La Alemania de Hitler I
“Lo que la nación alemana anheló en vano durante siglos enteros al fin se ha hecho realidad: un pueblo uno, de hermanos, libre de los recíprocos prejuicios y entorpecedores de los tiempos pasados”.
Adolf Hitler
I Herencia y Programa
El pueblo alemán estaba sumido en la más profunda desesperación cuando, el 30 de Enero de 1933, el presidente del Reich, mariscal von Hindenburg, llamó al jefe del partido obrero alemán nacionalsocialista para confiarle la responsabilidad del poder.
Millones de obreros sin trabajo vagaban por las calles de las ciudades esperando la ayuda del Estado, que escasamente alcanzaba para satisfacer las más perentorias necesidades de la vida diaria de quien la recibía y de su familia. Apenas podía contarse un hogar que no tuviera al padre o al hijo y con frecuencia a ambos sin trabajo. Las estadísticas dan un cuadro bien claro de esta situación trágica: el número de los sin-trabajo se calcula en más de 6 millones, o sea más de un cuarto de la cifra total de 21 millones de trabajadores y empleados de que dispone la economía alemana. A esta cifra hay que sumar 3 millones de obreros que trabajaban con jornada reducida. Incluyendo a los familiares, el conjunto de los afectados directamente por la falta de trabajo y por la miseria consiguiente ascendía a 20 millones de personas, es decir, un tercio de la población total de Alemania. En vano se trataba de mantener un apoyo insuficiente y al mismo tiempo humillante para los parados con el presupuesto del Estado y de los municipios y mediante la enorme suma de más de 3.000 millones de marcos al año. También la situación del artesanado era desesperada. El tesoro de mayor valor y más precioso de Alemania, su mano de obra, estaba improductivo.
En el campo, el labrador había perdido el amor a su terruño y sufría bajo la constante pesadilla amenazadora de la subasta forzosa. La mayor parte de la propiedad de los campesinos se encontraba hipotecada, con frecuencia no sólo la finca sino también la casa, de modo que, estando a merced de los acreedores o del fisco, no podían disponer con libertad de su propia tierra. Miles de labradores fueron echados de sus heredades pasando así la propiedad a manos de quienes no sabían cultivarlas con igual esmero. La situación de los que se quedaban, como éstos lo sabían de antemano, no ofrecía ninguna perspectiva para la existencia. Algunas veces se hicieron reproches a los campesinos por el elevado precio de venta de sus productos, sin embargo estos precios fueron cotizados en la bolsa en beneficio de la especulación y en perjuicio de productores y consumidores. La alimentación del pueblo alemán en su mayor parte fue abastecida con productos extranjeros. Por consiguiente un gran sector de los obreros alemanes no tenía trabajo porque, habiendo disminuido la capacidad adquisitiva del labrador, éste no se encontraba en condiciones de consumir lo que aquellos producían.
Como es fácil suponer, la economía del país atravesó una época sumamente difícil; por un lado, como resultado de la crisis mundial, por otro, por la influencia de la política de deflación, tan predilecta del Gobierno Brüning. Como es lógico, esto disminuyó sensiblemente la economía de funcionarios, empleados y obreros, debilitando por lo tanto el mercado interior de la nación. La producción industrial de Alemania, desde su nivel más alto alcanzado en 1929 hasta la caída de Brüning en 1932, descendió en un 40%; más fuerte aun fue el retroceso de la producción en bruto, cuyo valor mensual descendió paulatinamente de 7.000 millones en 1928 a 3.500 millones en 1932, o sea en un 50%. Los sueldos y jornales de los funcionarios, empleados y obreros bajaron de unos 43.000 millones en 1929 a 33.000 millones, es decir, en un 25%[1].
El retroceso sufrido por la economía no encuentra nada semejante en la historia de las crisis mundiales y por eso no debe sorprender que la racha de quiebras no se detuviera aun cuando se tratase de casas sólidamente fundadas y bien acreditadas por su buena dirección. Un ejemplo entre muchos: la suspensión de pagos de la Borsig GmbH, en Berlín-Tegel.
El Estado tuvo que hacer los mayores sacrificios para salvar de la quiebra a algunos de los bancos e instituciones de crédito más importantes. Una vez que Alemania cumplió sus obligaciones internacionales con arreglo a sus posibilidades, la suma total de oro y divisas en existencia en el Reichsbank, a fines de Enero de 1933, importaba apenas unos 439 millones de marcos. En concepto de existencias propias no pueden contarse ni el crédito de 70 millones de dólares concedido al Reichsbank, ni el de 45 millones de dólares al Golddiskontbank, o sea en total 483 millones de marcos, ya que ambos debían reembolsarse a corto plazo si Alemania no quería perder su libertad de acción. Las deudas exteriores contraídas por particulares ascendían a más de 25.000 millones y devengaban un interés diario de 2 millones sin contar la cuota de amortización. No existía un superávit de exportaciones que hubiese permitido la adquisición de las divisas extranjeras necesarias para hacer frente a los enormes pagos.
Muchos municipios se encontraban al borde de la ruina, el aparato administrativo consumía exorbitantes sumas. El número de funcionarios del Estado se componía de más de 95.000 empleados y de 72.000 dependientes y obreros y más de 250.000 empleados y 44.600 dependientes y obreros en el servicio de correos. En estas cifras no está incluido el servicio ferroviario; este representaba una empresa independiente a la que el Reich estaba unido sólo por intereses financieros muy fuertes. Los Estados federales tenían en total unos 275.000 empleados, las corporaciones autónomas y los municipios otro medio millón. A pesar de la enorme carga que representaban para el presupuesto del Estado y de los municipios los empleados de la clase media, debían considerarse como proletarizados, y lo mismo ocurría con los comerciantes modestos.
