Werwolf

"Sehen wir uns ins Gesicht. Wir sind Hyperboreer". Nietzsche

Tuesday, May 02, 2006

La Alemania de Hitler II


II Orden, Unidad y Reconstrucción en el Interior

La situación política en el interior de Alemania, el 30 de Enero de 1933, explica que, entre todos los problemas, esta misma exigera del Gobierno una enérgica y rápida solución. Hitler confió este delicado encargo al Dr. Wilhelm Frick, uno de sus más fieles colaboradores. Este antiguo compañero de lucha del Führer tomó parte en el movimiento nacionalsocialista del 9 de Noviembre de 1923 en Munich, y fue también condenado en el proceso que tuvo lugar a continuación. Funcionario de carrera, el Dr. Frick fue uno de los primeros representantes del partido en el Parlamento; durante largo tiempo fue el jefe de la fracción nacionalsocialista y fue el primer adicto a Hitler que ocupó un cargo de ministro. Su inteligente actuación como director de la política interna en Turingia es bien conocida; lo mismo que la resistencia que opuso a la presión y amenazas de Severing, ministro marxista del Reich.
El Dr. Frick, gracias a su experiencia, adquirida durante más de 20 años en la administración pública, se puede considerar como el verdadero consejero y colaborador del Führer en la obra legisladora de la reconstrucción del Estado alemán. El presidente del Consejo de ministros prusaino, Hermann Göring, en cuyo vocabulario, según una frase de Hitler, falta la expresión “imposible”, transformó con energía en hechos las medidas del Führer durante los primeros tiempos del Gobierno, especialmente difíciles.
Cuatro grandes líneas de desarrollo caracterizan esta política: la destrucción del marxismo, la creación de una verdadera comunidad del pueblo, la unidad nacional y la cuestión racial, esto es, asegurar la salud hereditaria y la raza del pueblo alemán. Además de estos temas fundamentales aparecen otros, como por ejemplo, la reorganización de los funcionarios públicos, de la policía alemana, de los municipios, la implantación del servicio del trabajo obligatorio y la unificación tanto de la sanidad pública como la del deporte.


Abolición del Marxismo

Hitler señaló ante el Parlamento la abolición del marxismo y el aniquilamiento del comunismo como primera obligación de su gobierno —antes se habían dado ya algunos pasos preparatorios.
El 2 de Febrero de 1933, tres días después de la toma del poder, el Gobierno, para mantener la seguridad pública y el orden, decretó la prohibición de demostraciones públicas del partido comunista. Después del incendio del Reichstag, el 27 de Febrero del mismo año, se publicó la disposición del presidente “para la protección del pueblo y del Estado” como defensa contra los actos de violencia de los comunistas, atentatorios a la seguridad de la Nación; el 1º de Marzo de 1933 se completó esta ley con la prohibición de la propaganda comunista.
Este decreto reglamentaba las limitaciones de la libertad personal, del derecho a manifestaciones públicas, de la libertad de prensa, del derecho de reunión; de incautaciones así como la limitación de la propiedad privada. Los Estados federados y los municipios tuvieron que prestar obediencia a las disposiciones del gobierno central. En los casos en que en un Estado no se hubieran dictado las medidas necesarias para el restablecimiento del orden y seguridad públicos, el gobierno central debería temporalmente hacerse cargo de las atribuciones de las autoridades superiores de la región. La resistencia y excitación contra el cumplimiento de estas disposiciones serían castigadas con severas penas de prisión. Se establecieron las penas de muerte o de preisidio para los atentados contra el presidente y los miembros de los gobiernos central y regionales, así como contra los promotores de complots e instigaciones al secuestro y asesinato, las rebeliones y perturbaciones de la paz pública. Además se decretó la pena de muerte para los delitos de alta traición, envenenamiento, incendio, provocación de explosiones e inundaciones y atentados ferroviarios.
El ministro Göring dirigió la acción anticomunista. Con motivo de la publicación del material incautado en los registros practicados en los domicilios comunistas expuso en un discurso radiado las medidas previstas por el decreto y designadas por la prensa como “estado civil anormal”:

