Werwolf

"Sehen wir uns ins Gesicht. Wir sind Hyperboreer". Nietzsche

Wednesday, May 03, 2006

La Alemania de Hitler III.1


III Igualdad de Derechos Internacionales, Política de Libertad y de Paz


La revolución ideológica, la transformación de la vida interna de la nación, han influido correlativamente sobre las relaciones con el extranjero y sobre la solución de los problemas internos que están en relación con las obligaciones internacionales de Alemania.
Para comprender la actitud del Reich frente al mundo —actitud que provocaba la crítica de la prensa extranjera y las consiguientes reacciones diplomáticas, tan pronto como el Führer presentaba al mundo nuevas sorpresas y nuevos faits accomplis— hay que darse cuenta de los fines de la política de Hitler, de sus demandas internacionales, que son la razón de tales hechos, y de lo que en realidad se ha conseguido.


Los fines de la Política Exterior Nacionalsocialista

En el programa sobre política exterior que Adolf Hitler desarrolló ante el Reichstag en su discurso del 23 de Marzo de 1933 y que ha confirmado en numerosas declaraciones posteriores, figuran los fines principales del Gobierno en su política internacional:

1. La eliminación de todo descrédito humillante de Alemania con respecto a las otras grandes potencias, o sea, la fijación en el campo internacional de una igualdad de derechos efectiva e incondicional y la supresión definitiva del concepto de naciones vencedoras y vencidas que, siendo el principio fundamental del Dictado de Versalles, ha dominado, por desgracia, en los tiempos de la posguerra, el enfoque espiritual de las otras naciones e impedido así el retorno a una paz verdadera. Esto quiere decir que había que suprimir todas las cláusulas del Tratado que fueron incompatibles con el honor de Alemania y con su prestigio como gran potencia: por de pronto las cláusulas del desarme unilateral de la zona desmilitarizada de Renania y de la confesión de la sola culpabilidad de Alemania en el origen de la guerra mundial.
2. El restablecimiento de las relaciones amistosas con todos los pueblos que estén dispuestos a olvidar a fondo el pasado, a reconocer las demandas vitales de las otras naciones, como lo hace el Reich por su parte, para servir de esta manera a la causa de la paz. Una sola excepción se hizo a este principio general: la Rusia bolchevique, cuyo poder está siempre dispuesto a apoyar las maquinaciones revolucionarias en todo el mundo. Rusia es, según la concepción nacionalsocialista, un Estado con el que no se puede tratar conforme a las reglas internacionales de uso, sino que con su régimen soviético es el punto de partida de un movimiento internacional cuyo principio encierra la destrucción y aniquilamiento de la cultura humana.
Según la manera de ver de Adolf Hitler, los problemas que hoy provocan perturbaciones son las consecuencias de los errores del Dictado de Paz. El Dictado no resuelve para siempre clara y razonablemente las cuestiones más importantes y decisivas de índole económica y nacional de esa época. El primero de estos problemas se refiere a la nueva ordenación y división de los Estados europeos según el principio de las nacionalidades y de las aspiraciones nacionales surgidas en el curso del último siglo. Cuanto más claramente coincidan los límites de los Estados con los territorios habitados por los mismos pueblos, tanto más fácil será eliminar toda una serie de posibilidades de conflictos. Contrariamente a este principio —y en parte por ignorancia y en parte por pasión u odio— se adoptaron soluciones que por falta de lógica y por ser arbitrarias encierran el germen de nuevos conflictos.
La Conferencia de Paz no pudo tampoco resolver los problemas económicos. Si se hubiera querido realizar una verdaderas pacificación de Europa debiera haberse evitado el caer en el uso de conceptos tales como expiación, castigo, reparación, etc., y reconocer como causa profunda que la falta de medios de existencia ha sido y será siempre el origen de conflictos entre los pueblos. En vez de predicar el aniquilamiento se debiera haber emprendido una nueva ordenación de las relaciones políticas y económicas internacionales que hubieran correspondido a las justas aspiraciones de los pueblos en cuanto a sus posibilidades de existencia.
La creencia de que el aniquilamiento económico de un pueblo de 67.000.000 podía constituir un servicio útil a otros pueblos es tan absurda que ya nadie se atreve hoy a exponerla categóricamente. Pero más absurdo era todavía el provocar este aniquilamiento por métodos que, siguiendo la ley natural de causa y efecto, hubieran acabado tarde o temprano por provocar la misma catástrofe entre los vencedores. Entre estos métodos sobresale el de las reparaciones. Si se exigía de Alemania pagos en efectivo se la obligaba en consecuencia a un desarrollo anormal de su exportación para procurarse las divisas necesarias. Fatalmente, esto tenía que perjudicar la situación económica de las otras naciones. Si se hubiera querido limitar, en otro caso, el pago de las reparaciones obligadas a entregas en especie, habría sido inevitable un perjuicio de la producción interior de los países acreedores, cuyas proporciones no habrían sido menores.
El problema de regeneración de la conciencia general de derecho internacional ha sido también desconocido por el Dictado de Versalles, ya que, para justificar todas las medidas de éste, Alemania tuvo que ser señalada como la culpable de la guerra mundial. Este procedimiento, aplicado al porvenir como un precedente y también al pasado, explica las causas de los conflictos humanos y de las guerras de la manera más simple que cabe imaginar: la culpa es siempre del vencido, ya que el vencedor siempre puede exigir esta declaración como preámbulo del tratado de paz.
El hecho tiene un significado tanto más tremendo cuanto que el estado de fuerza que existía al fin de esta guerra fue ayudado por tal criterio a transformarse en una norma de derecho permanente. Los conceptos de vencedor y vencido fueron los fundamentos de un nuevo orden social y de derecho internacional; la descalificación de un gran pueblo, rebajándolo a nación de segundo rango y segunda clase, sucedía en el momento en que iba a formarse una liga de naciones.
Esta manera de tratar a Alemania no podía conducir a una pacificación del mundo. El desarme del vencido, estimado como necesario, era todavía menos adecuado para disminuir los peligros y causas de conflicto y dio origen a eternas amenazas, exigencias y sanciones, que produjeron constantes desórdenes e inseguridad y conminaron con arruinar toda la economía mundial. Tratados de paz concluidos entre los pueblos tienen un sentido verdadero sólo cuando se asientan sobre el principio de una efectiva igualdad de derechos.