¿Qué se puede decir de la estructura política y legisladora del Reich? Estaba formada por el presidente del Reich, del canciller, con 10 ministros por lo menos, del parlamento con unos 500 diputados y del consejo de Estado integrado por 68 miembros. Además existía una organización semejante en cada uno de los 18 Estados federales compuesta por un presidente del Consejo de ministros, de un gobierno y de un parlamento. ¡Alemania estaba gobernada por un presidente del Reich, 11 ministros del Reich, 59 ministros de los Estados (a los que hay que añadir los 42 senadores de las ciudades libres) y de unos 3.000 diputados..!
Los diputados representaban en el parlamento del Reich y en las cámaras de los diferentes Estados nada menos que 16 partidos políticos, de los nacionalsocialistas a los nacionalistas alemanes, del centro a los demócratas, de los socialdemócratas a los comunistas, con todos los grados intermedios y subpartidos. La fuerza desigual de los partidos en las diferentes regiones del Reich dio origen a un desequilibrio del cual resultaron gobiernos federales de color político diverso. A veces eran completamente opuestos al gobierno central, a tal grado que a éste le faltaba la suficiente autoridad para hacerse respetar. Reinaba una desunión regional, dinástica, ideológica, religiosa y de partidos, así como una división de clases, profesiones y oficios cuyo resultado fue la impotencia de toda la nación.
Un mecanismo tan complicado tenía que abrir las puertas a la corrupción política y económica; esta cuestión ya la he tratado por extenso en el folleto mencionado anteriormente. La historia alemana de la posguerra muestra un cúmulo de escándalos y malversaciones en las cuales, por desgracia, tomaron parte muchos funcionarios públicos. Un enjambre de negociantes de mala fe supo introducirse solapadamente en los gobiernos y departamentos del Estado, para poner sus relaciones políticas al servicio de sus especulaciones personales. Esto ocurría en un momento en que la miseria económica había llegado al grado máximo a consecuencia de la falta de trabajo y de la deflación.
Bajo tales circunstancias no fue difícil a la propaganda destructora de Moscú encontrar terreno propicio en la gran masa del pueblo y provocar huelgas, paro de fábricas, tumultos callejeros y tiroteos diarios. La débil actitud del gobierno y el estado indefenso de los partidos burgueses permitió con facilidad al comunismo mantener al pueblo dependiente de su terror.
Así es absolutamente comprensible que unos 6 millones de electores comunistas pudieran enviar al parlamento, pocas semanas antes del advenimiento al poder de Hitler, más de 100 diputados, llegando a ser el tercer partido en importancia y ocupando con los socialistas el 40% de los escaños del Reichstag. Y según esto, ¿no es cierta del todo la afirmación de que el nacionalsocialismo ha llegado en el preciso momento de salvar a Alemania del bolchevismo?
Los centros culturales más importantes, teatros, salas de conciertos, casas editoras y periódicos estaban en manos judías; se encontraban así bajo el dominio de una raza cuyos fines son opuestos a la ideología nacionalsocialista. De los 29 teatros de Berlín, nada menos que 23, el 80% tenían directores judíos y una gran parte de las obras representadas en los últimos años eran de autores judíos. También el cinematógrafo sufría los efectos de esta intromisión judía: de la producción cinematográfica de 1931 más del 70% de los directores de escena y compositores eran de origen judío. Los numerosos órganos de la opinión pública que estaban apoyados económicamente por capital judío, y por ende de periodistas judíos no correspondiendo con frecuencia a la mentalidad alemana. La prensa de Berlín y Frankfurt casi se encontraba monopolizada por los judíos.
Lo peor llegó a ocurrir en Alemania a principios de Enero de 1933: el respeto a las tradiciones nacionales se había perdido, igualmente la fe en la fuerza propia y la confianza en el porvenir de la nación. Esta depresión moral podía notarse sobretodo en la juventud. Los hombres jóvenes que volvían de la guerra encontraban en su patria una serie de corrientes antinacionales, y la generación más reciente, que había crecido en un ambiente de ideas tan cambiadas, fue afectada por la propaganda marxista.
Quien haya vivido en Alemania en los años anteriores a la llegada de Adolf Hitler al poder no puede eludir el reconocimiento de estos hechos. La falta de importantes elementos de educación, como, por ejemplo, el servicio militar, así como la carencia de trabajo motivaron un relajamiento peligroso de la moral y de la lealtad a la patria. Para un observador extranjero surgían dudas muy serias sobre el porvenir del pueblo alemán y se disminuía el respeto ante una nación que durante la guerra mostró su valor, disciplina y capacidad de resistencia, es decir, las fuerzas peculiares de la raza germánica.
Así entonces no debe causar sorpresa que la generación de estos últimos años haya crecido en una atmósfera que, por ejemplo, permitiera a un catedrático de Filosofía de la Academia de Hannover ofender al presidente del Reich, Hindenburg, doctor h.c. de la misma Academia, y vanagloriarse de haber hecho uso de ardides ingeniosos para escaparse de ir al frente. Un profesor de la Universidad de Heidelberg se quejaba en un folleto de que “la Entente no haya obrado con más energía”. El mismo profesor, en una asociación pacifista, se atrevió a hablar de aquellos que ¡“para no decirlo, han caído en el campo del deshonor”! Igualmente, en aquel entonces, un consejero de Sanidad, colaborador cinematográfico, representante prominente de la ciencia sexual y paladín de un nuevo concepto del honor explicaba impunemente también que ¡“el honor comienza por encima del ombligo”!