“Las averiguaciones hasta ahora recogidas sobre el material comunista incautado ha demostrado que los comunistas quieren continuar actuando y que todavía existen en el Reich algunos focos de sus prosélitos. En las fronteras se han tomado las medidas necesarias para impedir la comunicación de los comunistas con el extranjero. El 15 de Febrero se supo que los comunistas estaban formando grupos terroristas, de 200 hombres cada uno, que disfrazados con uniformes de la SA nacionalsocialistas y del Stahlhelm, y empleando camiones, se dedicarían al pillaje de tiendas, almacenes y centros políticos de los partidos nacionales. Por medio de órdenes fingidas de jefes de la SA y del Stahlhelm se instaba al empleo de las armas, sin miramientos, y se azuzaba para provocar la revolución; al mismo tiempo se quería engañar a la policía, también por medio de órdenes fingidas, para que entregaran carros de asalto, etc. En calidad de rehenes debían aprehender a mujeres e hijos de destacadas personalidades, de agentes de policía, etc.

El 23 de Febrero se dieron las instrucciones para armar a la clase obrera y para el empleo del terror en todas sus formas. En la instrucción “el arte de la revolución armada” se fija que los grupos terroristas habrían de actuar en 8.000 puntos diferentes del campo, incendiando las haciendas y casas de labor para atraer de esta manera a la policía en servicio en las ciudades. Al mismo tiempo, en otros 8.000 puntos deberíanse volar caminos y puentes y destruir instalaciones industriales de vital importancia. Como armas revolucionarias podrían utilizarse toda clase de medios, desde el cuchillo y la llave americana hasta el agua hirviendo y los ladrillos. Desde luego, en la ejecución de estos planes, debíase prescindir de sentimientos moderados. Se encontraron también instrucciones para envenenar los alimentos servidos en los locales que visitaban los afiliados a los partidos del Gobierno y para atentados a personalidades destacadas”.

A requerimiento del Gobierno central, los gobiernos regionales prohibieron los impresos, letreros y reuniones comunistas, el mismo partido comunista fue incluido en esta prohibición. Prusia, la primera, ordenó la formación de una policía auxiliar compuesta por elementos de las formaciones nacionalsocialistas y del Stahlhelm. Los demás Estados federados siguieron su ejemplo. En todo el país efectuaron numerosas detenciones de jefes comunistas, que ascendieron a varios millares. Todos los diputados y funcionarios comunistas quedaron sometidos a prisión preventiva. Los locales del partido comunista fueron registrados, encontrándose numeroso material de propaganda.
La SA ocupó las centrales del partido comunista y la casa de Karl Liebknecht a la que se dio el nombre de “Casa de Horst Wessel”. En este sitio se hallaron numerosas cuevas cuyas galerías se extendían en todas direcciones para facilitar la salida. Ahí se encontraron varios cientos de kilos de material impreso cuyo texto constituía un delito de alta traición. En caso de un registro, un refinado sistema de alarma servía para avisar inmediatamente a todas las personas que se encontraban en el edificio. Algunos días más tarde, la policía logró detener en Berlín a Thälmann, jefe de los comunistas alemanes. Las dietas de los diputados comunistas fueron embargadas. Muchos jefes comunistas, entre ellos Münzenberg que se puede considerar como el promotor de las instrucciones terroristas, huyeron al extranjero.
La representación popular de todos los Estados federados, salvo Prusia, fue disuelta para volver a ser formada de nuevo con arreglo al número de votos deducidos de las elecciones parlamentarias del 5 de Marzo. Los escaños comunistas quedaron vacíos.
De esta manera, en pocas semanas el Gobierno liberó la vida política de la presión comunista y la calle del terror. ¡Por fin volvían nuevamente a reinar el orden y la tranquilidad en Alemania!