Según la manera de ver del nacionalsocialismo era gran injusticia tener a un gran pueblo de 67 millones en un estado permanente de impotencia militar. El Gobierno veía en esto su serio peligro para la paz, ya que tal situación sólo despierta la tendencia de los pueblos vecinos a actos de fuerza, que podían provocar así reacciones y complicaciones internacionales. “Un pueblo indefenso —decía en un discurso el lugarteniente del Führer y ministro Rudolf Hess— incita a “paseos” sin riesgo de ejércitos extranjeros. Un pueblo desarmado en medio de otros armados poderosamente, puede ser una tentación para hombres ambiciosos que quieren conquistar laureles baratos y para los gobiernos un motivo de desviar la atención de su pueblo del campo de la política exterior mediante la aventura de una guerra.
Alemania ha venido reclamando durante años el desarme general conforme a las declaraciones precisas del Führer: 1º porque esta es una demanda de la moral, del derecho y de la razón que incluso está así reconocida por el Tratado de Paz. El cumplimiento de esta demanda estaba indisolublemente unido al desarme de Alemania como iniciación para el desarme general; 2º porque la descalificación de un gran pueblo no puede mantenerse eternamente sino que alguna vez ha de tener su fin.
Alemania desarmó bajo un control internacional severísimo. Una enorme cantidad de material de guerra fue destruida. Cuarteles y fábricas demolidos, muelles de embarque desmontados, la Renania desmilitarizada, las fortificaciones alemanas arrasadas, muchas obras voladas, casi todos los buques de guerra entregados y miles de aeroplanos destruidos, esto fue el resultado de la obra. El ejército nacional desapareció, la instrucción de reservas fue prohibida. Incluso las armas más imprescindibles para la defensa se le negaron al pequeño ejército profesional de 100.000 hombres.
Por el contrario, pasada la guerra, los Estados vecinos a Alemania aumentaron en grandes proporciones su armamento; mientras que, por ejemplo, Alemania no podía disponer de un solo aeroplano, Francia tenía 3.046 en servicio, Bélgica 350, Polonia 700, Checoslovaquia 670. Además había cantidades incalculables de aeroplanos de reserva, miles de carros de asalto, miles de cañones de grueso calibre, así como todos los medios técnicos para la guerra con gases asfixiantes. Preguntaba una vez el Führer: “¿Acaso no tiene más derecho la Alemania indefensa y desarmada a exigir la seguridad que pretenden los Estados armados y coaligados entre sí?”
Y sin embargo, Alemania estaba en todo momento dispuesta a disolver toda su organización militar, a destruir el pequeño resto de las armas que le quedaban, si las naciones limítrofes hubieran hecho lo mismo. Pero, si los otros Estados no estaban dispuestos al desarme al cual se habían comprometido por el Tratado de Paz, Alemania no tenía más remedio que insistir en la demanda de insistir en la demanda de igualdad de derechos.
El deseo de Alemania no era otro que el de poder asegurar su independencia y proteger sus fronteras. Estaba por tanto dispuesta a renunciar a las armas ofensivas si el resto del mundo hubiera seguido su ejemplo, y quería declararse conforme con el plan McDonald sobre el desarme presentado a debate en Ginebra y entrar en cualquier pacto solemne de no-agresión, ya que no pensaba más que en su propia seguridad.

Con esto llego al segundo fin principal de la política exterior de la nueva Alemania, entablar relaciones amistosas con los demás países, o dicho en otras palabras, a su política de paz.
La publicación de este programa se encuentra en casi todos los discursos del Führer y de sus colaboradores; se puede decir que es el eje central de cuanto en ellos expresa. Además de lo ya dicho por Hitler en Potsdam al ser nombrado canciller, es de la mayor importancia lo que declaró en su discurso de paz del 17 de Mayo de 1933 que, según las propias palabras de Hitler, no sólo iba dirigido al pueblo alemán sino al mundo entero.
Después de haber asegurado que “ninguna nueva guerra europea sería capaz de reemplazar el estado de descontento actual por algo mejor” el Führer añadió:

Como nacionalsocialista alemán consciente declaro en nombre del Gobierno y de la revolución nacional que precisamente en esta nueva Alemania nos inspiramos por la más profunda comprensión respecto a los sentimientos e ideas de los otros pueblos así como para las razones en que fundan sus aspiraciones vitales. La generación de esta nueva Alemania que hasta ahora no ha conocido más la necesidad, la miseria y el dolor del propio pueblo, ha padecido ya demasiado bajo esta locura para que pueda pensar en ocasionarles a los demás iguales desgracias.
Estamos ligados por un infinito amor y fidelidad a nuestra nacionalidad y, fundándonos en esta forma de sentir y pensar, sabemos respetar los derechos nacionales de los otros pueblos y quisiéramos de todo corazón vivir con ellos en paz y amistad.
Por esta razón nosotros no conocemos el concepto de la germanización. La mentalidad del siglo pasado por la cual se creía que era posible convertir en alemanes a polacos y franceses nos es tan extraña que nos obliga a volvernos apasionadamente contra cualquier intento en sentido contrario.

El Reichstag aprobó con entusiasmo estas declaraciones mostrando así ante la opinión mundial el deseo unánime de paz de todo el pueblo alemán.
En el Congreso del Partido en Nuremberg, en Septiembre de 1933, el jefe de la sección de política extranjera del partido obrero alemán nacionalsocialista, Alfred Rosenberg, declaró con toda sinceridad que el verdadero nacionalsocialista es un defensor auténtico de la paz porque para él el tesoro más preciado es la sangre de su pueblo, que sólo debe ofrendarse en caso extremo.
Un mes más tarde, al separarse Alemania de la Sociedad de las Naciones y abandonar la Conferencia del Desarme, Hitler creyó que era su deber explicar ante la opinión pública el motivo de este paso tan significativo y tan grave. Esto lo hizo en su discurso radiado el 14 de Octubre en el que, entre otras cosas, y en una forma clara y decisiva, habló sobre las relaciones con Francia tomando como base algunas de las manifestaciones del jefe del Gobierno francés.

Estimo —así decía el Führer— como la señal de un noble pensamiento de justicia el que el presidente del Consejo de Ministros francés, Sr. Daladier, haya encontrado palabras de un espíritu conciliador tal, que millones de alemanes le guardan un profundo reconocimiento. La Alemania nacionalsocialista no tiene ningún otro deseo que el de derivar la carrera emprendida por los pueblos europeos hacia los campos en donde éstos, bajo la más noble emulación, han dado a la Humanidad entera aquellos magníficos bienes de la civilización, de la cultura y del arte que hoy enriquecen y embellecen al mundo.
Igualmente escuchamos con emoción y esperanza las manifestaciones de seguridad de que el gobierno francés, bajo la presidencia de su actual jefe, no intenta ni humillar ni ofender al pueblo alemán. Y nos conmueve la indicación hecha sobre esta, por desgracia, tan triste verdad, de que estos dos grandes pueblos han sacrificado a menudo en los campos de batalla la sangre de sus mejores hijos. Hablo en nombre de todo el pueblo alemán cuando aseguro que estamos llenos del sincero deseo de extinguir una enemistad cuyas víctimas causadas no guardan proporción alguna con cualquier ganancia posible.
El pueblo alemán está convencido de que su honor militar ha quedado limpio y sin mácula en mil batallas y de la misma manera vemos nosotros en el soldado francés a nuestro antiguo y glorioso enemigo. A nosotros y al pueblo alemán entero nos haría felices la idea de ahorrar a nuestros hijos y nietos lo que, como hombres de honor, hemos tenido que ver y padecer nosotros mismos en largos años de sufrimientos y dolores. La historia de los últimos ciento cincuenta años con sus variadas alternativas debiera haber enseñado a ambos pueblos algo muy importante: que aun a costa de mucha sangre no pueden alcanzarse variaciones esenciales de alguna duración. Como nacionalsocialista, y conmigo todos mis partidarios, y basándome en nuestros principios nacionales, rechazo conquistar con la sangre y la vida de aquellos que nos son tan queridos, a ciudadanos de un pueblo extraño que nunca han de querernos. Sería un grandioso acontecimiento para la Humanidad entera si los dos pueblos, Francia y Alemania, quisieran expulsar para siempre la violencia en sus relaciones comunes. El pueblo alemán está dispuesto a ello.
Con la misma lealtad con que nosotros queremos hacer valer los derechos que se nos han concedido por los tratados, declaro también que de aquí en adelante no existe para Alemania ningún motivo de conflicto territorial entre ambos países. Una vez reincorporado el territorio del Saar al Reich, sólo un alucinado podría pensar en la posibilidad de una nueva guerra entre ambos Estados para la cual, desde el punto de vista nuestro, no hay ningún motivo que la justifique ni moral ni razonablemente. Pues nadie podría exigir que para hacer una rectificación de fronteras de una extensión problemática y de un valor asimismo incierto hubiera que sacrificar millones de vidas humanas en sus mejores años.