Esta era en sus rasgos principales la verdadera fisonomía de la República de Weimar, disfrazada con la máscara de una gran potencia. Bajo el engaño de un bienestar floreciente se ocultaba la miseria interna de un pueblo de 67 millones de almas.
Las grandes potencias trataban a Alemania como nación de segundo orden; en Ginebra se le reservaba el papel de “la cenicienta”. Imposibilitada de hacer valer sus demandas de potencia militar tuvo que aparecer como mendicante, teniendo que resignarse por último a la negativa constante de sus deseos por las potencias que, mejor armadas, juzgaban a sus anchas, subjetiva, e incluso, arbitrariamente.
En esta oportunidad no quiero retroceder hasta la ocupación de la cuenca del Ruhr sino voy a limitarme al tiempo que precedió inmediatamente al de la llegada de Hitler al poder. Todavía no se ha olvidado en el extranjero el efecto que causaron los deseos expresados por el presidente von Hindenburg en la recepción del Año Nuevo, en Enero de 1931, en los que manifestó su esperanza de que en el curso de aquel año se pudieran ahorrar al pueblo alemán nuevos, arduos y dolorosos desengaños. El general Gröner, representante del canciller Dr. Brüning, manifestó en su respuesta al presidente que todavía no podía darse por segura la base de igualdad de derechos entre los pueblos; el compromiso contraído para el desarme que tan solemnemente habían garantizado las otras potencias aguardaba todavía su cumplimiento. De aquí que el Gobierno alemán se hubiera reservado la decisión enérgica de optar por la aplicación justa del principio “igual seguridad para todos” sin el cual no era factible una pacificación verdadera.
El ministro de la Guerra de una potencia extranjera se apresuró a decir en la cámara que las cláusulas militares de Versalles no debieran experimentar ninguna clase de modificaciones en el sentido de moderación y renovó la odiosa distinción entre vencedores y vencidos. ¡Y esto, cuatro años después de Locarno..!
Cuando algunos meses más tarde se dio a conocer la propuesta alemana de la unión aduanera entre Alemania y Austria, basada en el principio de Briand sobre los convenios especiales entre los Estados, surgieron en el extranjero manifestaciones hostiles contra la ejecución de este plan objetándose que no sólo significaba un peligro para la paz sino que era contrario a los tratados existentes.
El 13 de Julio del mismo año, y como resultado de la suspensión súbita de créditos y depósitos, uno de los bancos alemanes más importantes tuvo que cerrar sus puertas y otros estuvieron a punto de hacer lo mismo. En relación con esto fracasó un intento del embajador alemán en París de obtener un empréstito. Los viajes aéreos del presidente del Reichsbank, Dr. Luther, a París, Londres y Basilea, así como la visita del canciller Dr. Brüning y del ministro de Relaciones, Dr. Curtius, a las capitales inglesa y francesa, tampoco dieron un resultado más favorable.
Como el ejemplo más característico de la actitud de ciertos gobiernos extranjeros contra el Reich puede considerarse la resistencia que se opuso, en la Conferencia del Desarme del año 1932, al reconocimiento de la igualdad de derechos de Alemania para su seguridad nacional. Tal reconocimiento no se logró sino hasta finales del mismo año gracias a la presión de los delegados ingleses, pero bajo condiciones tan limitadas que perdió todo su valor práctico.
¡Confusión, miseria, desorden en el interior de Alemania, falta de prestigio en el exterior! Así, Hitler en nombre del Gobierno tenía pleno derecho a decir en su manifiesto del 1º de Febrero de 1933: “¡La herencia que recibimos es pavorosa..!”
El Programa del Gobierno
¿Con qué programa de gobierno se hizo cargo del poder el nacionalsocialismo?
A esta pregunta Hitler contestó en su discurso del Reichstag, el 30 de Enero de 1937:
“Cuando el venerable presidente del Reich me llamó, hace cuatro años, el 30 de Enero, para encargarme de la formación y presidencia de un nuevo gobierno alemán, había detrás de nosotros una lucha ingente por el poder nacional, de la cual salimos victoriosos ciñéndonos estrictamente a los medios legales de entonces. Exponente de esta lucha fue el Partido nacionalsocialista. Mucho antes de que el nuevo Estado pudiera ser proclamado en realidad ya había experimentado una transformación ideológica y efectiva en su organización.
Todos los principios y fundamentos del nuevo Estado eran ya postulados, ideas y principios del Partido nacionalsocialista.”
Son ya conocidas estas bases que se proclamaron en 25 puntos en una de las primeras reuniones del Partido en Munich, el 25 de Febrero de 1920 (véanse las páginas 64 y 68 de mi folleto Spectator, antes citado). Al hacerse cargo del poder, estos puntos del Partido debían integrar el programa del Gobierno; lo que hizo Hitler después de las elecciones del Reichstag, del 5 de Marzo de 1933. En estas elecciones obtuvieron 20.500.000 votos los partidos representados en el Gobierno de la revolución nacional, es decir, los nacionalsocialistas, el partido negro-blanco-rojo (nacionalistas alemanes, cascos de acero y liga campesina de Turingia) y el partido de los viticultores de Württenberg (en las elecciones anteriores alcanzaron unos 15 millones). Así de los 647 votos del Parlamento conquistaron 341, es decir, la mayoría absoluta.
