una larga conversación con el ministro de Relaciones Exteriores del Reich, barón von Neurath. Más tarde, Lord Halifax fue recibido por el Führer en su casa de campo de Obersalzberg; durante cinco horas trataron problemas referentes a la política internacional de Alemania e Inglaterra. Lord Halifax regresó el mismo día a Berlín. Antes de partir para Londres, el Sr. Halifax declaró que, si bien no se podía comunicar nada sobre la conversación sostenida con el Führer, manifestaba, sin embargo, que la misma tuvo un carácter inoficial y que confiaba en haber abierto algo más que la puerta para llegar a una inteligencia y aclarar la atmósfera política entre Alemania e Inglaterra. Hizo constar, además, la cordialidad y simpatía con que fue recibido en Alemania, especialmente por el Führer, congratulándose de haber tenido ocasión de entablar relaciones con los hombres de Estado alemanes (Fig. 49).
El 21 de Noviembre, el presidente del Consejo de ministros húngaro, Dáranyi, y el ministro de Relaciones Exteriores, Kánya, hicieron una visita al gobierno alemán en Berlín. Con motivo de una recepción en la residencia presidencial, el ministro de Relaciones Exteriores, barón von Neurath, saludó a los huéspedes húngaros y recordó las múltiples relaciones que desde el más remoto pasado han mantenido ambos países y las más duras pruebas por las que han pasado, seguidas de una penosa reconstrucción nacional. El Tercer Reich sigue con cálida simpatía el potente auge de la nación húngara. Lo mismo que hasta ahora, los colonos alemanes, que durante hace muchas generaciones residen en Hungría, y que son fieles ciudadanos de esta nación, en el porvenir seguirán contribuyendo a conservar la amistad entre las dos naciones. La inquebrantable confianza que une a éstas ofrece una garantía para el porvenir político. En su respuesta, el ministro del Consejo, Sr. Dáranyi, expresó su admiración por el ritmo acelerado con que el pueblo alemán se ha librado de sus ligaduras e hizo constar con satisfacción que Hungría está unida a Alemania por una amistad basada en los intereses comunes, de antiguo existentes. Esta amistad, que siempre ha estado al servicio de la paz y que por la guerra mundial se ha consolidado todavía más, continuará en lo sucesivo dedicada a fines pacíficos (Fig. 50).
A propuesta del Duce, el Gran Consejo Fascista decidió por voto unánime, el 11 de Diciembre, abandonar inmediatamente la Sociedad de las Naciones. Respecto a la decisión italiana Alemania comunicó oficialmente su comprensión absoluta y manifestó su más calurosa simpatía a Italia por este paso dado. La Sociedad de las Naciones recibió con ello la merecida contestación a su obra política, pues nunca se ha mostrado capacitada para contribuir con una aportación útil a la solución de los actuales problemas de la política mundial, no actuando sobre la política general sino con una influencia perjudicial y aún a veces peligrosa. Al amparo de pretendidos ideales, la Sociedad de las Naciones ha llegado a constituirse en una agrupación de defensa de algunos usufructuarios del Tratado de Versalles. La total incapacidad de la Sociedad de las Naciones es hoy un hecho real que no necesita ninguna prueba ni admite discusión alguna. Las esperanzas puestas por los Estados pequeños en la Sociedad de las Naciones se han esfumado ante la evidencia de que la política de Ginebra de la seguridad colectiva ha llevado en realidad a una inseguridad igualmente colectiva. Sólo Moscú manifiesta su adhesión ilimitada a los ideales de Ginebra. Las grandes potencias que continúan en Ginebra no poseen ya el derecho de considerar a la Sociedad de las Naciones como la representante autorizada de los Estados y como órgano supremo de la colaboración internacional. El gobierno alemán está convencido de que el sistema político de Ginebra no sólo es desacertado sino pernicioso y por tanto el reingreso de Alemania en dicha sociedad no será nunca tomado en consideración.
Con esta declaración solemne que hizo desaparecer las esperanzas de muchos partidarios de la Liga ginebrina finalizó un año muy movido en las cuestiones diplomáticas.