Para mostrar al extranjero la conformidad absoluta del pueblo alemán con el paso dado por su gobierno, Adolf Hitler rogó al presidente del Reich v. Hindenburg que convocara a nuevas elecciones parlamentarias junto con un plebiscito para el próximo 12 de Noviembre. En su apelación el Gobierno preguntaba al pueblo si aprobaba su política. En este llamamiento se acentuaba entre otras cosas que el Gobierno deseaba llevar una política de paz, reconciliación e inteligencia con las demás naciones y rechazar al empleo de la fuerza como un medio inútil para suprimir las diferencias existentes dentro de los Estados europeos.

El gobierno y el pueblo alemán se unen en el sincero deseo de querer resolver y comprobar desapasionadamente, por medio de negociaciones, todas las cuestiones pendientes con las restantes naciones, incluso con sus antiguos adversarios, inspirándose para ello en el sentido de vencer la psicosis de guerra y en el restablecimiento definitivo de unas relaciones sinceras y recíprocas. Tanto el pueblo como el gobierno alemán están decididos en todo momento a concertar pactos de no-agresión para asegurar a largo plazo la seguridad de Europa, servir a su bienestar económico y tomar parte en su reorganización cultural.

Las elecciones arrojaron 40.632.628 votos positivos en un total de 43.491.575, es decir, más del 95% a favor del Gobierno.

El 18 de Octubre de 1933, Adolf Hitler concedió una entrevista al corresponsal especial del Daily Mail, Ward Price. A la pregunta del periodista inglés aludiendo a un discurso del subsecretario del ministerio de la Guerra británico, Duff Cooper, el Führer respondió:

La afirmación de que el pueblo alemán se prepara con entusiasmo para la guerra es para nosotros un desconocimiento incomprensible del sentido de la revolución alemana. Nosotros, jefes del movimiento nacionalsocialista, hemos sido casi sin excepción soldados de la guerra. ¡Yo quisiera ver al soldado del frente que se prepara “con entusiasmo” para una nueva guerra! Estamos apegados a nuestro pueblo con un afecto tan fanático como todo inglés honrado lo está al suyo. Nosotros educamos a la juventud alemana en la lucha contra los vicios interiores y en primer lugar contra el peligro comunista de cuya magnitud no se tenía ni se tiene todavía la menor idea en Inglaterra. Nuestros cantos revolucionarios nada contienen contra los otros pueblos sino que son expresión de la fraternidad de nuestro país contra la lucha de clases y egoísmos; cantos dedicados al trabajo, al pan y al honor nacional.

En el llamamiento hecho a los ex combatientes de todo el mundo, el 8 de Julio de 1934, en Königsberg, el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess, entre otras cosas, declaró:

Nuestro pueblo tiene la suerte de ser guiado, hoy, sobre todo por antiguos combatientes que han traspasado las virtudes del frente al gobierno del Estado. Inspirados en esas virtudes reconstruyeron el Reich. Pues fue el espíritu del frente el que dio vida al nacionalsocialismo... Quien haya tomado parte en la pasada guerra mundial puede tener una idea de lo que hoy significaría una guerra con armas tan perfeccionadas. Diríjome a los camaradas del frente de uno y otro lado.

Después que Rudolf Hess describió la vida del frente con palabras conmovedoras y cuadros impresionantes, exclamó:

¡Sed sinceros! No se ha preguntado cada uno de nosotros más de una vez, cuando se encontraba en las trincheras: ¿Para qué todo esto? ¿Tiene razón de ser? ¿No es posible evitarlo para el futuro de la Humanidad? Pero nos mantuvimos en nuestros puestos, de uno y otro lado, nos mantuvimos como hombres del deber, de la disciplina, de la lealtad, como hombres que aborrecen la cobardía. Y, sin embargo, recojo de nuevo la pregunta de entonces y exclamo ante el mundo: como soldado a los soldados, como gobernante de un pueblo a los gobernantes de otros pueblos: ¿Tiene razón de ser? ¿No podemos todos juntos y con la mayor voluntad ahorrar esto a la Humanidad..?
Los soldados del frente quieren la paz. El Gobierno de Alemania quiere la paz... Invoco a todos los soldados del frente de las demás naciones así como a todos los hombres de buena voluntad de sus gobiernos para que nos apoyen en nuestro propósito.

El 26 de Agosto de 1934, ocho días después de que el pueblo alemán había sancionado mediante un plebiscito el nombramiento de Hitler como sucesor del presidente Hindenburg, tuvo lugar en el fuerte Ehrenbreitstein, en Coblenza, una manifestación de fidelidad del Reich hacia el Saar en presencia de 600.000 participantes de todos los puntos de Alemania, incluso del Saar. En un gran discurso, en el que expresó la íntima unión que existe entre el Reich y el territorio del Saar, Adolf Hitler manifestó esta vez en su calidad de jefe supremo del Estado, lo siguiente:

El asunto del Saar es el único problema territorial que nos separa todavía de Francia. Una vez resuelto, no existe ningún fundamento razonable para que dos grandes naciones se hostilicen en el futuro y eternamente. Alemania confía en que entonces se aumentará la buena disposición de Francia para concertar una paz sincera con Alemania. Así, el 13 de Enero de 1935, el pueblo del Saar tiene una misión grande y pacífica que cumplir.

Como se recordará, el plebiscito dio de un total de 528.005 votantes, 477.119 votos a favor de Alemania, o sea, el 90,5%.
El mismo día 26 de Agosto de 1934, con motivo de inaugurarse la exposición del Saar en Colonia, el ministro de Propaganda del Reich, Dr. Goebbels, señaló en la parte política de su discurso, las intenciones pacíficas del Tercer Reich: “Alemania no pretende más que su derecho”, —dijo el ministro y agregó— “no quiero más que esto... El pueblo alemán no alienta la más remota idea de revancha, no se preocupa más que de su trabajo diario”. En Coblenza anunció el señor Bürckel, delegado del Saar: “El 13 de Enero la población del Saar, con plena conciencia histórica, exclamará por encima de las fronteras: “¡Ya está el camino libre para podernos entender!”
El ministro de Relaciones Exteriores, Neurath, no dejó tampoco por ese entonces de hablar de las intenciones pacíficas de Alemania. En su discurso del 17 de Septiembre de 1934, en el Congreso Internacional de carreteras, respondiendo a las afirmaciones de cierta prensa, dijo:

El reproche que se nos hace de que con la proclamación de nuestras intenciones pacíficas sólo queremos tomar aliento y que, luego de adquirido el vigor necesario, intentamos acometer la realización de nuestros planes agresivos, es tan absurdo después de todo lo que hemos explicado y ofrecido en la cuestión del desarme y de lo que hemos dicho y hecho para la pacificación política de Europa, que sólo podemos ver en ello la intención de la calumnia más siniestra.