Con motivo de la apertura del Reichstag, el 21 de Marzo de 1933, tuvo lugar un solemne acto oficial en la Iglesia de la Guarnición de Potsdam. Estuvieron presentes el presidente del Reich, Hindenburg, el canciller del Reich, Adolf Hitler, el presidente del Reichstag, Hermann Göring, los diputados del Reichstag, así como las más altas personalidades del Estado, del Partido y de los organismos oficiales. En la Iglesia de la Guarnición yacen los despojos del rey-soldado Federico Guillermo I y de su hijo Federico el Grande. De la nave central penden las banderas victoriosas de Alemania junto con las conquistadas en las grandes batallas. Esta Iglesia es considerada como la fiel custodia tradicional del “Espíritu de Potsdam”, es decir, del espíritu prusiano de dos siglos. Por esta razón fue símbolo de singular significación el que los miembros del Reichstag, elegidos bajo el régimen nacionalsocialista, se reunieron ahí donde el prusianismo puso las bases sobre las que debía levantarse el poderío de la nación alemana. El gobierno de la revolución nacional quiso simbolizar con este acto su estrecha vinculación con ese pasado glorioso.
En su discurso de salutación, el presidente del Reich señaló los múltiples y difíciles problemas que se presentaban al nuevo gobierno e insistió en que el recinto en que se habían reunido instaba a evocar el recuerdo de la vieja Prusia: “Por el temor de Dios, por el fiel cumplimiento del deber, por el ánimo nunca desfallecido y por un amor ofrendado a la patria, Prusia se ha hecho grande y ha unido sobre su base a los pueblos alemanes.” A continuación Adolf Hitler dio lectura a su discurso de apertura del Reichstag.
“Grandes inquietudes —dijo el canciller— pesan desde hace años sobre nuestro pueblo. Después de un tiempo de orgulloso esplendor y de floreciente prosperidad en todos los aspectos de nuestra vida nacional han vuelto a nosotros de nuevo —como era frecuente en épocas pasadas— la necesidad y la pobreza. A pesar de su diligencia y de su voluntad de trabajo, a pesar de su energía, de sus ricos conocimientos y de su mejor intención hoy muchos millones de alemanes vanamente buscan el pan cotidiano. ¡La economía está arruinada, la hacienda pública quebrantada, millones de hombres sin trabajo! ¡El mundo no conoce sino la aspecto exterior de nuestras ciudades sin darse cuenta de sus calamidades y de sus miserias!”
Adolf Hitler dijo, además, que desde hace dos mil años el destino del pueblo alemán ha estado sujeto a grandes alternativas. Las causas han sido siempre las mismas: la desunión espiritual y la división de la voluntad. Aun después de la unión política de los estados, lograda por Bismarck, se pudo en evidencia la disolución ideológica del pueblo alemán, bajo la que todavía padecía el país hasta el momento en que Hitler pronunciaba estas palabras.
“La revolución de Noviembre de 1918 —continuó diciendo el canciller— dio fin a una lucha a la que el pueblo alemán fue arrastrado con la convicción más sagrada de que así protegería su libertad y con ella su derecho a la vida, pues ni el emperador, ni el gobierno, ni el pueblo han querido esta guerra. A esta catástrofe siguió la disgregación en todas las esferas de nuestra vida. Nuestro pueblo se hundía cada vez más, tanto política como cultural, moral y económicamente...
De la absurda teoría de los vencedores y vencidos eternos surgió la locura de las reparaciones y a continuación la catástrofe de la economía mundial.”
Adolf Hitler recordó que las nuevas reflexiones de los hombres alemanes comienzan en una época triste; los alemanes con fe en su propio pueblo deben transformarlo en una nueva comunidad. El 30 de Enero de 1933, el presidente del Reich en una resolución magnánima confió a esta joven Alemania la dirección del Estado y, el 5 de Marzo, el pueblo en su gran mayoría se declaró adicto al nuevo régimen. Adolf Hitler expresó en nombre de su gobierno la inconmovible voluntad de “emprender la gran obra de reforma del pueblo alemán y del Reich y de llevarla a cabo decididamente” y sentó las bases de esta obra como sigue:
“¡Queremos restablecer la unidad del espíritu y de la voluntad de la nación alemana!
Queremos conservar los fundamentos eternos de nuestra vida: nuestro pueblo y sus fuerzas y valores innatos.
Queremos someter de nuevo la organización y la dirección de nuestro Estado a aquellos principios que en todos los tiempos han sido la condición previa de la grandeza de los pueblos y estados.
Queremos cultivar con rendida veneración las grandes tradiciones de nuestro pueblo, de su historia y cultura, como las fuentes inagotables de una real fortaleza interior y de una renovación posible en tiempos difíciles.
Queremos unir la confianza en los sanos, naturales y justos principios de nuestra conducta en la vida con una estabilidad en el desarrollo político, tanto en el interior como en el exterior.
Queremos poner en lugar del eterno vaivén de los cambios políticos un gobierno firme para que preste así a nuestro pueblo una autoridad inconmovible.
Queremos tener en cuenta todas las experiencias tanto de la vida individual como de la colectiva, igualmente obtenidas en nuestra vida económica que en el curso de los miles de años se han probado ser útiles para el bienestar del hombre.
Queremos restablecer la primacía de la política que está llamada a organizar y dirigir la lucha por la vida de la nación.
Queremos también abarcar todas las fuerzas vitales del pueblo como los factores portadores del porvenir alemán.
Queremos esforzarnos honradamente en utilizar la colaboración de aquellos que demuestran su buena voluntad e inutilizar a aquellos otros que traten de perjudicar al pueblo.