Sobre la Comunidad Político-Étnica del Pueblo

Las medidas del Gobierno contra las otras ramas del marxismo o sea contra la socialdemocracia, fueron realizadas con menos energía. En la acción depuradora de los elementos marxistas sirvió como norma el considerar como tales, además de los comunistas, a los funcionarios del partido socialdemócrata pero no a los miembros susceptibles de cambiar de ideología. La disolución del partido se hizo hasta el mes de Julio de 1933, basándose en la actuación hostil de algunos jefes socialistas que habían huido de Alemania al extranjero, sobre todo a Checoslovaquia. La supresión del partido socialdemócrata se puede considerar como una parte del programa general del Gobierno que perseguía la finalidad de ir eliminando a los numerosos partidos para crear así la verdadera comunidad de la Nación alemana. Las organizaciones socialdemócratas fueron prohibidas, a saber: prensa, propaganda: Reichsbanner y Eiserne Front. El pertenecer a este partido, en lo sucesivo, era inadmisible para los empleados. En vista de los numerosos casos de prevaricación descubiertos, al hacerse cargo el nuevo régimen de las asociaciones obreras, el fiscal supremo ordenó el embargo del capital del partido, de sus organismos anexos y de sus periódicos. Algunos jefes decidieron trasladar a Praga la dirección del partido, pero los miembros del comité que quedaron en Alemania y que, según sus datos, formaban la mayoría respondieron, dirigidos por Löwe, antiguo presidente del Parlamento, que la sede del partido sólo podía estar en Alemania. La prensa nacionalsocialista avisó que no había que dejarse engañar por el doble juego de la socialdemocracia. En Junio se ordenó que en todas las representaciones populares los mandatos de los socialdemócratas debían considerarse como extinguidos.
Desde luego, la actuación de Adolf Hitler contra la socialdemocracia fue facilitada considerablemente por la actitud de una pasividad sorprendente de sus jefes y por la prisa que tuvieron en pasar la frontera. La consecuencia fue que las masas trabajadoras que hasta entonces habían creído en los jefes perdieron su confianza en ellos. La crónica diaria informaba de muchos socialdemócratas que, renegando de su partido, se pasaban al de las camisas pardas. Una gran cantidad de marxistas cortó todo contacto con sus organizaciones y se negó al pago de sus cuotas. En las empresas industriales los comités marxistas cedieron sus puestos, por propio impulso, a los jefes de los grupos de trabajadores nacionalsocialistas.[1]
Sin el apoyo de la clase trabajadora la socialdemocracia no poseía ya fuerza propia alguna. El destino la hizo desaparecer de la escena política de la nueva Alemania. ¡Qué extraño es que esto ocurriera en el país donde ella había nacido y donde se había propagado por todo el mundo!