El 28 de Febrero de 1935, la Comisión de los Tres de la Sociedad de las Naciones transfirió a Alemania el gobierno del Saar. Tres días más tarde, Adolf Hitler, en un discurso, declaró que la reincorporación del Saar no sólo era un día venturoso para Alemania sino para Europa entera, puesto que con ella las relaciones entre Francia y Alemania podían llevar a una mejora definitiva. El mismo pensamiento expresólo en su proclamación del 16 de Marzo de 1935, con motivo del restablecimiento del servicio militar obligatorio y añadió:

El gobierno alemán solemnemente ha asegurado a París que Alemania, después de resuelta la cuestión del Saar, no tiene ya ninguna clase de reivindicaciones territoriales que exigir a Francia. Con ello estima haber creado mediante un sacrificio político y material y en una forma histórica no común, la base para terminar una disputa secular entre dos grandes naciones.

De la misma manera se expresó Adolf Hitler, el 21 de Mayo de 1935, en su discurso ante el Reichstag y en las declaraciones posteriores sobre la política alemana de paz. En Febrero de 1936, el Führer concedió una entrevista al conocido escritor francés, Bertrand de Jouvenel, algunos días antes de la ratificación del pacto de asistencia recíproca franco-soviético por la Cámara francesa. En la respuesta a algunas preguntas sobre su política respecto a Francia el Canciller declaró:

He querido demostrarle a mi pueblo que el concepto de enemistad hereditaria entre Francia y Alemania es un disparate. El pueblo alemán comprendiéndolo me ha secundado en una acción mucho más difícil aun cuando yo, animado por este espíritu, emprendí una acción conciliadora entre Polonia y Alemania...
Hablo en nombre de todo el pueblo alemán y declaro que bastaría que Francia quisiera dar por terminado para siempre este supuesto peligro alemán, porque el pueblo alemán tiene la más absoluta confianza en su Führer y este Führer desea la amistad con Francia.

En su discurso recapitulador del 30 de Enero de 1937, pronunciado ante el Reichstag, el Führer señaló que él ha manifestado reiteradamente al deseo de llegar a unas relaciones cordiales con todos los países vecinos y aseguró de nuevo solemnemente que entre Francia y Alemania no puede haber motivo alguno imaginable de litigio.
No hay que admirarse de que el Führer esté siempre dispuesto a una reconciliación definitiva con Francia. Pasar a la Historia como realizador de esta obra de paz tan difícil y de tan vital importancia, en la cual vanamente se empeñaron hombres de Estado alemanes, sería para él la mayor de las satisfacciones. Como la tranquilidad y el bienestar de Europa dependen del problema franco-alemán se puede comprender que son sinceras las manifestaciones de Adolf Hitler a favor de la paz.


Los Postulados de la Política Internacional de Hitler

Las líneas directivas de la política internacional de Adolf Hitler y los métodos empleados para alcanzar los fines que se ha propuesto se deducen de diferentes postulados que se complementan unos a otros.
Por de pronto se pide que las relaciones entre los Estados descansen sobre la base del honor nacional. Solamente de este modo serán tales relaciones claras y duraderas y podrán servir efectivamente a la causa de la paz.
Un tratado de paz no debe significar sólo un documento para la suspensión de las hostilidades, sino que ha de ser un acuerdo para regular las relaciones de los antiguos enemigos en interés de ambas partes y sin apasionamiento alguno que podría servir para destruir la razón y el sentido de la justicia. De aquí que sea necesario el que este tratado no cree al vencido un estado de humillación y de inferioridad que a la larga sería insoportable y sólo puede constituir el germen de nuevas discordias y guerras.
Basta recordar para ello el punto de vista adoptado por Bismarck después de las guerras de 1866 y 1870/71, de que para concluir un tratado de paz hay que tener presente las necesidades vitales y el honor del vencido. En su discurso del 1 de Septiembre de 1866, el Canciller de Hierro dijo ante la Cámara de diputados:

Un acuerdo de paz será difícil que llegue a realizarse en asuntos exteriores si se exige que le preceda la confesión por una de las partes: Reconozco que he obrado injustamente.

En sus “Gedanken und Erinnerungen” (Ideas y Memorias) Bismarck escribía:

En nuestras relaciones últimas con Austria me importaba sobre todo resguardarme en lo posible de recuerdos mortificantes, si esto pudiera hacerse sin que perjudicara a la política alemana. La entrada victoriosa en la capirtal enemiga hubiera sido naturalmente un recuerdo satisfactorio para nuestros militares, pero no era necesario para nuestra política. En el sentimiento de dignidad propia de los austríacos habría quedado una llaga que, sin ninguna necesidad urgente para nosotros, hubiera aumentado las dificultades en nuestras relaciones futuras. En todo caso era de la mayor importancia el saber si el estado de ánimo que habían de conservar nuestros adversarios, sería irreconciliable e incurable la herida que nosotros les habíamos inferido en su propia dignidad.

Así se explica que Austria, antes enemigo de Prusia, fuera luego incluso un aliado de ésta.
El 25 de Octubre de 1871, con motivo de tratar sobre las relaciones franco-alemanas después de la guerra, Bismarck declaró en el Parlamento:

No estimamos como misión nuestra el perjudicar a nuestro vecino más de lo que sea absolutamente necesario para asegurar el cumplimiento de la paz; por el contrario, creemos que es nuestro deber, siempre que no perjudique nuestros intereses, el serle útil y darle ocasión de restablecerse de la desgracia que ha caído sobre su país.

Cuando un diplomático alemán le planteó a Bismarck la exigencia de imponerle a Francia condiciones de paz extraordinariamente duras, el canciller respondió que Francia debía continuar siendo una gran potencia para que el concierto europeo no se alterara. Además, ya es sabido que Bismarck era contrario a la anexión de Lorena y que tuvo que ceder al partido militar que insistía en pedir la posesión de Metz.
El canciller del emperador Guillermo I se esforzó, como se ve, después de las guerras de 1866 y 1870/71, en mantener el respeto al enemigo vencido, impidiendo así crear en él un deseo de venganza y, al mismo tiempo, en evitar todo engreimiento del vencedor, faltas éstas que son igualmente perjudiciales para la paz.
Esta visión política faltó desgraciadamente en los hombres de Estado que después de la guerra mundial se reunieron en la Sala de los Espejos de Versalles y sólo se preocuparon de garantizar su seguridad futura mediante la absoluta humillación moral y material de Alemania.