Año 1938
(Hasta la visita del Führer a Italia)
En el curso de este año continuaron las visitas de los hombres de Estado extranjeros a Alemania. El ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, coronel Beck, de paso para Ginebra, permaneció algunos días en Berlín; en esta ocasión fue recibido por el Führer sosteniendo, además, varias conversaciones con el barón von Neurath y otras destacadas personalidades alemanas.
Siguió la visita del presidente del Consejo y ministro de Relaciones Exteriores de Yugoslavia, Sr. Stojadinovic, quien conferenció sobre asuntos de política con el presidente del Consejo, mariscal Göring, y con el mismo canciller. Como se informó oficialmente, las conversaciones se desarrollaron en una atmósfera de sincera amistad y absoluto entendimiento en cuanto a sus respectivos puntos de vista políticos, confirmándose de nuevo que existen las bases para una amistad duradera y para una colaboración en todos los terrenos que contribuyen a mantener la paz de Europa. En ambas naciones existe la voluntad firme de estimular en todas las formas las relaciones germano-yugoslavas. La prensa, de común acuerdo, servirá en lo sucesivo para fortalecer los lazos cordiales que recíprocamente unen a los dos países. Con el fin de centralizar oficialmente todas las cuestiones concernientes al comercio de la madera, entre Alemania y Yugoslavia, se constituyó una comisión agrícola-forestal integrada por peritos de ambas partes y encargada de fomentar las operaciones de este ramo.
Adolf Hitler prescindió esta vez del mensaje anual que lee en el aniversario de su advenimiento al poder para comunicar más tarde al Reichstag decisiones y sucesos importantes que aun no había realizado. A principios de Febrero el ministro de Relaciones Exteriores, barón von Neurath, a instancia propia, fue relevado de su cargo. Sin embargo, al mismo tiempo fue nombrado ministro del Reich y jefe del Consejo de Estado que se formó simultáneamente. En una carta autógrafa el Führer dice a Neurath que no puede aceptar su demanda de retirarse a la vida privada porque su consejo y opinión le han hecho imprescindible en la gobernación del Estado. Su nombramiento como presidente del Consejo de Estado fue hecho para mantenerlo, también en el futuro, como consejero, en uno de los puestos más elevados del Reich.
Como sucesor del barón von Neurath fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribbentrop quien hasta entonces había ejercido las funciones de embajador en Inglaterra.
Los asuntos ordinarios del nuevo Consejo de Estado, concernientes a la política exterior, están bajo la dirección del ministro y jefe de la Cancillería, Lammers. Como miembros del mismo Consejo fueron nombrados: el ministro de Relaciones Exteriores von Ribbentrop, el ministro de Aeronáutica, mariscal Göring, el lugarteniente del Führer, ministro Hess, el ministro de Propaganda, Dr. Goebbels, el ministro y jefe de la Cancillería, Dr. Lammers, el general en jefe del Ejército, capitán general von Brauchitsch, el comandante general de la Marina de Guerra, almirante mariscal Dr. h. c. Räder y el jefe de la comandancia general de las Fuerzas Armadas, general de artillería Keitel.
Adolf Hitler llamó a los embajadores von Hassel, en Roma, von Dirksen, en Tokio, y von Papen, en Viena, debiendo, sin embargo, permanecer en disponibilidad.
El mismo día, el ministro de la Guerra y general en jefe de las Fuerzas Armadas, mariscal von Blomberg, presentó su dimisión basada en motivos de salud. En un autógrafo que le dirigió el Führer, éste recordaba que el general von Blomberg fue el primer oficial del nuevo Reich que prestó juramento el 30 de Enero de 1933 al gobierno nacionalsocialista y que desde entonces ha dirigido la reorganización de las fuerzas armadas de un modo incomparable. El canciller expresó su más profundo y conmovido agradecimiento al general von Blomberg.