A la eliminación definitiva de la socialdemocracia siguió en Julio de 1933, y siempre bajo el signo del programa de la comunidad del pueblo, la disolución por propia iniciativa de los demás partidos.
Los alemanes nacionalistas se pusieron desde el primer momento al lado del movimiento de Hitler y, lo mismo que el Stahlhelm, se pasaron a sus filas. Pero, como más tarde se pudo ver, algunas organizaciones relacionadas con el frente alemán nacionalista habían admitido elementos comunistas, lo que condujo a la prohibición de tales organizaciones. En consecuencia, de completo acuerdo con el canciller, los jefes nacionalistas alemanes decidieron la disolución de su partido. Los antiguos miembros del Frente alemán nacionalista fueron reconocidos por el canciller como “combatientes de la Alemania nacional gozando de iguales derechos.”
El partido del Centro que hasta entonces había sido considerado como el baluarte inexpugnable del clericalismo y que, en la sesión del Parlamento del 23 de Marzo de 1933, había votado a favor de la ley de plenos poderes siguió este ejemplo.
Otro tanto ocurrió con los partidos menores. Las asociaciones obreras marxistas se disolvieron; más tarde siguió la disolución de las asociaciones obreras restantes y la de las ligas patronales así como el ingreso de todos los trabajadores —manuales o intelectuales— en el Frente alemán del trabajo, acabado de fundar.
La ley del 14 de Junio de 1933 prohibió so pena la formación de nuevos partidos. Por último, el 1º de Diciembre de 1933, el Gobierno decretó la ley “para asegurar la unificación del Partido y del Estado” que en su párrafo primero proclama el Estado nacionalsocialista como el resultado de la revolución nacionalsocialista. Según esta ley, “el Partido obrero alemán nacionalsocialista es el símbolo de la idea del Estado alemán y está ligada indisolublemente a éste.”
La unidad de espíritu, de voluntad y de ideología del pueblo alemán quedó así restablecida de nuevo; dos años más tarde en la Asamblea del Partido, en Septiembre de 1935, recibió su reglamento interno por medio de la “ley de la nacionalidad alemana” y de decretos ejecutivos. Esta ley establecía que el ciudadano alemán era el único que poseía todos los derechos políticos. Como ciudadano alemán se considera al nacional de sangre alemana o de raza afín que por su conducta demuestre que esté dispuesto y capacitado a servir fielmente al pueblo y a la nación. Ciudadano alemán es quien goza de la protección del Estado alemán y se obligue expresamente a servirlo.
El complemento más importante de esta ley es el reglamento del 14 de Noviembre de 1935, según el cual un judío no puede ser ciudadano alemán; no se le concede tampoco la facultad del voto político ni podrá ocupar cargos públicos. El Nº5 del decreto define claramente la noción de judío: se considera como judío aquel cuyos padres, abuelos y bisabuelos son de raza judía por las ramas paterna y materna. Como judío se considera además, bajo ciertas circunstancias, el que desciende de dos abuelos judíos de sangre pura, no siéndolo los restantes ascendientes, y si pertenece a la religión judía o está casado con persona de la misma raza judía.
La unidad política alcanzada por la nación ha encontrado su más clara expresión en los plebiscitos verificados desde la toma del poder, sobre todo en las elecciones del 29 de Marzo de 1936. El pueblo alemán, con una votación de un 99%, demostró su adhesión a Hitler y a su política.