Otro postulado fundamental de la política de Adolf Hitler es que los tratados duraderos relativos a la limitación de los armamentos sólo pueden estar basados sobre el noble derecho a la propia defensa nacional. Alemania está dispuesta, desde luego, a realizar todas las limitaciones de los armamentos que hayan sido aceptadas por las demás potencias, pero se reserva el derecho a la propia defensa en la medida que sea necesaria. Este principio no es nuevo, sino que tiene en la historia algunos dignos predecesores. El presidente de Estados Unidos, Hoover, indicó —en su declaración del 22 de Junio de 1932, sobre la conferencia del Desarme— que los armamentos de los Estados deben ser regulados por el derecho o la moral de la defensa. El 16 de Marzo de 1935, el gobierno alemán se vio obligado por la ley de la reorganización del ejército a tomar por su cuenta las medidas necesarias, para terminar de una vez con aquel estado impotente e indefenso que para un gran pueblo y una gran nación es tan humillante como peligroso. El gobierno alemán partió de las mismas consideraciones que, en un discurso sobre el rearme inglés, expresó el presidente del Consejo Baldwin:

Un país que no está dispuesto a tomar las medidas necesarias de precaución para su propia defensa, en este mundo jamás tendrá poder, ni moral ni materialmente.

Con más amplitud se trata este principio de la necesidad de la propia defensa en el libro blanco inglés del 4 de Marzo de 1935, en el que se justifica el rearme inglés. La Alemania de Hitler hace suyas las palabras del general francés Weygand: “Queremos ser fuertes, no para amenazar sino para defendernos”.

En la solemne proclamación del Gobierno dirigida al pueblo alemán con motivo del restablecimiento del servicio militar obligatorio, no se expresa, en efecto, ninguna otra idea cuando se dice:

Lo que el gobierno alemán desea, como guardián del honor y de los intereses de la nación alemana, no es más que asegurar la cantidad de medios defensivos, necesaria no sólo para mantener la integridad de la nación alemana, sino también para conservar el respeto internacional y la estimación de Alemania como fiadora de la paz universal.

Hitler cree que la medida de los armamentos está determinada por la de los peligros que amenazan a un país. Para juzgar de ello, sólo es competente la nación misma.

Si la Gran Bretaña fija actualmente el límite de sus armamentos —decía el Führer— todo el mundo en Alemania comprenderá, ya que no se puede pensar de otra manera, que para tomar las medidas necesarias en la protección del imperio británico sea Londres exclusivamente el que decida. De la misma manera debe comprenderse por los demás que el determinar el armamento para la defensa de Alemania sólo sea de su exclusiva incumbencia y que nadie más que Berlín resuelva sobre esto.

Un tercer postulado de la política exterior de Adolf Hitler proclama que el mejor medio para la paz es una inteligencia directa entre los pueblos interesados.

El Führer ha expuesto varias veces este principio en sus discursos y declaraciones: por ejemplo, en una conversación que tuvo el 4 de Abril de 1934 con el Sr. Lochner, representante de la Associated Press, a quien manifestó que nada sería para él más grato que poder hablar personalmente con los jefes responsables de las otras naciones.

Alemania ha realizado ya este deseo en sus declaraciones con Polonia e Italia; en la misión conciliadora de Papen en Austria, en el compromiso del Saar, en el convenio naval anglo-alemán. Todos estos tratados se concertaron fuera de la Sociedad de las Naciones. De ahí saca Hitler la conclusión de que los tratados bilaterales de seguridad, o sea, de no-agresión y de neutralidad, son preferibles a los pactos colectivos.

A esta concepción ha llegado el nacionalsocialismo porque la Sociedad de las Naciones ha fracasado en el campo de la “inteligencia mediata” y en el de la “seguridad colectiva”. La opinión pública mundial está también convencida de que es necesaria una reforma de la institución ginebrina. Hitler no cree en la imparcialidad de esta institución. Respondiendo a una pregunta que le fue formulada por el periodista inglés Ward Price, en Octubre de 1933, el Führer manifestó que no cree en un provenir de la Sociedad de las Naciones mientras ésta se haga cada vez más la protectora de los intereses de determinados Estados contra aquellos de otros Estados.
El ministro de Relaciones Exteriores, barón von Neurath, en un discurso pronunciado en el Congreso internacional de Carreteras, sostuvo que la Sociedad de las Naciones necesita ser reformada a fondo para hacer de ella un instrumento útil para la paz. El ministro habló luego de los métodos de los sistemas colectivos que fueron introducidos por el Dictado de Versalles y añadió:

Confieso abiertamente que no puedo ver ningún buen síntoma en el espíritu con que se hacen los negocios de la política europea cuando pienso en esta serie de pactos de la más diversa índole acordados en los últimos años, precipitándose los unos sobre los otros, sistema este que no en vano se ha llamado pactomanía. La salud de Europa no puede estar a merced de las alianzas y agrupaciones de potencias hechas según la oportunidad del momento. Las tendencias políticas que corren en tal sentido no son más que una prueba de los errores cada vez más patentes del sistema político que pesa sobre Europa por los tratados de 1919.
A la larga sería peligroso e inútil no reconocer y confesar claramente estos errores. Mientras no se tenga el valor de mirar cara a cara los hechos y las necesidades irrefutables, tratando de buscar un equilibrio de los intereses contrapuestos basado en respeto mutuo e igualdad de derechos, mediante conversaciones categóricas de gobierno a gobierno, no es posible imaginar la mejoría de la situación política general.

Como los intereses no son siempre de la misma clase, estima Adolf Hitler que lo más justo es contentarse siempre con un mínimum de este acuerdo bilateral, evitándose así que la colaboración entre ambos países no fracase ante las exigencias irrealizables de los pactos colectivos. Un acuerdo que aspira a algo grande sólo puede conseguirse lentamente. El nacionalsocialismo reconoce el principio de la seguridad colectiva según los métodos ginebrinos, siempre que se consiga de la misma manera que en el Tratado de Locarno o bien como una combinación de pacto de asistencia y de revisión conciliadora, con una ayuda suficiente en caso de legítima defensa y con un control de paz hacia el aliado. El canciller, en su discurso del 21 de Mayo de 1935 sobre los 13 puntos para evitar la guerra, hizo las aclaraciones siguientes:

El gobierno alemán está dispuesto en todo tiempo a participar en el sistema de trabajo colectivo para asegurar la paz europea, pero estima necesario transigir con la ley del continuo desarrollo eterno manteniendo abierta la posibilidad de las revisiones de los tratados. Ve en un desarrollo metódico de los tratados un elemento para asegurar la paz, y en el entorpecimiento de las modificaciones que requieren aquellos, un estancamiento susceptible de provocar explosiones ulteriores.

La política alemana cree que el peso de los tratados colectivos no debe recaer sobre una ayuda militar aplicada inmediatamente en caso de guerra sino en las obligaciones de no-agresión. Las potencias afectadas por un conflicto deben consultarse entre sí para suprimir las dificultades. Como medida preventiva contra la guerra, estas obligaciones se podrían transformar en garantías de paz evitando que aparezca el peligro de complicaciones, que tendría por consecuencia la aplicación del pacto de asistencia propuesto por las otras potencias (el llamado Pacto Oriental).
En cuanto a la otra cláusula de Ginebra, ya conocida, de la “indivisibilidad de la paz”, le parece peligroso al Führer hacer uso impropio de esta tesis como pretexto para construcciones que sirven “menos a la paz general que, quiérase o no, a la preparación colectiva para la guerra. La guerra mundial debería ser un aviso clamoroso”.
Con estas palabras alude Hitler a algunos pactos militares que, según su opinión, contradicen el espíritu de la Sociedad de las Naciones; porque ésta reconoce un pacto de asistencia mutua para los distintos asociados bajo la sola condición de que esté sometido al control de paz que ejerce la Liga.