Simultáneamente, el Führer dio un decreto en virtud del cual se hacía cargo, a partir de esa fecha, y directamente y personalmente, del mando supremo de todas las Fuerzas Armadas. Los tres comandantes en jefe de las diversas fuerzas armadas quedan subordinados directamente al Führer. Las actividades de la antigua Dirección General de las Fuerzas Armadas en el Ministerio de la Guerra, en calidad de "Comandancia General" y Cuartel General del Führer, entran en funciones bajo el mando directo del Führer y canciller. A la cabeza de la Plana Mayor de la Comandancia Suprema del Ejército fue nombrado el general de artillería Keitel como "jefe de la Comandancia Suprema de las Fuerzas Armadas"; su rango corresponde al de ministro del Reich. La Comandancia Suprema del Ejército se hizo cargo igualmente de los asuntos del Ministerio de la Guerra y su jefe ejerce, por delegación del Führer, las funciones que correspondían hasta ahora al ministro de la Guerra. A la Comandancia General le corresponde durante el tiempo de paz, según instrucciones de Adolf Hitler, la preparación unitaria de la defensa del Reich.
El comandante general del Ejército, general von Fritsch, también presentó su dimisión por motivos de salud. El Führer, en una carta autógrafa, le expresó su más profundo reconocimiento por sus servicios sobresalientes en la reorganización del Ejército. En su lugar fue nombrado el general de artillería von Brauchitsch, que hasta entonces había venido desempeñando el cargo de comandante del 4º Grupo del Ejército; al mismo tiempo que fue promovido al grado de capitán general fue nombrado comandante general en jefe de las Fuerzas Armadas. El comandante supremo de la Aviación, general Göring, fue nombrado mariscal general.
Estas disposiciones de naturaleza militar y política, a las que sucedió una reorganización del Ministerio de la Economía, y de la cual hablaré en el correspondiente capítulo, fueron en el extranjero objeto de los más diversos comentarios. En realidad, como resultado de estas disposiciones deben verse dos hechos claros. Mayor participación del Partido en la dirección del Estado y mayor concentración de la política militar y económica en las manos del Führer. También en otros países puede observarse análoga tendencia de centralización.
Reservándome para más adelante la descripción del proceso de reincorporación de Austria al Reich, el cual resumo en un capítulo especial, creo oportuno describir aquí otro acontecimiento importante: el viaje de Adolf Hitler a Italia, aceptando la invitación del rey de Italia y emperador de Etiopía y correspondiendo la visita de Mussolini al Reich (Fig. 75-84).
El Führer, acompañado de los ministros del Reich von Ribbentrop, Hess, Dr. Goebbels, Dr. Frank y Dr. Lammers, del ministro de Estado Dr. Meissner, del jefe de la Comandancia General de las Fuerzas Armadas, Keitel, del jefe de la Policía alemana y de las SS, Himmler, de los secretarios de Estado von Weizsäcker y Bohle, etc., pasó la frontera germano-italiana del Brenner donde fue saludado por el duque de Pistoia y por el ministro Starace, secretario del Partido. En el curso de su viaje a Roma en todas partes se tributaron al Führer calurosas ovaciones y se le hicieron entusiastas recibimientos. La llegada a Roma tuvo lugar por la noche en la estación de Ostia, construida ex profeso; el Führer fue recibido ahí por Víctor Manuel III y por Benito Mussolini, acompañados de brillante séquito. El pueblo de Roma, correspondiendo a la proclama del gobernador de la ciudad, ésta suntuosamente engalanada, ofreció al ilustre huésped un magnífico recibimiento. Adolf Hitler acompañado por el rey y emperador, en un desfile grandioso atravesó la nueva Avenida Adolf Hitler dirigiéndose al Quirinal donde estableció su residencia como huésped del rey y emperador. En la Puerta Paulina, el gobernador de Roma, príncipe Colonna, presentó al Führer el saludo de bienvenida en nombre de la ciudad.
El 4 de Mayo, por la mañana, Mussolini visitó al Führer en el Quirinal. A continuación tuvo lugar la solemne colocación de coronas en el Panteón, la cripta sepulcral de los reyes de Italia, en la tumba del soldado desconocido al pie del Monumento Nacional y, por último, en la capilla conmemorativa de los fascistas caídos por la causa. Enseguida el Führer correspondió a la visita de Mussolini, presentándose la primera ocasión para sostener una conversación de carácter político. Por la tarde, el Führer y el Duce visitaron, en Centocelle, el campamento de 14.000 tiendas de los 50.000 miembros de las organizaciones de la Juventud Fascista, de todo el Imperio, y presenciaron las impresionantes evoluciones militares de la juventud. Más tarde, el Führer recibió en la Basílica de Maxentius a los alemanes residentes en Italia dirigiéndoles una alocución. El día se terminó con un banquete de gala que el rey y emperador dio en honor de su huésped y en el cual se cambiaron cordiales brindis. Por la noche el Führer partió para Nápoles.