Unificación del Estado

De un modo tan enérgico se acató en los primeros días de la toma del poder la reforma de los gobiernos regionales. Esta reforma comenzó con el envío de comisarios a los Estados federados en los que no existía un gobierno de nacionalistas. Estos comisarios debían hacerse cargo del mando, incluyendo la policía, para mantener la seguridad y el orden públicos. Esto ocurrió sin incidente alguno; en todas las regiones se facilitó la formación de una policía auxiliar. Al cabo de algunas semanas, todos los gobiernos regionales que no habían capitulado fueron destituidos. Sólo quedaba por vencer la resistencia encontrada en la Alemania del sur.
Después de las elecciones del 5 de Marzo, el ministro Göring declaró que la enorme superioridad del frente nacional no daba derecho a los gobiernos regionales de la Alemania del sur a continuar gobernando en nombre del pueblo. Esto llevó a negociaciones entre algunos gobiernos regionales y los jefes nacionalsocialistas resultando de ellas nuevas adhesiones. La caída del Gobierno bávaro tuvo un aspecto especialmente dramático; este país estaba bajo el dominio del partido popular bávaro desde hacía 43 años. El Dr. Held era el presidente del Consejo de ministros desde el año 1924. Este hábil e inteligente parlamentario había asegurado repetidas veces que no toleraría ninguna intromisión en la política de su país. Su fiel colaborador, el Dr. Schäffer, juró que se atrevería a detener inmediatamente a cualquier comisario del Reich que pisara suelo bávaro.
Corría el rumor de que ambos ministros en unión del príncipe Ruperto de Baviera y del barón con Guttenberg, presidente de la Liga real, planteaban la restauración de los Wittelsbach. Esta monarquía, con su independencia, hubiera significado un peligro para la unidad del Reich; era necesario obrar rápidamente. Fracasado un intento conciliatorio y transcurrido el plazo del ultimatum, fijado por unas horas, las formaciones nacionalsocialistas ocuparon Munich y en particular los edificios públicos; en la misma noche el presidente v. Hindenburg nombró comisario del Reich para Baviera al teniente general v. Epp. Se formó un nuevo Gobierno bávaro compuesto por los diputados nacionalsocialistas Wagner, Frank y Siebert.
La bandera con la cruz gamada ondeaba desde aquel momento en todo el Reich, lo mismo en las grandes ciudades que en las más pequeñas aldeas.
El 23 de Marzo acordó el Parlamento, como ya se ha dicho, la ley de plenos poderes; el problema de unificar el Reich pudo hacer en poco tiempo grandes progresos.
Ocho días más tarde apareció la ley para la “unificación de los Estados federales con el Reich” que aseguraba la homogeneidad de la voluntad política en el Reich, regiones y municipios, basándose en el resultado de las elecciones al Parlamento. Pasados otros ocho días, o sea el 7 de Abril de 1933, siguió la llamada “ley de los gobernadores”, que dio el paso decisivo para la reorganización de las relaciones de derecho público entre el Reich y los Estados federados. El nombramiento de los gobernadores, recaído en hombres de toda confianza del canciller, hizo más efectiva todavía la unidad de la dirección política en el Reich y los Estados.
Según esta ley, los gobernadores tienen la misión de cuidar del fiel cumplimiento de las directrices políticas establecidas por el canciller. Éstos tienen el derecho de nombrar o destituir al presidente y a los miembros del gobierno regional. Están autorizados a disolver los gobiernos regionales y convocar nuevas elecciones, hacer y decretar leyes, nombrar y destituir a los empleados del Estado. Se les concede el derecho de indulto. En Prusia, el canciller ejerce al mismo tiempo las funciones de gobernador y los ministros prusianos pueden ser simultáneamente ministros del Reich.
“¿Qué sería de Alemania —decía el Führer en el Congreso del Partido celebrado en Nuremberg en 1935— si ya las generaciones anteriores a la nuestra no hubieran hecho cesar el disparate, que clama al cielo, de los estados y estadillos alemanes que en modo alguno era beneficioso al pueblo alemán sino a sus enemigos? Un pueblo que habla un idioma, posee una cultura, que ha visto formarse su destino en una historia común, no puede aspirar más que a tener también una unidad en su dirección. Con esto el pueblo consigue que las ventajas predominen sobre las desventajas que pudieran resultar.
A qué grotesco rebajamiento del carácter y de la fuerza de un pueblo puede llevar este estado de cosas, lo hemos vivido en los meses de Enero, Febrero y Marzo de 1933, durante los cuales egoístas mezquinos mezclaban con indiferencia glacial sus reprobables intereses de partido con las tradiciones regionales tratando de poner así en peligro la unidad del Reich. La ley de los gobernadores fue la primera respuesta de la Nación alemana a estos picapleitos que se oponían a la unidad y grandeza de Alemania.”