Queremos formar una verdadera comunidad en el seno del pueblo alemán, de sus profesiones, oficios y clases actuales. Esta comunidad debe ser capaz de para establecer el justo equilibrio de los intereses vitales que exige el porvenir de la nación entera.
Hay que formar de nuevo un pueblo alemán compuesto de campesinos, ciudadanos y obreros que con fidelidad custodie eternamente nuestra fe y cultura, nuestro honor y libertad.
Frente al mundo y pensando en las víctimas de la última guerra, queremos ser amigos sinceros de una paz que debe restañar al fin las heridas que a todos nos hacen sufrir.
El gobierno de la revolución nacional está decidido a cumplir la misión que le ha sido confiada por el pueblo alemán.”
Después de pronunciar estas palabras y con un gesto apasionado el canciller instó a todos los presentes a ponerse de pie delante del mariscal, que encarna las virtudes prusianas del cumplimiento del deber, de la rectitud y de la disciplina. Cuando Adolf Hitler volvió a su puesto, el mariscal emocionado le estrechó la mano.
Así quedó formado el Tercer Reich
Estas son las líneas principales de la política proclamadas en Potsdam por el gobierno de la revolución nacional —líneas claras, precisas, que habían de ser directrices en la obra de la transformación y renovación del país.
Sin embargo, Hitler consideraba como necesario el pronunciarse más exactamente sobre los distintos problemas de la política interior y exterior. Esto lo hizo dos días más tarde, el 23 de Marzo de 1933, ante el Reichstag y con motivo de presentar la ley sobre “allanamiento de las necesidades del pueblo y del Estado” (ley de plenos poderes).
El canciller del Reich trató estas cuestiones como sigue:
Supresión del Marxismo. La disgregación de la nación, provocada sistemáticamente por la falsa doctrina marxista, con sus contradicciones ideológicas incompatibles entre sí, significa el aniquilamiento de la base sobre la cual debe descansar la vida social... Partiendo del liberalismo del siglo pasado que abrió las vías a la socialdemocracia este proceso de destrucción termina naturalmente en el caos comunista; en el comunismo toma forma la última consecuencia de la propaganda de la revolución permanente contra todas las bases de nuestra vida social hasta el presente. La movilización de los instintos primitivos, ligada a este proceso, lleva a la unión entre las concepciones de una idea política y los actos de verdaderos criminales que, de cumplirse, aniquila toda verdadera cultura y civilización... Sólo los métodos del terror individual y en masa han costado al movimiento nacionalsocialista en el transcurso de muy pocos años más de 300 muertos y decenas de miles de heridos.
El incendio del Reichstag, como fracasado intento de una acción de gran vuelo, es solamente un indicio de lo que Europa hubiera podido esperar de la victoria de esta doctrina infernal de destrucción... Gracias al golpe fulminante asestado por el Gobierno se pudo impedir un desarrollo que hubiera sacudido a Europa entera con las más funestas consecuencias. Muchos de los que en la actualidad por odio contra la revolución nacional fraternizan dentro y fuera de Alemania con los intereses del comunismo hubieran sido también víctimas de aquella catástrofe.
La misión principal del gobierno nacional será eliminar y destruir por completo este peligro en nuestro país, no sólo en interés de Alemania sino también en el del resto de Europa.
Una efectiva Comunidad del Pueblo. Sólo el establecimiento de una efectiva comunidad del pueblo, que se eleve por encima de los intereses y antagonismos de las profesiones y clases, es capaz de sustraer para siempre el foco de la aberración en la cual se pierde el espíritu humano.
La conquista de tal unificación ideológica del pueblo alemán es tanto más importante cuanto que de ella puede resultar la posibilidad de mantener relaciones amistosas con las potencias extranjeras, sin tener en cuenta para ello las tendencias dominantes o los principios ideológicos, ya que la eliminación del comunismo en Alemania es sólo un asunto exclusivamente interno. El resto del mundo debe estar interesado en esta cuestión puesto que al producirse un caos comunista en el Reich, tan densamente poblado, conduciría a consecuencias políticas y económicas de dimensiones incalculables sobre todo en la Europa occidental.
Unidad en la Dirección de la Nación. La disgregación interna de nuestro pueblo condujo forzosamente a un debilitamiento cada vez más peligroso de las autoridades supremas del Estado... Todas las consideraciones que se puedan tener a los valores tradicionales de los Estados federados (Länder) no pueden anular el amargo conocimiento de que el exceso de la vida autónoma, tan desmenuzada, no solamente no era útil en la posición vital y mundial de nuestro pueblo, en el pasado, sino que a menudo era verdaderamente perjudicial...
Con esta ley de plenos poderes, el gobierno central no intenta suprimir los Estados federados. Pero sí dictará aquellas medidas que garanticen de ahora en adelante y para siempre una homogeneidad en las intenciones políticas del Reich y de los Estados federados...
Del vivo desarrollo de estos propósitos podrá resultar una profunda reforma del Reich. Su fin debe ser la elaboración de una constitución que una la voluntad del pueblo con la autoridad de un gobierno efectivo...