El 5 de Mayo, por la mañana, Víctor Manuel y su huésped se embarcaron a bordo del "Cavour" donde fueron recibidos por Mussolini en su calidad de ministro de Marina, y para presenciar las maniobras navales seguidas de un gran desfile de la flota. En esta revista naval tomaron parte unas 200 unidades de la Armada italiana. Por la noche tuvo lugar una gran manifestación del Partido Fascista en la que participaron unas 600.000 personas que con entusiasmo ovacionaron al Führer. A continuación, una función de gala en la Ópera de Nápoles y más tarde un banquete ofrecido por el príncipe heredero. Luego, el Führer emprendió su regreso a Roma.
El 6 de Mayo, por la mañana, tuvo lugar una parada militar en la Via dei Trionfi, en la cual tomaron parte unos 50.000 hombres de todas las armas, desfilando con el nuevo "paso romano" ante el rey y emperador, el Führer y Mussolini. Además, en la parada tomaron parte unos 600 automóviles, 400 tanques, 400 cañones, 200 morteros, 320 motocicletas y la Juventud y la Milicia fascistas. La tarde fue dedicada a la visita a la Exposición de Augusto y de otras curiosidades. Enseguida tuvo lugar, en el Capitolio, el saludo oficial al Führer por el gobernador de Roma, príncipe Colonna. Por la noche se celebró una fiesta popular, organizada por el Dopolavoro en la Plaza de Siena, del Parque de la Villa Borghese; participaron unas 100.000 personas. El programa comprendía bailes populares de más de 10.000 parejas, canciones regionales y ejercicios hípicos de los carabinieri.
Las maniobras militares previstas para el 7 de Mayo fueron suspendidas a causa del mal tiempo. En su lugar el Führer se dedicó a visitar monumentos artísticos y otras cosas dignas de verse (Exposición Augusto, Museo del Capitolio, Castillo de Sant’Angelo, Panteón, Museo de las Termas y Galería Borghese). Por la noche el Duce dio en honor del Führer una recepción en el Palacio de Venecia, durante la cual se pronunciaron los discursos siguientes:
Discurso del Duce:
Führer: Con la más cordial alegría os expreso mi saludo de bienvenida, el del gobierno y el del pueblo italiano en esta ciudad de Roma que hoy os recibe bajo el brillo de la doble gloria de sus tradiciones y de su fuerza. Vuestro recibimiento en Roma completa y confirma la armonía entre nuestros dos países. Esta armonía, que nosotros hemos pretendido con voluntad firme y que hemos construido con tenacidad, tiene sus raíces en vuestra revolución y en la nuestra; su fuerza emana de la comunidad ideológica que une a nuestros pueblos; su misión histórica está en los intereses permanentes de nuestras dos naciones. Cien años de historia —desde que Alemania e Italia se alzaron para conquistar con la revolución y con las armas su derecho a la unidad nacional— demuestran el paralelismo de esta posición fundamental y la solidaridad de estos intereses. Con la misma fe y con la misma voluntad han luchado Alemania e Italia para fundar su unidad; ambas han trabajado para asegurarla y consolidarla, ambas también se han libertado, en el último tiempo, de la corrupción de ideologías destructoras para crear el nuevo régimen del pueblo que es el signo característico de este siglo. Por este camino señalado por la Historia marchan nuestros pueblos unidos, con propósitos leales y con plenitud de confianza de que han resistido ya a la prueba de los acontecimientos de estos años de paz y de armonía entre ambas naciones. En la amistad, la Italia fascista no conoce más que una sola ley ética: aquella que en el Campo de Mayo expuse ante el pueblo alemán. La colaboración entre la Alemania nacionalsocialista y la Italia fascista ha obedecido a esta ley, la obedece en el presente y la obedecerá en el porvenir. Las bases y las finalidades de esta colaboración, que han sido consagradas por el eje Roma-Berlín, las hemos reforzado constante y abiertamente. Alemania e Italia han dejado tras de sí las utopías a las cuales Europa en su ceguera ha confiado su suerte para buscar entre sí y con los demás un régimen de vida internacional y común que esté en condiciones de proporcionar, de la misma manera y para todos, los medios eficaces de seguridad, de justicia y de paz. Esto sólo se puede conseguir si se reconocen lealmente los elementales derechos de cada pueblo a la vida, al trabajo y a la defensa y si el equilibrio político descansa sobre la realidad de las fuerzas históricas que lo fundamentan y determinan. Estamos convencidos de que los pueblos de Europa encontrarán por estas vías aquella tranquilidad y aquella paz que son imprescindibles para guardar las bases esenciales de la cultura europea.