El 7 de Abril de 1933 se dio la ley para la “reorganización de los funcionarios del Estado” que tenía por objeto la separación de todos los funcionarios insuficientemente preparados, inadecuados, comunistas o de raza judía. La ley era necesaria para asegurar la dirección del Estado porque así, una vez alejados estos elementos, el Gobierno podía apoyarse sobre un cuerpo de funcionarios de su confianza.
En el día del primer aniversario del advenimiento al poder, el 30 de Enero de 1934, se dio el segundo gran paso hacia la unificación del Reich por medio de la “Ley sobre la reconstrucción del Reich”. Los parlamentos de los Estados federados desaparecieron, los derechos de su soberanía pasaron al Reich, los gobiernos regionales quedaron desde entonces sometidos al gobierno central, los gobernadores a la inspección del ministro de la gobernación del Reich. Esta ley se puede considerar con justicia como la realización de un viejo sueño de los alemanes, pues con ella desapareció el último resto de la soberanía de los Estados federados. Así entonces, no hay más que una autoridad: la del Reich. Ya no hay antagonismo alguno entre los gobiernos central y regionales: todo el poder reside en el Reich, que se basa sobre la idea del mando único y se encarna en la voluntad del Führer.
Con esta ley el gobierno de Adolf Hitler ha concluido la revolución nacional y ha cumplido su demanda programática de la unidad del Estado. Todos aquellos que han vivido estos últimos años en Alemania y, por consiguiente, han tenido ocasión de ver las enormes dificultades que en tan complicada estructura política se presentaba a la dación de cualquier ley del Reich, podrán comprender perfectamente el gran progreso obtenido con esta medida.
Esta obra se fue completando poco a poco por la dación de nuevas leyes. La “Ley sobre el jefe supremo del Reich”, del 1º de Agosto de 1934, con motivo del fallecimiento de Hindenburg aseguró legalmente para el porvenir la jefatura de Adolf Hitler. Ambos cargos, el de presidente del Reich y el de canciller, pasaron a ser uno: “Führer y canciller del Reich”. La importancia y el carácter histórico que Hitler mismo concedió a esta ley se desprende de su decreto del 2 de Agosto de 1934 al ministro de la Gobernación. El canciller exaltó la grandeza del difunto mariscal quien dio una importancia especial al título de presidente del Reich. Este nombre es inseparable del de Hindenburg. El canciller ordenaba, además, en este decreto que la misión que legalmente le había sido confiada por el gabinete quedara sometida, mediante un plebiscito, a la libre decisión del pueblo. Como ya es sabido el cómputo de votos plebiscitarios arrojó 38.362.760 a favor de Hitler y 4.294.654 en su contra. En su manifiesto de gracias al Partido, Adolf Hitler expresó su opinión de que, así como había sido posible al Partido ganar el 90% del pueblo alemán a favor del nacionalsocialismo, también le sería posible ganar el 10% restante.
Efectivamente, esto es lo que ha ocurrido como lo demostró la elección ya antes citada, del 29 de Marzo de 1936. El Führer obtuvo 44.412.000 de votos contra 543.000, o sea 99% de una elección en la cual participó también el 99% de la población con derecho a sufragio.
En el tercer aniversario del advenimiento al poder del nacionalsocialismo, el 30 de Enero de 1935, apareció la “Segunda ley de los gobernadores” que ordenaba la incorporación de los gobernadores al organismo administrativo del Reich: el gobernador está subordinado al gobierno del Reich y a cada uno de sus ministros, pero es jefe supremo de todo el aparato administrativo público de un estado federal.
Al mismo tiempo, una ley “municipal alemana” aseguraba la estrecha colaboración de los municipios con el Partido y el Estado para alcanzar mediante su común el máximo rendimiento en los fines que el Estado se propusiera.
Por la legislación que acabamos de citar y por otras medidas no menos importantes se hizo realidad la idea nacionalsocialista resumida en una frase: “Un pueblo, un Estado, un Führer”. He aquí algunas de estas leyes: sustitución de la denominación de ciudadano de Estado federal por la de ciudadano del Reich; eliminación de las representaciones federativas ante el Reich; traspaso de los órganos de Justicia al Gobierno central; fusión del Ministerio prusiano de la Gobernación con el del Reich; creación de un Ministerio de Educación nacional; unificación de las fuerzas dispersas de las policías federales en una policía del Reich subordinada al jefe de las SS Hienrich Himmler, y, por último, la “Ley de funcionarios alemanes.”
Igualemente, por leyes del 1º de Diciembre de 1936, “sobre la organización y administración de la capital del Reich” y del 26 de Enero de 1937 “sobre la ciudad de Hamburgo, incorporando los municipios vecinos”, se fijaron las reformas de los distritos correspondientes a Berlín y Hamburgo. Tales disposiciones, así como la simplificación de algunos límites entre Estados federales del Norte de Alemania, significan los primeros pasos hacia la supresión de los Estados federales y la división del Reich en distritos de igual forma estatal y administrativa.
Sería injusto cerrar este capítulo dedicado a la reconstrucción interna de Alemania sin mencionar la disciplina con la cual se ha desarrollado la acción revolucionaria a pesar de la extensión y rapidez que ha tenido.
En el discurso ante el Reichstag del 30 de Enero de 1937 el Führer resumió los acontecimientos de los últimos cuatro años y los éxitos alcanzados durante su gobierno, definía la revolución nacionalsocialista como una “revolución de las revoluciones” y declaraba estar orgulloso de haber hecho la mayor transformación del pueblo alemán con el mínimo de víctimas y pérdidas materiales.