Eliminación de los Elementos de la Oposición. El gobierno de la revolución nacional considera para este fin como un deber fundamental, y correspondiendo al sentido del voto de confianza que el pueblo le ha otorgado, el mantener alejados de la influencia que pudieran ejercer sobre la transformación de la vida de la nación, a aquellos elementos que con plena conciencia e intención niegan esta vida. La igualdad teórica ante la ley no puede tolerar a los que menosprecian fundamentalmente esta ley y esta igualdad para entregarles a lo mejor, basándose en cualquier doctrina democrática, la libertad de la nación. Por el contrario esta igualdad ante la ley les será concedida a aquellos que por la salvación de nuestro pueblo y frente al peligro se coloquen detrás de los intereses nacionales y no nieguen su apoyo al Gobierno. La misión suprema de éste sobre todo será hacer responsables a los directores espirituales de esta tendencia de aniquilamiento, pero a la vez de salvar a las víctimas engañadas por ellos...
No es el momento de pensar en una Restauración monárquica. El gobierno nacional no toma sus medidas desde ningún otro punto de vista que el de salvar al pueblo alemán y sobretodo a la masa de millones de obreros de la espantosa miseria que padece. En virtud de este estado de cosas considera del todo improcedente en estos momentos la cuestión de una restauración monárquica. El intento de la solución de este problema por iniciativa propia en algunos Estados federados sería considerado por el Gobierno como un ataque contra la unidad nacional y orientará la conducta de éste conforme lo exijan las circunstancias.
La Cultura. A la vez que esta desintoxicación política de nuestra vida pública, el gobierno nacional se propone realizar a fondo un saneamiento moral de nuestro pueblo. Todas nuestras instituciones educativas —teatro, cine, literatura, prensa, radio— se considera como medio para lograr este fin y será objeto de especial cuidado. Todos ellos sirven para conservar los valores eternos que están en la entraña de nuestro pueblo; el arte será siempre la expresión y el reflejo de los anhelos o de las realidades de una época determinada. El mundo de la vida burguesa, cómoda y contemplativa, está en trance de rápida desaparición. El heroísmo se levanta apasionadamente como elemento formador y guía de los destinos de los pueblos. La misión del arte es expresar el espíritu de la época en que surge.
La sangre y la raza vuelven a ser el manantial de la intuición artística. Será por lo tanto un deber del Gobierno de la revolución nacional el cuidar que, precisamente en un tiempo de poder político limitado, el valor interno vital y la voluntad de vivir de la nación puedan encontrar por lo mismo una expresión cultural tanto más potente.
La Religión. El gobierno nacional ve en las dos confesiones cristianas los factores importantísimos para la conservación de nuestro pueblo. Respetará los pactos acordados entre aquellas y los Estados federados; los derechos de estas religiones no deben ser afectados. El Gobierno espera y confía en que el trabajo de elevación moral y nacional de nuestro pueblo que se ha planteado como misión suya encontrará el mismo respeto por parte de dichas confesiones. El Gobierno corresponderá con la misma justicia objetiva a las demandas de las demás confesiones. Pero no tolerará jamás que el pertenecer a una determinada confesión o raza pueda desligar de las obligaciones generales o incluso que sea una carta blanca para perpetrar impunemente delitos o tolerarlos.
El Gobierno nacional concederá y asegurará a las confesiones cristianas la influencia que les corresponde lo mismo en la escuela que en la educación, y pondrá todo su cuidado en la convivencia sincera entre el Estado y la Iglesia.
El Derecho. Nuestra jurisprudencia debe servir en primer lugar para conservar la comunidad nacional. A la inamovilidad de los jueces por un lado debe corresponder por el otro la elasticidad de las sentencias a fin de asegurar la conservación de la sociedad. ¡No el individuo sino el pueblo debe ser el objeto de los cuidados legales! Las traiciones a la patria y al pueblo deben quedar extirpadas en lo sucesivo sin ninguna consideración.
El suelo sobre el que existe la justicia debe ser el mismo sobre el que la nación se asienta. La justicia deberá tener siempre en cuenta la gravedad de las decisiones de los que bajo la dura imposición de la realidad, han asumido la responsabilidad de dar forma a la vida de la nación.
La Economía. Grandes son los problemas del Gobierno nacional en el campo de la vida económica. Una ley natural determina aquí toda su conducta: el Pueblo no vive para la Economía, y la Economía no existe para el Capital, sino que el Capital sirve a la Economía y la Economía al Pueblo. En principio, el Gobierno no protegerá los intereses económicos del pueblo alemán por las vías indirectas de un sistema burocrático de economía organizado por el Estado, sino por el fomento más intenso de la iniciativa privada bajo el reconocimiento de la propiedad particular. Sólo mediante el establecimiento de un justo equilibrio entre la capacidad de iniciativa, por un lado, y el trabajo productivo, por otro, se debe obtener un equilibrio justo y la administración debe limitarse a respetar los resultados de la inteligencia y del trabajo mediante la economía en los gastos públicos...
La Hacienda Pública. La reforma de nuestro sistema contributivo, de la cual no se puede prescindir, debe llevar a una simplificación del reparto de contribuciones, de la recaudación y, en consecuencia, a una disminución de los gastos. El molino de los impuestos hay que colocarlo en medio de la corriente principal y no en las fuentes de origen. En el empeño de simplificar por entero nuestra administración habrá de conseguirse también una disminución de nuestras cargas públicas...
El Gobierno evitará en principio los experimentos financieros del cambio.