Führer: Ante mis ojos está todavía presente el magnífico cuadro de trabajo, paz y fuerza que vuestro país me ofreció el año pasado, reconstruido por V.E. sobre bases de virtud, disciplina, energía y tenacidad que hacen la grandeza de los pueblos. No he olvidado ni olvidaré el recibimiento que se me hizo por V.E., por las autoridades y por el pueblo. Expreso mis más ardientes deseos y los del Imperio fascista por que se cumpla la magna obra de reconstrucción nacional emprendida por V.E.
Führer: alzo mi copa por vuestra salud y brindo por la prosperidad de la nación alemana y por la inalterable amistad entre nuestros pueblos.


Contestación del Führer:
Duce: Profundamente conmovido os agradezco las palabras de salutación que salidas del corazón me ha dirigido V.E. en nombre del gobierno y del pueblo italiano. Me siento feliz de estar aquí, en Roma, que a los testimonios de su incomparable y glorioso pasado une las señales de la potencia de la joven Italia fascista. Desde el momento en que pisé suelo italiano, he encontrado por todas partes una atmósfera de amistad y de simpatía que me conmueve profundamente. El último otoño, con la misma emoción íntima ha saludado el pueblo alemán, en la persona de V.E., al creador de la Italia fascista, al fundador de un nuevo Imperio y al mismo tiempo al gran amigo de Alemania. El movimiento nacionalsocialista y la revolución fascista han creado nuevos Estados que hoy se alzan en medio de un mundo de desorden y descomposición como figuras de orden y de sano progreso.
Alemania e Italia se han unido estrechamente entre sí por los mismos intereses y por su comunidad ideológica. Con esto se ha formado en Europa un bloque de 120 millones de almas que están decididas a defender sus derechos vitales y a defenderse contra todas aquellas fuerzas que trataran de oponerse a su evolución natural. De esta lucha contra un mundo de incomprensión y de desdén que Italia y Alemania juntas tuvieron que emprender ha crecido una cordial amistad entre ambos pueblos. Esta amistad ha mostrado su solidez durante los acontecimientos de los últimos años, e igualmente ante el mundo, que a los justos intereses vitales de las grandes naciones hay que tomarlos en cuenta de una o de otra manera. De ahí que sea muy natural que nuestros pueblos aumenten su amistad, cada vez más satisfactoria en estos últimos años, y la profundicen también para el porvenir mediante una colaboración constante.
Duce: En el otoño pasado, en el Campo de Mayo de Berlín, proclamasteis como ley ética, sagrada para vos y para la Italia fascista, la sentencia siguiente: Hablar clara y francamente y cuando se tiene un amigo marchar con él hasta el final. Yo también, en nombre de la Alemania nacionalsocialista reconozco esta ley. Hoy quiero responder a V.E. lo siguiente: Desde que romanos y germanos, según lo sabemos, se han encontrado por primera vez, han pasado ya dos mil años. Encontrándome sobre este venerable suelo de la historia de la Humanidad, siento la tragedia del destino que en el pasado descuidó que se trazara una clara divisoria entre estas dos razas tan inteligentes y tan valiosas. La causa fue una serie de indecibles desgracias a través de muchas generaciones. Hoy al cabo de casi dos mil años resurge de las remotas tradiciones el Estado romano hacia nueva vida gracias a la histórica labor de V.E., Benito Mussolini. Y al norte de vosotros ha surgido de numerosos pueblos un nuevo imperio germánico. Aleccionados por la experiencia de dos mil años, nosotros dos, ahora que hemos llegado a ser vecinos inmediatos, queremos reconocer aquellas fronteras naturales que la Providencia y la historia de nuestros pueblos han trazado claramente. Esta patente delimitación de los territorios vitales de ambas naciones no sólo servirá a Alemania e Italia para facilitar una feliz colaboración sobre bases de paz, seguridad y duración, sino que servirá también como puente de ayuda y de protección recíprocas.