No creo —continuó diciendo Hitler en su discurso arriba citado— que Europa sobreviviera por segunda vez a una catástrofe semejante sin padecer la más tremenda conmoción. Pero ésta puede ocurrir tanto más fácilmente cuanto que la red de obligaciones internacionales, entrecruzadas unas con otras, debilitan cada vez más la posibilidad de localizar los conflictos y aumentan el peligro de arrastrar consigo a Estados y grupos de Estados cada vez más numerosos... Con esto creemos servir mejor a la causa de la paz, pues se puede aumentar el sentido de responsabilidad que cada Estado debe tener, si no sabe de antemano que está apoyando por pactos militares poderosos.

Según la concepción nacionalsocialista, esta ideología de la “indivisibilidad de la paz” sólo sirve a las grandes potencias para intervenir a favor de sus intereses egoístas en todos los sucesos políticos del mundo y para llamar seguridad colectiva a esta política de intromisión.
Por tanto Alemania no ve ninguna garantía para la paz en estos pactos colectivos tan confusos y cree —como decía con acertadas palabras el embajador Joachim von Ribbentrop— que las frases hechas “indivisibilidad de la paz” y “seguridad colectiva” significan en realidad “indivisibilidad de la guerra” e “inseguridad colectiva”.


Acontecimientos Principales y Resultados
Año 1933

En primer lugar hay que citar la conformidad de Alemania con el Pacto de las Cuatro Potencias, propuesto por el Sr. Mussolini, jefe del gobierno italiano. El 21 de Marzo de 1933, Hitler calificaba este pacto “como un ensayo grandioso y de visión amplia para asegurar a la política general europea un desarrollo pacífico y lógico”. El pacto se concertó en Roma, el 7 de Junio en el Palacio Venecia. Según este convenio las cuatro grandes potencias europeas: Alemania, Inglaterra, Francia e Italia están de acuerdo en todas las cuestiones económicas que se refieren a ellas o en todas las que sean de interés para la reconstrucción económica de Europa. En el seno de la Sociedad de las Naciones, todas las potencias se obligan a practicar una política de colaboración efectiva para la conservación de la paz y para asegurar el buen éxito de la conferencia del desarme. Según el reglamento de la Sociedad de las Naciones, especialmente en sus artículos 10 (respecto a la integridad territorial e independencia política de los miembros de la Sociedad), 16 (sanciones) y 19 (revisión de los tratados), a reserva de los que decidieron los órganos competentes de la Sociedad de las Naciones, las cuatro potencias acordaron aprobar las propuestas que pudieran dar una eficacia verdadera a los citados artículos.

La participación en este tratado, válida para diez años, era de importancia para Alemania, pues, por primera vez después de la guerra mundial, pudo firmar un acuerdo internacional como gran potencia y con la misma igualdad de derechos que las demás, sin verse obligada a hacer concesión o renuncia alguna. Este tratado revocaba, además, el artículo 19 del reglamento de la Sociedad de las Naciones; con ello facilitaba la revisión de las cláusulas del Tratado de Versalles que entretanto se había hecho necesaria.

Los diplomáticos alemanes se encontraron satisfechos, aunque declararon con razón que el nuevo documento era sólo un instrumento diplomático cuyo valor dependía de las negociaciones posteriores. Confiaban en que, después de los Tratados de Ginebra, Locarno y París, Francia podría encontrar de buen grado en el Pacto de las Cuatro Potencias una garantía para su seguridad que hubiera permitido un desarme gradual. En Berlín estaban convencidos de haber dado una prueba de sincero amor a la paz, que vino muy a propósito, ya que, según la opinión del mundo, Hitler significaba la guerra. Por la firma de este pacto, Alemania demostró su buena voluntad para colaborar en la conservación de la paz europea y en la reconstrucción económica del viejo continente. Además, el pacto ofrecía al gobierno nacionalsocialista la posibilidad de entablar una política coincidente con la de Roma que en efecto ha llevado luego a la formación del eje Roma-Berlín y a la inteligencia entre ambas potencias autoritarias, que sólo fue interrumpida en los años 1934/35 a consecuencia de los sucesos en Austria.
A la visita del presidente del Consejo de ministros Göring, a Roma, siguió el viaje del vicecanciller von Papen a la ciudad del Tíber que también ofreció ocasión para conferenciar con el Vaticano. Después de las negociaciones se estableció el Concordato del 20 de Julio. El Reich garantiza la libertad de culto y el ejercicio público de la religión católica; reconoce el derecho de la Iglesia católica para resolver por sí misma sus asuntos y para dictar edictos y disposiciones para sus miembros dentro de los límites de la ley alemana.
Este éxito diplomático parece de considerable importancia porque el movimiento nacionalsocialista era combatido por muchos obispos alemanes que excomulgaban a los nacionalsocialistas de su diócesis, les prohibían la visita a la iglesia en grupos uniformados y les negaban la comunión. El Concordato dejaba abierto el camino para una colaboración entre el Estado y la Iglesia. A pesar de algunos graves incidentes ocurridos, constituye la base para el ejercicio del catolicismo en la nueva Alemania.
En Junio del mismo año, el presidente de la Conferencia del desarme, Henderson, estuvo en Berlín y Munich. En Septiembre el Dr. Goebbels tomó parte en la reunión de la Sociedad de las Naciones; allí, ante la prensa internacional, pronunció un discurso que mereció mucha atención y en el que exponía el punto de vista alemán y explicaba la lucha por la igualdad de derechos:

No es en interés de pueblo alguno el que Alemania siga siendo tratada como nación de segunda clase y se le quite la posibilidad de su defensa, que le es necesaria para mantener su seguridad nacional. El querer deducir de aquí sus intenciones guerreras, teniendo a la vista el hecho de que en todas partes en lugar de desarme hay rearme, es tan miope como desalentador...
Ojalá quieran unirse todos los hombres de buena voluntad en la noble intención de aliviar las penas de los pueblos y de servir al bienestar general. En cuanto a Alemania, está dispuesta de todo corazón a contribuir a la paz de Europa.