Alimentación y Agricultura. Dos cuestiones económicas de primer orden se destacan sobre todas las demás. La salvación del labrador alemán debe efectuarse a todo trance. El aniquilamiento de la clase labradora en nuestro país llevaría a las consecuencias más difíciles que se puedan imaginar. El restablecimiento de la rentabilidad de la agricultura puede ser, desde luego, dura para el consumidor; pero la suerte que afectaría al pueblo entero si se hundiera el labrador alemán sería incomparablemente más dura. Sólo mediante la rentabilidad, que es necesario alcanzar a toda costa en nuestra agricultura, puede resolverse la cuestión de la protección contra la ejecución de las disposiciones judiciales o de la conmutación de las deudas. Si esto no se consigue, la ruina de nuestros labradores provocaría no sólo la de la economía alemana sino, sobre todo, la del pueblo alemán entero. Su sana conservación es requisito indispensable para el florecimiento y prosperidad de nuestra industria, para el comercio interior y para la exportación alemana... También pondremos el mayor cuidado en favorecer la colonización del suelo alemán.
Extinción del Paro Forzoso. Por lo demás, el Gobierno nacional se da cuenta perfecta de que el saneamiento definitivo de la calamitosa situación, tanto en la agricultura como en la industria y comercio, depende ante todo de la incorporación de los sin trabajo en el aparato de la producción y en esto ve el Gobierno el segundo de sus más grandes e importantes problemas en la esfera de la economía. Esta cuestión solamente puede ser resuelta mediante una pacificación política general, con el restablecimiento de la autoridad de un régimen que se basa en principios económicos sanos, por ser naturales, y con la adopción de aquellas medidas que sean necesarias, aunque en los primeros momentos no cuenten con la popularidad necesaria. La procuración de trabajo y el servicio del trabajo obligatorio son medidas aisladas dentro del marco de una acción de conjunto.
La posición del Gobierno nacional respecto a la clase media es la misma que mantiene respecto del labrador alemán. Su salvación sólo puede realizarse por medio de una acción económica general. El Gobierno está decidido a resolver estos problemas de una manera radical y definitiva.
El Gobierno reconoce su misión histórica de apoyar y fomentar la situación de los millones de obreros alemanes en la lucha por la existencia de sus derechos vitales. Como canciller de Alemania y como nacionalsocialista, yo mismo me siento ligado a ellos como su antiguo camarada de la juventud...
El Comercio Exterior. Nosotros sabemos que la situación geográfica de Alemania, pobre en materias primas, no consiente la autarquía de nuestra nación. Una vez más tenemos que repetir que nada está más lejos del Gobierno que el pensar en una hostilidad hacia la exportación. Estamos convencidos de que nos es necesaria la unión con el mundo y que el trabajo para la colocación de las mercaderías alemanas en los mercados mundiales alimenta muchos millones de compatriotas. Pero sabemos también de qué clase son las condiciones para un sano intercambio entre los pueblos de la tierra. Alemania se ha visto obligada durante muchos años a prestar servicios de todo género que no han tenido reciprocidad. De aquí resulta que el mantenerse hoy Alemania como miembro activo en el cambio de mercancías entre los pueblos, es, en último término, un problema más bien de política financiera que comercial. En tanto que no se nos haya concedido una reglamentación de nuestras deudas en el extranjero, equitativa y sensata con relación a nuestras posibilidades, nos veremos obligados, muy a pesar nuestro, a mantener en vigor el control de divisas extranjeras.
Como el Gobierno del Reich considera esencial la estabilidad del marco, se ve obligado por consiguiente a poner un dique a la evasión de los capitales a través de las fronteras...
Las Comunicaciones. El fomento de las comunicaciones debe conducir a un equilibrio de los intereses de sus diversas ramas. En este sentido, a principios del mes próximo, se dará un nuevo paso mediante la reforma del impuesto sobre los vehículos de motor. La conservación del ferrocarril del Reich y su reincorporación al Estado es un problema que nos obliga no sólo económica sino también moralmente.
El desarrollo de las comunicaciones aéreas, como un medio pacífico de unión entre los pueblos, será atendido con todo celo por el Gobierno nacional.
El Ejército. Un deseo sincero del Gobierno del Reich es prescindir del aumento del ejército alemán y de su armamento siempre que las otras potencias estén, al fin, dispuestas a cumplir sus obligaciones respecto a un desarme radical. Alemania no aspira sino a la igualdad de derechos de vida y de libertad. Precisamente, a este espíritu de libertad el Gobierno nacional educará al pueblo alemán. El honor de la nación y del ejército, el ideal de la libertad, deben volver a ser sagrados para el pueblo alemán.
Alemania quiere la Paz. El pueblo alemán quiere vivir en paz con el mundo. Esto obligará al Gobierno a emplear todos los medios a su alcance para eliminar definitivamente la separación de los pueblos de la tierra en dos categorías. Los conceptos de naciones vencedoras y vencidas no pueden servir de base para las relaciones cordiales entre los pueblos. El mantener eternamente abierta esta herida lleva a los unos a la desconfianza, a los otros al odio y, como consecuencia, a una inseguridad general.
El Gobierno está dispuesto a tender la mano a todos los pueblos que deseen un entendimiento sincero y, al fin, una vez por todas, el olvido fundamental del triste pasado. Las calamidades mundiales no pueden desaparecer si no se logra, por medios estables, infiltrar el sentimiento de confianza dentro de las naciones y entre estas mismas...
El Desarme. Por desgracia nos encontramos ante el hecho de que la conferencia de Ginebra, a pesar de sus largas negociaciones, no ha conducido a resultado práctico alguno. Las decisiones que habrían de tomarse respecto a las medidas de desarme efectivo se han retrasado continuamente por el planteamiento de cuestiones técnicas aisladas y por la intromisión de otros problemas que nada tienen que ver con él. Este procedimiento es inútil. La situación ilegal de un desarme unilateral y la inseguridad nacional que de ahí proviene para Alemania no puede durar más tiempo... El Gobierno nacional apoyará todo esfuerzo que tienda a la realización efectiva del desarme y a consolidar con ello la demanda de igualdad de derechos presentada por Alemania desde hace tiempo.