“Sólo ahí, donde el placer sanguinario bolchevique, que, aun después del 30 de Enero de 1933, creía imposible impedir por la fuerza bruta la victoria o la realización de la idea nacionalsocialista —dijo el Canciller— hemos respondido nosotros con la fuerza y, naturalmente de una manera fulminante. Otros elementos, cuya insumisión unida a la más grande incultura política era notoria, fueron puestos en prisión preventiva para volverlos a dejar en posesión de su libertad al cabo de poco tiempo. Y sólo muy pocos cuya actividad política era la capa con que cubrían su actitud criminal confirmada por numerosas condenas, fueron impedidos de continuar su obra destructora, dándoseles ocasión —por primera vez en su vida— de tener una ocupación provechosa.
De esta manera toda la revolución nacionalsocialista contó menos víctimas que las hechas contra nosotros sólo en el año 1932 por nuestros enemigos bolcheviques en Alemania, y esto sin hacer revolución.
Fue posible gracias al principio por el que nos hemos guiado hasta ahora y del que no nos olvidaremos en el futuro: el fin de una revolución o de una transformación no debe ser el de crear un caos sino el de sustituir algo malo por otra cosa mejor...”

Quien tuvo ocasión de convivir los días de la toma del poder por los nacionalsocialistas puede asegurar con toda franqueza que, en contra de las afirmaciones del extranjero, esta revolución se hizo sin derramamiento de sangre y, además, sin ocasionar daño material alguno. Las noticias sensacionales sobre cadáveres en el Spree, pogromos de judíos, asesinatos, etc., pertenecen a la propaganda calumniadora o al reino de la fantasía.
Desde luego ha habido choques inevitables entre pequeños grupos de enemigos políticos: ahí donde hubo atentados, el Gobierno hizo todo lo necesario para impedirlos lo más rápidamente posible. En una orden radiada, el canciller impuso la más severa disciplina y prohibió acciones individuales. Como desde ahora la fuerza ejecutiva estaba por completo en manos del gobierno nacionalsocialista, tales acciones aisladas se pueden considerar como actos de venganza nimia que sólo pueden prestarse para enturbiar la victoria alcanzada y perjudicar al nuevo régimen ante los ojos del mundo. Fueron castigados y expulsados de los partidos nacionalistas algunos hombres inculpados de haber cometido desmanes.
[1] El “Sozialdemokraten”, periódico de Estocolmo, informó el 29 de Marzo de 1933: “Las asociaciones obreras alemanas se adaptan a la nueva situación política. No solamente están dispuestas a tolerar al nuevo gobierno sino que muestran también su voluntad de colaborar con él. Lamentamos profundamente tener que observar este empeño, este celo de las agrupaciones obreras alemanas frente a sus enemigos políticos”.


Indice


http://wehrwolf-welsung.blogspot.com/2006/05/la-alemania-de-hitler.html

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