Este discurso significaba al último aviso del gobierno nacionalsocialista, antes de que Alemania abandonara la liga ginebrina, lo que ocurrió el 14 de Octubre del mismo año. El Führer y el gobierno expusieron los motivos de este paso en sus manifiestos al pueblo alemán. Hitler en su discurso, radiado el mismo día, los resumió así:

Con el sincero deseo de llevar a cabo la obra pacífica de la reconstrucción interior del pueblo alemán y de su vida política y económica, los gobiernos alemanes, confiando en la concesión de una digna igualdad de derechos, se mostraron siempre dispuestos a entrar en la Sociedad de las Naciones y tomar parte en la Conferencia del Desarme. Pero Alemania quedó bien pronto amargamente desilusionada...
A pesar de su buena disposición de llevar hasta el extremo y en todo momento el desarme ya consumado, vio Alemania que otros gobiernos no pudieron decidirse a cumplir esta promesa firmada por ellos en el tratado de paz. Por la negativa consciente de conceder a Alemania una igualdad de derechos moral y materialmente efectiva, tanto el pueblo alemán como sus gobiernos repetidas veces fueron humillados hasta el extremo.
Una vez que ya se había concedido expresamente, el 11 de Diciembre de 1932, la igualdad de derechos a Alemania, el gobierno nacionalsocialista declaró su propósito de volver a tomar parte en la Conferencia del Desarme. Los representantes oficiales de los demás Estados, en discursos públicos y entrevistas con el ministro de Relaciones Exteriores y con los delegados alemanes, declararon que esta igualdad de derechos no era posible concedérsela en el presente a la Alemania actual.
Como el gobierno alemán apercibe en esta conducta una discriminación tan injusta como degradante del pueblo alemán, en tales circunstancias y como nación de segunda clase y sin derechos, no tiene más remedio que dejar de tomar parte en aquellas negociaciones que sólo pueden conducir a nuevos dictados. El gobierno alemán, afirmando su deseo inconmovible de mantener la paz, en vista de estas exigencias humillantes y deshonrosas se ve obligado con gran sentimiento a abandonar la Conferencia del Desarme. El gobierno notifica también su separación de la Sociedad de las Naciones y además su inquebrantable voluntad de paz declarándose dispuesta a tomar parte fuera de la Sociedad de las Naciones en todas aquellas acciones internacionales que estén dedicadas a asegurar la paz europea.

El gobierno alemán dio a conocer cuatro días más tarde un memorándum en el que, entre otras cosas, se proponía la creación de un ejército de 300.000 hombres, siempre que las demás potencias estuvieran conformes en limitar sus armamentos a los que tenían en aquel momento.
El pueblo alemán aprobó la política del gobierno nacionalsocialista, reforzó así ante el mundo entero su sentimiento de orgullo, de nuevo recobrado, y recuperó al mismo tiempo su plena libertad de acción.
Todavía estaba el mundo bajo la fuerte impresión de este enérgico paso y del último plebiscito alemán cuando un breve comunicado del 15 de Noviembre sobre una conversación sostenida entre el Führer y Lipski, nuevo embajador polaco en Berlín, provocó una nueva sensación. Se hizo saber que las conversaciones sobre las relaciones germano-polacas habían dado por resultado la plena conformidad de ambos gobiernos. Todas las cuestiones referentes a ambos países debían ser tratadas por el camino de las negociaciones directas; para mantener la paz en Europa renunciaban ambos países al empleo de la fuerza.
Unos días más tarde el Führer tuvo una conversación amistosa con el embajador francés, François Poncet, en la que se trató del desarme y de la cuestión del Saar. El 11 de Diciembre llegó a Berlín el Sr. Suvich, secretario del ministro de Relaciones Exteriores italiano.
Como se ve, el primer año de gobierno nacionalsocialista estaba bajo el signo de una intensa actividad de política internacional para restablecer el honor alemán y la igualdad de derechos.


Año 1934

A principios de año, el 26 de Enero, se concluyó el pacto entre los gobiernos alemán y polaco que fijaba los tres puntos siguientes:

1. Ambos gobiernos declaran su intención de entenderse directamente en las cuestiones referentes a sus relaciones recíprocas, cualquiera que sea la naturaleza de aquellas;

2. En el caso en que surgieran cuestiones litigiosas entre ambos, y no se pudiera lograr su solución por negociaciones directas, buscarán en cada caso, y basándose en la conformidad recíproca, una solución por otros medios pacíficos, sin perjuicio de la posibilidad de emplear en caso necesario aquellos procedimientos ya previstos para tales casos en los tratados en vigor, acordados entre ambas partes. En ningún caso emplearán la fuerza para tratar de resolver tales disensiones;

3. La garantía de paz, creada así por estas bases, facilitará a ambos gobiernos la gran tarea de encontrar soluciones para los problemas políticos, económicos y culturales que descansen sobre un equilibrio justo y razonable de los intereses respectivos.

A este acuerdo se acompañó un protocolo económico para suprimir la guerra aduanera y para crear la base de un comercio más intenso.
Cuatro días más tarde, el canciller en su discurso ante el Reichstag declaró que en el momento de la toma del poder, las relaciones entre ambos países habían sido algo más que poco satisfactorias. Ha existido el peligro de que de las diferencias existentes, cuyas causas residían en la distribución territorial ordenada por el Dictado de Versalles, surgiera una hostilidad y amenazara convertirse al cabo del tiempo en una “hostilidad hereditaria”.
Este acuerdo fue hecho de modo tal que ambas naciones pudieran obtener mediante él las mayores ventajas. El Führer, refiriéndose a un ejemplo concreto, indicó que las diferencias en la vida de los pueblos no deben impedir aquellas formas de las relaciones recíprocas que sirvan a la causa de la paz, es decir, del bienestar. El canciller, de un modo leal y sincero, trató de estudiar los problemas de ambos países directamente en vez de confiar a otros su solución.
El gobierno alemán encontró la misma opinión en el jefe del Estado polaco, mariscal Pilsudski. Esta coincidencia hizo que cuajara su espíritu en un tratado que había de ser beneficioso tanto al pueblo polaco como al alemán y, por lo tanto, constituye una contribución muy importante para el mantenimiento de la paz en general.
El ministro de Relaciones Exteriores polaco, Beck, expresó su parecer de que había comenzado una nueva y mejor época en las relaciones con Alemania. Con especial satisfacción reconoció en este acuerdo un trabajo constructivo que podía enfrentar el pesimismo que iba ganando cada vez más terreno en las relaciones internacionales.
Hitler mostró con este tratado, que fue una sorpresa para el mundo entero, la exactitud de su tesis de que los tratados directos, entre dos, son preferibles a los colectivos.
Otros acontecimientos importantes de este año: la unificación de las medidas preparatorias alcanzadas en Ginebra para el plebiscito del Saar, al cual se le fijó la fecha del 13 de Enero de 1935; además, el encuentro de Mussolini con Hitler en Venecia.


Año 1935

Del cúmulo de acontecimientos de política internacional de este año, en cuyo comienzo tuvo lugar el plebiscito casi unánime del Saar, destacaremos sólo unos cuantos que son característicos para señalar el camino d la política alemana internacional.
El 15 de Marzo, la Cámara francesa aprobó la ley del servicio militar por dos años. Adolf Hitler recibió esta noticia en Berchtesgaden, partió hacia Berlín en aeroplano y convocó con urgencia al Consejo de ministros: en la tarde del 16 de Marzo se dio la ley “sobre la reorganización del ejército”. Esta ley se compone de 3 sencillos artículos de gran importancia histórica.

§1. Se establece el servicio militar obligatorio.
§2. El ejército alemán, en pie de paz, incluyendo los grupos de policía incorporados, consta de 12 cuerpos y 36 divisiones.
§3. Las leyes complementarias sobre la reglamentación del servicio obligatorio serán presentadas inmediatamente por el ministro de Defensa al gobierno.