El Pacto de las Cuatro Potencias. Más extenso es todavía el plan del jefe del Gobierno italiano que, con una mirada amplia, trata de asegurar a la política total europea un desarrollo tranquilo y consecuente. Nosotros concedemos a este plan la más seria importancia y estamos dispuestos a trabajar sobre esta base y con plena sinceridad en el intento de reunir a las cuatro potencias, Alemania, Italia, Inglaterra y Francia, para una labor conjunta de política de paz, afrontando así con ánimo decidido los problemas de los cuales depende la suerte de Europa.
Las Relaciones con Italia. Con este motivo nos sentimos especialmente agradecidos a la comprensiva cordialidad con que la revolución nacional de Alemania ha sido saludada en Italia. Deseamos y esperamos que la igualdad de los ideales espirituales sea la base para un afianzamiento continuo de las relaciones amistosas entre ambos países.
Relaciones con el Vaticano. El Gobierno, que ve en el cristianismo los fundamentos inconmovibles de la vida ética de nuestro pueblo, concede asimismo la mayor importancia a la conservación y fomento de las relaciones amistosas con la Santa Sede.
Relaciones con Austria. En lo que concierne a nuestros hermanos austríacos no podemos sino decir que su destino nos interesa vivamente y que, por lo tanto, participamos en sus penas y preocupaciones de la forma más profunda y más íntima. El gobierno en todos sus actos, consciente de la unidad de destino de todos los pueblos alemanes.
Relaciones con otros Países. La posición con respecto a cada una de las otras potencias se deduce de lo expuesto anteriormente. Incluso ahí donde las relaciones recíprocas estén todavía hoy sobrecargadas de dificultades queremos esforzarnos sinceramente en encontrar un equilibrio. Desde luego repetimos que el mantener una diferenciación entre vencedores y vencidos no puede ser nunca la base para una inteligencia.
Estamos convencidos de que un equilibrio de esa índole en nuestras relaciones con Francia es posible si los gobiernos acometen los problemas existentes basándose en miras amplias y generosas.
En cuanto a la Unión Soviética el Gobierno está dispuesto a conservar las relaciones amistosas y de mutuo beneficio. Precisamente, el Gobierno de la revolución nacional se considera en condiciones de enfocar una política positiva con respecto a la Rusia soviética. La lucha contra el comunismo en Alemania es un asunto puramente interno y por lo cual jamás toleraremos intromisiones que pretendieran llegar del exterior.
Las relaciones políticas internacionales con otras naciones con las cuales nos unen considerables intereses comunes no sufrirán alteración.
En el futuro prestaremos la mayor atención a nuestras relaciones con el resto de los países y muy en particular a las naciones ultramarinas con las cuales Alemania está vinculada desde hace tiempo por lazos amistosos e intereses económicos de gran importancia.
Los Alemanes en el Extranjero. Los destinos de los alemanes fuera de las fronteras del Reich serán vistos con el gran interés con que la madre patria vela por el bienestar de sus hijos y nos animarán a estimular su actuación siempre que en el cuadro de nuestra ideología procedan en concordancia con los fines de nuestro Gobierno.
Conferencia Económica Mundial. Acogemos con satisfacción el proyecto de una conferencia económica mundial y estamos conformes con su realización inmediata. El Gobierno del Reich está dispuesto a colaborar, animado del propósito de obtener al fin resultados positivos.
Las Deudas Internacionales. En esto, la cuestión más importante es la de las deudas privadas en el extranjero a corto o a largo plazo. El cambio total de la situación en los valores de los productos exige la adaptación de las deudas privadas a estas circunstancias alteradas tanto en interés de los acreedores como en el de los deudores.
Para una Colaboración Internacional. Sólo por medio de una colaboración leal es posible la eliminación de las inquietudes mundiales. Diez años de paz sincera serán más provechosos al bienestar de las naciones que treinta de obstinación en los conceptos de naciones vencedoras y vencidas.
Como ya es sabido, el Parlamento aprobó por 441 votos contra 94 (los de los socialdemócratas) o sea 4/5 de mayoría, la ley de plenos poderes solicitada por el Gobierno para reformar la Constitución. Los 2/3 de mayoría necesarios se habrían conseguido igualmente de haber estado presentes los comunistas. Esta ley puso en manos del Gobierno la facultad de redactar cuantas resoluciones creyera necesarias, incluso las que modifican la Constitución, siempre y cuando no afectara como tales al Parlamento y al Consejo de Estado. Las atribuciones del Presidente del Reich no fueron modificadas. Esta ley debía quedar derogada al ser sustituido el Gobierno actual por otro o, en todo caso, no debía pasar su vigencia del 1º de Abril de 1937.
De esta manera se le concedieron al Gobierno de Hitler los cuatro años que había pedido para la realización del primer plan cuadrienal de reconstrucción del país.
[1] El Gobierno von Papen, sucesor del de Brüning, se empeñó mediante la emisión de bonos de crédito sobre impuestos, de Septiembre de 1932, en elevar a más de 2.000 millones la liquidez de la economía alemana a fin de aumentar la ocupación. En la práctica, sin embargo, sólo fue distribuida una parte muy pequeña de estos bonos destinados al aumento inmediato de trabajo.
Indice
http://wehrwolf-welsung.blogspot.com/2006/05/la-alemania-de-hitler.html
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