Mi voluntad inquebrantable y mi legado al pueblo alemán es que, por esta razón, la frontera alpina trazada por la naturaleza entre nosotros se considere para siempre como intangible. Yo sé que de ahí ha de resultar un porvenir grande y próspero para Roma y para Germania.
Duce: De la misma manera que V.E. y vuestro pueblo habéis conservado la amistad para Alemania en días decisivos, también yo y mi pueblo mostraremos a Italia la misma amistad en las horas graves.
La grandiosa impresión que he recibido ya de la fuerza juvenil, de la voluntad de trabajo y del orgulloso espíritu de la nueva Italia quedarán grabados en mí como recuerdos imperecederos. Inolvidable será también la visión de vuestros soldados y camisas negras cubiertos de reciente gloria, de vuestra experimentada flota y del empuje de vuestra importante aviación militar. Todo ello me da la convicción de que vuestra admirable obra de reconstrucción, que acompaño con los más íntimos deseos, seguirá logrando grandes éxitos. Alzo mi copa y brindo por vuestra salud, por la felicidad y grandeza del pueblo italiano y por nuestra inmutable amistad.
El 8 de Mayo, en Santamarinella, ciudad del litoral, y ante el rey y emperador, el Führer y el Duce, el Ejército ejecutó un ejercicio militar empleándose toda clase de armas y de municiones en pie de guerra. A continuación, la aviación militar demostró, en Firbara, su poder en las técnicas del vuelo y de la guerra por medio de un ataque a distintos objetivos. Por la noche, en el Forum Mussolini, la Juventud de Lictorios ejercitó diversos deportes y actos gimnásticos. En seguida se representó una ópera en un teatro al aire libre, y por último, grandes fuegos artificiales a orillas del Tíber.
El 9 de Mayo, a las 9 de la mañana, el Führer acompañado por el rey y el Duce partió de Roma para Florencia adonde llegó a las dos de la tarde. Acompañado por Mussolini visitó las cosas dignas de verse en la ciudad. A medianoche emprendió el regreso a Alemania.
En las primeras horas del 10 de Mayo, el Führer pasó el Brenner —frontera germano-italiana—; hasta ahí le acompañaron el duque de Pistoia y el ministro Starace. Al abandonar suelo italiano se cambiaron cordiales telegramas de despedida entre Hitler, el rey emperador, el Duce y el príncipe heredero. El mismo día, al atardecer, entró el Führer en Berlín en donde el pueblo le recibió con muestras del mayor júbilo. En el saludo de bienvenida, el mariscal Göring hizo constar que el pueblo alemán recibió como propios los honores tributados al Führer en Italia. No es casualidad, que estos dos poderosos hombres de Estado que ha producido el siglo presente, se hayan encontrado para corresponderse con un sentimiento de amistad que les es común. Como esta amistad debe ser la de los dos pueblos que representan y tan eterna como la paz que el Führer ha anunciado entre ambos.
Frente a una serie de artículos erróneos, maliciosos algunos, sobre el significado de las nuevas entrevistas germano-italianas, la parte de mayor peso de la prensa extranjera, como, naturalmente, la de ambos países, hizo constar de un modo objetivo la estabilidad y la razón del eje Berlín-Roma que en esta ocasión se ha mostrado ante el mundo entero más real que nunca. Los días que el Führer pasó en Italia han dado la más profunda impresión sobre la resucitada grandeza del pueblo italiano. Ninguno de los que participaron en estas vivencias, como el autor de esta obra, puede dudar que esta Italia con su fuerza actual y con los grandiosos elementos tradicionales de su vida cultural y civilizadora es una potencia con cuya acción activa tiene que contar el mundo y que para Alemania es una compañera digna de aprecio.
Por otra parte, la solemne seguridad dada por Adolf Hitler sobre la intangibilidad de la frontera del Brenner ha eliminado aquel recelo que aún pudiera existir entre ambos pueblos, de modo que se puede confiar en la persistencia de la amistad creada por estos dos hombres

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