Con esta medida se aseguraba Alemania la soberanía defensiva y rompía así la cadena más fuerte del Dictado de Versalles (Fig. 44).
El gobierno de Hitler razonaba, en una proclamación dirigida al pueblo alemán y a todo el mundo, el carácter e importancia de esta medida. En vano protestaron las otras grandes potencias europeas, en vano tomó la Sociedad de las Naciones una resolución en la cual se hizo constar la infracción de las obligaciones alemanas contra la comunidad de los Estados. El gobierno alemán protestó en una nota contra la opinión de la Sociedad, opinión que calificaba como una renovada humillación negando, a los gobiernos que participaron, el derecho a juzgar sobre Alemania.
Entretanto y también en el mes de Marzo, llegaron a Berlín el ministro de Relaciones Exteriores inglés, Sir John Simon y el Lord del Sello privado Anthony Eden. El comunicado común de las conversaciones sostenidas manifiesta que “se había fijado una posición totalmente clara de las concepciones de ambos gobiernos” y señalaba además que “estos con su política intentan asegurar la paz de Europa fomentando la colaboración internacional”.
En las conversaciones sostenidas con los representantes ingleses, Hitler expuso la opinión alemana el plan referente al Pacto Oriental que, propuesto por el ministro de Relaciones Exteriores francés, Louis Barthou, era apoyado por Sir John Simon. Se trataba de un pacto entre las cinco potencias orientales (Checoslovaquia, Polonia, Estados balcánicos, Rusia y Alemania) que preconizaba una garantía mutua para la intangibilidad de las fronteras; y de un pacto entre Francia, Alemania y la Unión Soviética para ayudarse mutuamente en caso de agresión a una de ellas.
El Führer no se mostró dispuesto a entrar en un pacto que contenía obligaciones militares automáticas de ayuda mutua. No veía en este pacto un elemento para la conservación de la paz sino más bien una amenaza contra ésta. Además, Adolf Hitler se refirió por primera vez a la cuestión de la devolución de las colonias y a un convenio naval con la Gran Bretaña (Fig. 47).
El 21 de Mayo el Führer proclamó en su discurso ante el Reichstag una grandiosa proposición de paz que fue formulada en los trece puntos siguientes:

1. Sin igualdad de derechos no es posible el regreso a Ginebra.
2. La revisión de los tratados debe efectuarse solamente por medio de una inteligencia amistosa.
3. No se firmarán tratados irrealizables.
4. Facilidades para el desarrollo regular de los tratados.
5. La colaboración europea no es posible mientras rija el sistema de decisiones impuestas.
6. En principio, decisión firme para concluir pactos de no-agresión.
7. Buena disposición para completar el Pacto de Locarno mediante un convenio aéreo.
8. Publicación de las medidas de reorganización del ejército alemán.
9. Disposición para la limitación general de los armamentos.
10. Supresión de las armas ofensivas.
11. Limitación de los calibres de la artillería.
12. Labor encaminada a evitar el envenenamiento de la opinión pública.
13. Definición del concepto de intromisión en los asuntos internos de los Estados.

Adolf Hitler concluyó con estas palabras:

Todos nosotros sabemos, cuántos millones de adversarios valientes y denodados nos hicieron frente en la guerra mundial. Seguramente la Historia mostrará más a menudo que nosotros los alemanes hemos comprendido menos el arte de vivir que el de morir con honor...
Yo no puedo concluir mejor mi discurso de hoy ante vosotros, compañeros de lucha y hombres de confianza de la nación, que expresando de nuevo nuestra fe en la paz...
Quien en Europa levante la antorcha de la guerra no puede desear más que el caos. Pero nosotros, vivimos en la firme convicción de que en nuestro tiempo el Occidente, en vez de hundirse, resurgirá de nuevo. Quiera Alemania aportar una contribución imperecedera a esta gran obra; esa es nuestra orgullosa esperanza y nuestra fe inconmovible.

Cuatro días más tarde, el gobierno alemán envió a las potencias de Locarno un memorándum sobre la incompatibilidad del pacto franco-ruso, del 9 de Mayo de 1935, con el pacto renano. Hizo destacar la condición de que las conclusiones establecidas en el segundo de aquellos pactos no podrían modificar o interpretar con eficacia legal por un pacto concertado con un tercer Estado. Acentuaba, además, refiriéndose especialmente al artículo 1º del pacto franco-ruso, que, en el caso en que el Consejo de la Sociedad de las Naciones no llegara a una propuesta u opinión unánime, debiera aplicarse la ayuda mutua en la misma forma.

A principios de Julio comenzaron las negociaciones navales anglo-alemanas. El 18 del mismo mes quedaron éstas terminadas con un cambio de notas en que se fijaban los acuerdos adoptados.
El convenio determina las fuerzas de la flota alemana en la proporción de 35:100 respecto a la flota total británica. Esta proporción no podrá ser alterada por las construcciones navales que emprendan otros países. En el caso de construcciones extraordinarias, Alemania queda autorizada para requerir a Inglaterra a fin de examinar la situación.
Alemania está dispuesta, además, a aplicar la proporción fijada especialmente para cada categoría de buques, ya que su gobierno (como también el inglés) es favorable a aquel sistema de las limitaciones navales que prevé un máximo de tonelaje y del calibre respectivamente para cada una de las categorías de buques; a Alemania se le concede teóricamente el derecho de poseer el mismo tonelaje de buques submarinos que el Commonwealth británico. Sin embargo, Alemania se compromete a no aumentar su tonelaje de submarinos por encima del 45% del tonelaje británico. Si se creara una situación que hiciese necesaria, según la opinión del Reich alemán, sobrepasar este límite, Alemania tendrá el derecho de hacer al gobierno inglés la notificación correspondiente estando dispuesta acto seguido a una discusión amistosa sobre tal cuestión.
Este convenio fue firmado, en nombre del Reich, por el presidente de la delegación alemana y embajador plenipotenciario extraordinario, Joachim v. Ribbentrop. El convenio limita, en efecto, las posibilidades de desarrollo de la marina de guerra alemana, pero ofrece sin embargo para la política de Hitler las ventajas siguientes:

1. Con ello se logró por primera vez el reconocimiento formal de la política de rearme alemán, suprimiendo así las reacciones del extranjero por este paso dado por el Reich;
2. Con el tratado se eliminó aquella desconfianza surgida en Inglaterra, aquel temor ante una nueva rivalidad militar de Alemania en el mar (que es una de las razones y no de las últimas de la entrada de la Gran Bretaña en la guerra mundial);
3. Una vez más se mostró al mundo que los tratados directos entre dos países son más fáciles de llevar a cabo que los colectivos;
4. Con ello se dio también un ejemplo de la posibilidad de realizar fuera de la Sociedad de las Naciones un tratado sobre la limitación de armamentos y obtener así una importante contribución para la paz.

Este tratado significa, desde luego, un sacrificio para Alemania. Pero el pueblo lo ha entendido en su justo valor y lo considera como una necesidad para las relaciones anglo-alemanas dentro del plan alemán de la política de paz. Hitler en su libro “Mein Kampf” (Mi Lucha) ha explicado la necesidad de las relaciones cordiales con Inglaterra; constituye un rasgo fundamental de su política internacional.


La Alemania de HItler III.2

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http://wehrwolf-welsung.blogspot.com/2006/05/la-alemania-de-hitler.html

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